- Entre los colosos alpinos que festonean Suiza, montañas que son Gullivers, moles amuralladas, se elevó un hombre escueto, Domenico Pozzovivo. Apoyado en la pértiga del entusiasmo y en el punto de forma adquirido en el Giro, donde fue sexto, el italiano tejió la etapa y el liderato. Escaso de talle, en el enjuto Pozzovivo cabe un continente de valentía y determinación. Eso le concedió un triunfo estupendo en La Punt, donde la lluvia, intensa, juguetona, le recibió con honores de héroe. Si a los generales les recibían en Roma con una lluvia de pétalos, en La Punt, a Pozzovivo le saludó la lluvia que moja de alegría. Una cascada de felicidad para el italiano. Pozzovivo creció exponencialmente en la ascensión a Albula Pass (2.315 metros), un puerto altivo, duro y con vistas áridas en la que enlazó con Woods para derrocar al canadiense en el descenso, sinuoso y afilado. Woods se asustó en medio de la lluvia después de tomar una curva salivando. Se quedó tieso. Nada que ver con Pozzovivo, que no se amedrentó bajo el aguacero. Cayó montaña abajo como un torrente. Surfeó mejor que nadie y contempló desde el cabo de buena esperanza el braceo final entre Rui Costa, segundo, y Ion Izagirre, tercero.
En una travesía de aspecto lunar se reconfortó el de Ormaiztegi, recuperado el organismo de la alergia que le apaleó en Villars sur Ollon y le sacó fuera de foco. Izagirre, que liderará al Bahrain en el Tour, se reconoció en el espejo y mostró su mejor perfil en una ascensión exigente, en la que se agitó con sentido, siempre al ataque. Junto a Izagirre brilló la armadura negra de Mikel Nieve, el pedaleo fluido, y Pello Bilbao, que tuvo que sufrir, pero supo agarrarse para no deshilacharse en Albula Pass. Inició Woods la escalada en solitario a un puerto tremendo, de esos que provocan desasosiego de solo mirarle la chepa e intuirle el rostro. Canadiense, buen escalador, imaginó el festejo hasta que el grupo de favoritos, en el que se arremolinaban el líder Caruso, Pozzovivo, Kruijswijk, Izagirre, Nieve, Pello Bilbao, Frank y Soler iniciaron el cortejo a la montaña. Dumoulin no estaba. Decidió no salir a competir.
Woods perduraba en su esfuerzo, si bien el paisaje era un puñetazo a esa altitud. Además, la amenaza del grupo de favoritos, en continua vibración, -lo intentaron Izagirre y Nieve, a relevos, Kruijswijk, el propio líder Caruso- era una pésima noticia para Woods. Al canadiense le esposó Pozzovivo, que entre tanto fogueo disparó la bala de plata. Se planchó a Woods cuando el canadiense respiraba el final del puerto. Compartieron el falso llano, aún con el piso seco. Entonces irrumpió la lluvia, tenaz e implacable. El asfalto, un espejo. Woods se miró en él y le devolvió el rostro del pánico. Pozzovivo descendió como un crío por el tobogán de un aquapark. Izagirre, excelente bajador, apuró en cada curva, pero para entonces se había escurrido Pozzovivo, un gigante entre colosos.