Rafa Nadal volverá mañana a ser el número 1 del mundo de forma oficial. Le habría gustado hacerlo después de un buen resultado en Cincinnati, donde llegó con la plaza asegurada, pero su derrota en cuartos de final ante Nick Kyrgios “en un partido terrible por mi parte” no estropea ese regreso a la cima poco más de tres años después. Cuando el balear dejó la cima del tenis en la primera semana de julio de 2014, los cinco primeros de la clasificación ATP eran los mismos de ahora, en otro orden: Djokovic, Nadal, Murray, Wawrinka y Federer. Todos están ya por encima de los 30 años y todos han tenido que parar en algún momento para pasar revista a sus cuerpos, pero ninguno renuncia a alargar su prolífica carrera y a seguir sumando Grand Slams.

El de Manacor ha sabido recuperar su nivel y reinventarse en un año extraordinario para él y llegará por cuarta vez en su carrera al número 1, donde cumplirá 142 semanas antes del US Open. La primera fue justo hace nueve años. “Volver ahí después de todas las cosas que he estado pasando en los últimos dos años es algo increíble, así que para mí es un logro magnífico volver a esa posición”, admite Nadal. En el último Grand Slam del año proseguirá la lucha por esa posición a la que también se ha sumado Federer con sus triunfos en Australia y Wimbledon. Nadal presenta este año un balance de 47 victorias y 8 derrotas, las dos últimos quizás inesperadas ante Shapovalov en Montreal y Kyrgios en Cincinnati. Pero el balear quiere “disfrutar de este momento” sin olvidar la autocrítica ya que “tengo que ver las cosas que he hecho mal para mejorarlas de cara al futuro y demostrar por qué estoy de nuevo ahí”. “Quiero jugar al mejor nivel posible en Nueva York y voy a prepararme para ello”, dijo tras caer ante el imprevisible australiano.

Este relevo, nueve meses después de que llegara Andy Murray al número 1, se produce en un momento en el que se avecinan cambios importantes en el orden establecido dentro de la ATP, por el empuje de los jóvenes y por los problemas físicos que afectan a varias de las figuras. Todo esto se ha manifestado en Cincinnati, cuyo cuadro ha parecido más el de un ATP 250 que el de un Masters 1000 y que mañana tendrá un ganador inédito en torneos de esa categoría. De hecho, desde París-Bercy en 2012 no había unas semifinales de Masters 1000 sin Djokovic, Murray, Nadal o Federer.

En ellas aún han estado dos representantes de la vieja guardia como Ferrer e Isner, pero siete de los diez primeros del mundo han faltado al torneo estadounidense por culpa de distintas lesiones, en algunos casos de larga duración como las de Djokovic, Wawrinka y Nishikori, y esa situación de incertidumbre puede extenderse en Nueva York. Nadal defenderá 180 puntos y Federer ninguno en Flushing Meadows, por lo que pueden abrir aún más brecha, que se puede ampliar en un tramo final de curso al que ambos llegarán sin puntos del año pasado. Por otro lado, jóvenes como Zverev, Thiem o el mismo Kyrgios pueden engordar su cuenta y acercarse a las cuatro primeras plazas.

Tantas bajas al mismo tiempo quizás puedan ser casuales, pero ya han llevado a la reflexión en el circuito. La dureza del calendario en una época en la que ya no hay especialistas y los jugadores se obligan a estar de enero a noviembre durante muchos años, los continuos cambios de superficie y la mayor exigencia de los partidos han aparecido como causas de esta acumulación de ausencias que, sin duda, hacen mella en las organizaciones y en el interés de los aficionados. Acortar la duración de los encuentros aparece como una de las medidas más apropiadas que se contemplan dentro de la ATP, aunque no se ha encontrado aún una solución sencilla y a gusto de todos. La longevidad de los jugadores es mayor también y, por tanto, el riesgo de lesionarse y así es posible que en los próximos años se asista a un mayor movimiento en los primeros puestos del ranking mundial y dominios como el que ha marcado el Big Four en la última década sean imposibles.