BAGNO DI ROMANA - “Te lo juro”. Se pone serio Igor Antón en medio del éxtasis, casi la misma felicidad que le recorre el cuerpo a Omar Fraile, apoteósica su victoria en Bagno di Romagna. Certifica Igor Antón que el triunfo estupenda, repleto de inteligencia, clase, tesón y rabia de Omar Fraile lo predijo el santurtziarra meses atrás, cuando el Giro solo era un punto rosa en el horizonte. “La etapa la tenía marcada y la ha ganado. Es un crack”. La maravillosa visión de Omar Fraile alzó el puño de la victoria en el Giro. Su cielo. Su sueño. Su mejor gol. El mundo color de rosa para Fraile, de estreno en una grande en un rincón que conoce porque hace un par de años se subió al primer triunfo profesional en el mismo paisaje. Se desatascó en el Giro de los Apeninos, su reino. Monarca Fraile. Se descorchó el vizcaíno en un escenario magno de una etapa repleta de solemnidad que partió desde Puente a Ema, un suburbio de Florencia, uno de los altares del ciclismo italiano. Allí nació el gran Gino Bartali, el vecchio, que peleó contra Il Campionissimo, Coppi. Fraile ganó a lo campeón.
A la ceremonia de coronación de Romagna, unida a la memoria de Pantani, se presentó Fraile con el petate necesario para triunfar. Menos es más. El irreductible Bartali, El Monje, inspiró a Fraile. Dos muelles y la voz de Bingen Fernández (su director), que le guió en el sprint a través del pinganillo, le impulsaron a la gloria en un grupo de notables: Pierre Rolland, Tanel Kangert y Rui Costa, de profesión francotirador. Fraile, espabilado, más listo que los ratones colorados, se colgó de la chepa del portugués, un tipo que domina el acecho y la espera como nadie. El santurtziarra fue el mejor depredador. Anclado en la espalda de Rui Costa después de que se desfogara Rolland y se quemara Kangert, el vizcaíno se encumbró. Fraile, la mirada felina cubierta por las gafas, se activó justo a tiempo. El momento de los campeones. Su arrancada fue una estampida que cuarteó al resto. A Rui Costa solo le quedó un fado, la música de la melancolía. El gran festejo, el gozo supremo, era para Fraile. Omar bramó su hazaña, un memorable viaje de mil leguas. Sacó el puño. Apretó su mejor triunfo dos veces para que no se le escapara con la presión con la que los niños abrazan los peluches. En ese mano cerrada, en el puño tenso, Fraile lanzó un directo al Giro del pasado año, cuando una caída le arrancó de la carrera y le dejó dolorido el ánimo. Omar, un guerrillero, el carácter ganador impreso en el tuétano, rehabilitó su esencia. Reseteó aquel mal recuerdo que le persiguió y se reconstruyó. La luz entró de nuevo en él. Con ese potente foco alumbró su estrella en los Apeninos, el sitio de su recreo.
Alcanzó ese maravilloso desenlace, -beso a su chica a través de la pulsera que ella le regaló con su inicial- con el impulso de Mikel Landa y su ciclismo de rompe y rasga. Enfermería o puerta grande, pero pisando arena. El vizcaíno y el alavés sublimaron sus perfiles con una fuga repleta de valentía. Levantaron una polvareda de rebeldía en una etapa que partía de Florencia, uno de los joyeros de Italia. En la ciudad donde reposa el David de Miguel Ángel, icono inconfundible del Renacimiento, Landa y Fraile tallaron con el cincel del entusiasmo y el arrojo una jornada grande, donde Dumoulin saboreó el asedio que le espera. Amador, engarzado en la fuga que parió el viaje de Fraile y Landa, tensó al holandés, que no posee la mejor guardia de corps. Nibali, que no conoce otro dialecto que el del enredo y la ofensiva, le buscó las cosquillas al líder, que ya en meta le respondió con un irónico pulgar hacia arriba mientras Nibali, a un palmo, le respondió con algo similar a una mueca y una mirada que se intuía no demasiado amistosa. Duelo al sol.
landa y fraile, juntos Bajo ese luz de mayo que a nadie escondió, el cielo un lienzo azul sin motas ni distracciones, se enfundaron Fraile y Landa como los jinetes que galopan hacia el crepúsculo, a la aventura entre montañas bellas y carreteras canallas. El de Murgia y el santurtziarra hablaban el mismo idioma: el de los soñadores. Engrasado el esfuerzo, caminaron con determinación y espíritu solidario. A su espalda, el grupo de Amador era una migraña para Dumoulin y su muchachada, obligados a sacar la lima para atemperar al costarricense. Landa y Fraile estiraron su peregrinaje hasta el Passo del Carnaio, donde Landa, juguetón, aprovechó el tobogán para darle alegría a su Giro. “Tengo que buscar una motivación. Ha sido un poco locura”.
Plegados Landa y Fraile en el cajón, se arremolinó la etapa en el Fumaiolo, la última y áspera cota. Omar rastreó el deseo de Rolland, su verde fosforito. Desplegó entonces el vizcaíno un tratado de inteligencia. El santurtziarra había ahorrado cuando supo que lo suyo con Landa no acabaría en el altar de Romagna. Había merendado. Brillante, se lanzó hacia la corona del puerto, en esa clase de sprints de los que pelean por las clasificaciones secundarias. Fraile, sin embargo, jugaba a ser protagonista. Su maniobra de distracción, puro camuflaje, resultó insuperable. Tomó unas brazadas de ventaja y enfatizó su candidatura en el descenso, donde se acodó a la espera.
Rolland contactó con él. Después Rui Costa tiró de la manilla para acceder al diálogo. En el retrovisor, el debate era más bronco. Nibali quiso desestabilizar a Dumoulin. También Pinot, que lanzó un salva antes de ser reducido. Faltaba la traca final en Romagna. Vinculado con el arnés de las prisas Kangert al trío formado por Fraile, Rolland y Rui Costa, se inició el diabólico baile de mascaras. Miradas bizcas, pausa, nervios y espera. El vals de la pólvora. Fraile bajó las pulsaciones y escrutó cada pulgada desde el asiento de atrás. Radiografía. Vio el camino que intuyó meses atrás con enorme nitidez, un carril que le reclamaba a gritos. Fraile, desatado, tiró la línea con el pulso firme. Entró en erupción para gritar su alegría. El gol de Fraile en los Apeninos, su reino.