Vitoria - “El reto más grande de la sociedad es la erradicación de la pobreza. Éste es el deber de la humanidad”. Bajo el influjo del misionero jesuita Vicente Ferrer (Barcelona 1920-2009), un filántropo español considerado una de las personas más activas en la ayuda, solidaridad y cooperación con los desfavorecidos del tercer mundo, tuvo lugar ayer en las instalaciones del club náutico Aldayeta la tercera edición de la travesía Brazadas solidarias. Una quedada con fines solidarios cuya recaudación volverá a ir destinada este año a la fundación San Vicente Ferrer, centrada en esta ocasión en la construcción de viviendas en el distrito indio de Anantapur. Si hace justo un año se logró recaudar cerca de 3.000 euros que sirvieron para la construcción de una vivienda familiar en esta zona del sureste del gigante asiático, las previsiones de la edición de ayer indican que esta vez se duplicarán los fondos, lo que permitirá a la Fundación levantar otras tres viviendas más. Un éxito emocional “inesperado” y “sin precedentes” para los impulsores de una iniciativa que no ha parado de crecer desde que comenzó hace tres años. La primera vez lograron reunir a 14 amigos que realizaron la vuelta a la isla de Zuaza “de aquella manera”, esto es, sin avituallamiento ni seguro ni puntos de asistencia ni nada parecido... El año pasado el reclamo contó con algo más de ayuda y enganchó a 120 nadadores, pero lo de este año “nos ha desbordado en el buen sentido de la palabra”, reconocen Rubén Revilla y Josetxu Silgo, dos de los impulsores de este cita solidaria junto a Kepa Fernández de Arroyabe y Juanfe Fernández, que ayer no paraban de moverse y animar a todos los participantes. Desde primera hora de la mañana y arropados por un ejército de casi treinta voluntarios además del soporte del Club Náutico Aldayeta, los cuatro se encargaron de supervisar y gestionar la salida escalonada de los 300 nadadores, divididos ayer en cuatro grupos en función de la distancia que tenían previsto realizar. Las opciones se reducían a un 1.500 metros o un 3.900 metros, es decir, la vuelta entera a la isla.

Enfundados en sus respectivos trajes de neopreno, que en algún caso estaban acompañados por aletas y boyas de seguridad, el primer grupo se lanzó al agua al filo de las 11.15 horas bajo un sol de justicia. Minutos antes, eso sí, Kepa Fernández de Arróyabe, un vitoriano acostumbrado a participar en citas con fines humanitarios, recordó el carácter solidario y no competitivo de la cita con una emotiva rueda de energía que llevó a todos los presentes a entrelazarse las manos, guardar unos instantes de silencio y romper ese momento mágico con un sentido abrazo entre todos que fortaleció los lazos de una prueba que año tras año no deja de crecer -en la presente edición se quedaron fuera un centenar de peticiones- y que ayer terminó con “sensaciones muy buenas y positivas”.