CALAR ALTO- A falta de que algún humano sea capaz de derrotarle algún día, al gigantesco Froome solo le superan los superhéroes en la Vuelta. En el Observatorio Astronómico de Calar Alto, donde crecen los champiñones que sirven para mirar a las estrellas y entender mejor el universo, un decorado fantástico para un filme de superhéroes, desplegó su capa Miguel Ángel López, alías Superman López, que voló hasta el cielo para hacer cumbre en el infierno. No hubo kryptonita que le frenase en un ascensión extrema. El viento de costado aporreó a los corredores, aplastándoles hacia la insignificancia, atroz su rugido en la cresta de la montaña. Fue el final de un día dantesco, propio de la épica que glosa el ciclismo. Hubo montañas despiadadas, carreteras que duelen, niebla para vestir fantasmas, lluvia para apagar la alegría y viento para deshilachar esperanzas. También hubo mucho de Froome, de su poderío. “En ningún momento he sentido que me fuesen a soltar, he controlado la situación en todo momento”, reflexionó después de responder a Nibali. “Estoy contento de cómo ha ido. Es un gran paso para consolidar mi liderazgo”. Froome fue el de siempre salvo por Superman. Del resto quedó la efervescencia de Nibali -el italiano es segundo a 1:19 del líder- y su espíritu atacante y las penurias de Chaves, Aru o Roche, a un viaje lunar de Froome. Todos ellos por encima de los 2:30 de retraso en la general, más nítida en la balconada que acerca las estrellas. Contador se descolgó, lo mismo que De la Cruz, crucificado por una avería que le desubicó en una subida agonística, un pasillo al patíbulo. En un lugar donde los telescopios casi pueden tocar las luminarias, Froome acaricia la Vuelta. El líder subrayó su brillo en una jornada inhumana, inclemente, anegada por la lluvia y atosigada por dos grandes puertos. En una etapa solo apta para héroes, venció un superhéroe.
Al colombiano le bautizaron Superman el día que empleó su valentía para defenderse de un atraco. Unos ladrones quisieron robarle la bici. Miguel Ángel López respondió con sus puños y desde entonces es el superhéroe del pelotón. Es su primera hazaña, la más literaria. Las otras, las que le llevaron a pasear la alegría en Calar Alto, tienen que ver con algo más mundano, pero más duro: su reconstrucción física y mental. Las caídas han sido su kryptonita. En la Vuelta del año pasado sufrió una tremenda caída que le provocó un traumatismo facial y la pérdida de varios dientes. Supo rehacerse para vencer la Milán-Turín. Aquel festejo fue padecimiento cuando se rompió la tibia mientras entrenaba. Cuatro meses en la cabina del dolor. El colombiano se fortaleció en la soledad de los heridos. Dispuesto a volar, regresó en Suiza y estrenó su palmarés de 2017 en Austria para darle más lustre en Burgos. Voló más alto que nadie en Lagunas de Neila, hasta que agitó su capa de Calar Alto. La ‘S’ en el pecho. De Superman. De superviviente.
A Calar Alto se llegaba reptando a través del interminable Velefique, un puerto trazado de zeta en zeta, imponente, descorazonador, con la vegetación escasa y la piedra volcánica negra como la noche brillante. Llovía y hacía frío en un paisaje próximo al desierto de Tabernas, donde se rodaban los spaghetti western. Almería sonaba entonces a Ennio Morricone y se cubría del sol con sombreros de pistoleros y el poncho de Clint Eastwood, epítome de aquellos filmes de planos cortos, gestos adustos y miradas aviesas. En Velefique, con cascos en los que repiqueteaba la lluvia, se asomaron al primer plano Igor Antón, estupendo el galdakoztarra, que guardaba en la memoria los días de gloria en Calar Alto. Junto a él, Visconti, Armee, Bardet y Reyes, los que resistían de la escapada que dio lumbre a la travesía. En el Velefique se apagó la chispa, también la piedra del mechero del Orica: Simon Yates.
ataque de nibali El incendio esperaba en Calar Alto. Al coloso entraron los nobles a hurtadillas para evitar la ira de una cumbre árida. Froome, ensortijado en el cienpiés del Sky, acomodó la subida hasta que el Bahrain de Nibali aumentó el latido. No llovía y el siciliano ardía en deseos por desatarse. Inconformista, el Tiburón paseó su aleta amenazante. Se zambulló a once kilómetros de la cima. Contador, otro al que le gusta mostrar los dientes, se cosió al siciliano. Froome no se agobió. El potenciómetro le otorgó calma y certeza. En una pared, atornillados los ciclistas, el líder mandó a Moscon para el empaste. Froome solventó el primer impulso de Nibali, que descosió a varios. Se le vieron las costuras al sonriente Chaves, una mueca; Aru también se desencajó y De la Cruz peleaba por volver después de un pinchazo a deshoras. Roche era una bandera blanca de derrota.
Nibali ondeaba la enseña de los piratas. Al asalto. Dispuso a Pellizotti para que no amainase la tormenta. Froome, estratega, se ahuecó en la silueta de Mikel Nieve, colosal su etapa como parapeto de Froome. El británico le echará de menos el próximo año. En Calar Alto le sintió al lado. Eso fue oro molido para el líder, muy pendiente de la emisora del coche. Se cobijó Froome en el bolsillo acogedor de Nieve, imperial en la montaña. Junto a ellos circulaban Nibali, Contador, Miguel Ángel López, Kelderman y Zakarin. Aru, arrastrado por el empeño de Pello Bilbao, -fantástico el gernikarra-, quedó aislado. Chaves no tenía hilo y perdía más tiempo. Los Yates corrían la misma suerte. Giró entonces la carretera, directa al infierno. El viento sacudía con saña, de costado. Nieve, que se había adelantado para buscar el triunfo, volvió sobre sus pasos para ayudar a Froome cuando atacó Nibali. Interpuso su cuerpo entre el viento y su líder. El escudo de Nieve otorgó un segundo aliento a Froome, que no tardó en dar con Nibali en una cuesta con lija que oxidó a Contador. No así a Miguel Ángel López, que echó a volar a poco más de un kilómetro para la cima. Se anudó la capa de Superman y aterrizó sonriente en Calar Alto. En el sprint, el líder superó a Nibali y Kelderman y sentenció a Contador, De la Cruz, Chaves, Aru y Roche. Solo Superman pudo con Froome.