CUENCA- Arnold Schwarzenegger se hizo célebre con Conan el Bárbaro, una película donde blandía una espada majestuosa y mostraba sin pudor su cordillera de músculos en la Ciudad Encantada de Cuenca. Antes había protagonizado Hércules en Nueva York, un filme infecto que recuerdan que los inicios nunca son sencillos ni derrochan purpurina. En una tierra con aspecto desértico, encontró el río de la vida el actor. Un oasis de porvenir y riqueza. En las proximidades de ese set rodaje, en Cuenca, la ciudad de las casas colgantes, bella como para merecer el título de patrimonio de la humanidad, se iluminó Matej Mohoric, que encontró el tesoro. Su mejor triunfo después de que deslumbrara siendo un muchacho. Campeón del mundo junior y sub’23 consecutivamente. Con 17 y 18 años. Era el chico de oro. Por eso fue profesional siendo un imberbe. Debutó en 2014. Aún lo es. Tan joven es el esloveno, que el acné, acentuado por la sal del sudor, le delata tras el festejo en solitario en Cuenca, donde Froome avisó a los suyos de su llegada comandando el pelotón a la espera de Xorret de Catí. Fue un “estoy en casa” de manual. Puro costumbrismo en un día sereno para los favoritos. “Ha sido un día relativamente más cómodo y menos loco que ayer (por el jueves), eso seguro”, determinó el líder.

Eso fue ocho minutos después de que Mohoric empuñara el cielo de Cuenca, del que cuelgan las casas que provocan hipnosis. A su monumental victoria llegó Mohoric tras el asalto al alto del Castillo, que elevó el mentón del día con su piso de adoquín y memoria histórica, y el descenso posterior donde destempló a sus opositores. Mohoric, que del Emirates pasará al Bahrain el próximo año, se pareció a Froome en el Peyresurde, bajando con esa forma tan extraña y peligrosa como eficaz. Mohoric planchó el pecho sobre el cuadro y tomó aire. Viento en las velas. Nadie de los que le perseguían, De Gent, Rojas y Poljanski, otra vez segundo, pudieron rastrear al barbilampiño esloveno, que se presentó en sociedad caminando por las nubes. “Es increíble. Hacía mucho tiempo desde mi última gran victoria. Siempre he trabajado duro y he dado lo mejor de mí. Es una gran sensación volver a ganar”, expresó.

Mohoric no teme a las alturas. Es un habitante del arcoíris. Campeón del mundo junior, repitió hazaña multicolor en categoría sub’23 con apenas 18 años. Un currículo extraordinario como el de aquellos JASP (Jóvenes aunque sobradamente preparados) que se anunciaban en los noventa. Mohoric nació a mediados de ese década, en 1994. Era un bebé cuando aquello, pero en Cuenca se manejó con la pericia de los más experimentados. Lejos de la ansiedad que en ocasiones barniza a los jóvenes y les hace vencerse de pura precipitación, Mohoric no fue una cigarra. Actuó con el espíritu ahorrador de las hormigas. Se tapó en la fuga de catorce que se conformó. Camuflado. Se hizo el invisible y se expuso lo justo para que no le abroncaran y poder vencer. “El equipo quería que volviera a la escapada. He tratado de guardar el máximo de energía posible, y finalmente lo he dado todo en el último tramo. Era un buen final para mí porque soy bastante bueno en los descensos. Sabía que tenía una oportunidad de ganar”. El esloveno acertó en la diana.

ahorrar para ganar Se coló el Mohoric entre De Marchi, Carapaz, Rojas, Poljanski, Gougeard , De Tier, De Gendt, Courteille, Maté, Perez, Reis, Reyes y Bol. La fuga contó con el beneplácito del Sky, que advirtió la fatiga de muchos y dispuso un ritmo trotón para descontar kilómetros de la jornada más larga de la carrera. “Todo el mundo estaba bastante cansado. Si alguien hubiera querido disputar la victoria podría haber tirado todo el día, así que creo que todo el mundo estaba conforme con que tirásemos nosotros”, describió Froome. A hombros del gigante Knees y el percherón Stannard, el británico se repantingó en la hamaca. Ante esa visión, el resto del pelotón optó por la misma táctica mientras la renta de los escapados se fue a más de ocho minutos. Sonreía Jetse Bol, el holandés del Postobon, que ya fue líder virtual antes. Bol soñaba hasta que despertó. En meta se quedó a 46 segundos de Froome. Es séptimo.

La alegría de Bol contrastó con el padecimiento de Kudus, un cascabel feliz trepando hacia la ermita de Santa Lucía y que se quedó fuera de carrera tras un trompazo. Rui Costa también sufrió una caída que le agrietó la piel. El coche médico fue un imán para los cuerpos doloridos y vapuleado por la carretera. A Kudus el tobillo le sangraba demasiado y el doctor optó por enviarle al hospital. También abandonó Lawrence Warbasse, el campeón de Estados Unidos. Van Genechten tuvo que cerrar la Vuelta sacudido en la salida neutralizada. A Reis le descabalgó una moto que le derribó mientras ascendía el Alto del Castillo en su persecución a Mohoric, que ama las alturas. El esloveno escaló como ninguno y rapeló mejor que nadie. Entre los favoritos todos se ovillaron alrededor de la nana de Froome, pero nadie se enredó a la espera de Xorret de Catí, hoy, y la Cumbre del Sol, mañana, dos neones que alumbran en la Vuelta y de los que advierte Contador. “No creo que Froome se conforme con la ventaja que tiene. Si tiene una oportunidad va a intentar atacar”. Mohoric atacó de arriba hasta abajo para colgarse de Cuenca.