TORTOLÍ - Las islas, por su naturaleza y configuración, son presas de sí mismas, vigiladas por los mares, insobornables centinelas. Viven sus habitantes en esa claustrofobia de saberse aislados, de que su territorio está cercado por la alambrada de los acantilados. Así que en las islas, la vida tiende a repetirse porque no hay modo de huir, de salir corriendo ni cuando se tiene miedo o prisa. O ambas. Es como la rueda de un hámster que gira a toda velocidad pero no avanza. En Cerdeña, en el segundo día de carrera del Giro de Italia, el del centenario, sublimado con la marca del infinito, todo tiene un aire repetitivo, de rueca de Penélope. Un déjà vu. Tanto se parece la segunda etapa a la primera, que en la escapada que se come el protagonismo circulan los mismos equipos representados en la víspera, salvo el Bora, dedicado con mimo y esmero al cuidado del líder desconocido: Lukas Pöstlberger, la orquídea del Giro, que ayer se secó ante la asfixia de André Greipel, un gigante de la velocidad. El germano no es flor de un día. Cuenta triunfos en las tres grandes desde 2008. Líder por derecho. La maglia rosa cambió de percha en un día en el que los maillots colgaron del tendal de El día de la marmota. Una desfile de banderas del tedio por Cerdeña.

Se anunciaron los estandartes por las carreteras pintorescas de la isla. Teklehaimanot (Dimension Data), que también estuvo en la escapada del viernes, Ilya Koshevoy (Willier), Simone Andreetta (Bardiani), Evgeny Shalunov (Gazprom) y Lukasz Owsian (CCC). Versos sueltos que se chocaron contra el viento, que frenó aún más a un pelotón que optó por la maneta de la calma chicha pensando en el futuro. En el Giro, el porvenir no tiene más horizonte que el sufrimiento. Así que se impuso el mantra de la hormiga. El ahorro y el depósito a largo plazo. Nada de caprichos ni de gastos superfluos. Economía de guerra para una carrera que aún permanece en los cuarteles. Genna Silana, el último puerto que sacó la chepa hacia Tortolì, agujereó las esperanzas de algún que otro velocista. A Nizzolo y Bennett, la orografía y el peso del viento les castigaron constante, golpeándoles el rostro como un púgil que busca del K.O. Los dorsales encajaban como sacos de boxeo. Se desparramó la arena en el descenso, una vez a la fuga se le cortó el cordón umbilical que le daba vida. Teklehaimanot, el eritreo de Dimension Data, se subió a la historia del Giro con el maillot de la montaña. Montaña abajo, con el reloj parpadeando un retraso evidente, la muchachada de Nibali estiró la cuerda, ovillada durante tanto tiempo. El recorrido, espeso, pestoso, era un pringue y un bostezo. Nibali, maestro de la emboscada, decidió agitar la coctelera.

nibali mete tensión En el ciclismo moderno, las bajadas resultan, en ocasiones, más fructíferas que las ascensiones, donde las diferencias se han recortado al paroxismo. Nibali, uno de los mas diestros en asuntos de descenso, dispuso el tablero del ataque y a Ilnur Zakarin se le atragantó la merienda. Le costó tragar saliva hasta que sus pretorianos le rescataron en un ejercicio de solidaridad y disciplina perfecta. El Katusha en tropel tapó la hemorragia con un torniquete eficaz que serenó a Zakarin y exaltó el esperado sprint en Tortolì. En una recta larguísima, una travesía en sí misma, Pöstlberger, el líder inopinado, el que se desencapotó el viernes y se descubrió entró en la pelea. Con Bennett borrado de la narración, el austriaco, trató de fotocopiar su arrebato. Sucedió que no hubo curvas ni enganchón que le sirviera calcar su triunfo. No todos los días son fiesta aunque caiga en fin de semana.

Ortodoxo el sprint, nada que ver con maraña de la primera etapa, con el Orica y el Lotto escribiendo el pentagrama del molto vivace, asomó el atómico Caleb Ewan, enjuto, una bola de cañón, el tremendo André Greipel y sus golpes en el pecho, Roberto Ferrari, dispuesto a emparentar su apellido con la marca de bólidos más famosa del planeta, Stuyvent y Fernando Gaviria, presto en la rampa de lanzamiento. Evaporado el rosa de Pöstlberger, engullido por la velocidad y los codos de los esprinters, entusiasmados en el encierro, su territorio; la jaula de la velocidad. Ewan, eléctrico, se alumbró con energía hasta que se le apagó el centrifugado en un chasquido de mala fortuna. Se le salió el pie del pedal izquierdo. Derecho al olvido. Surgió entonces imperial, aunque tosco y bruto, con ese aspecto de bulldozer que gasta, el expreso alemán, Greipel. El Gorila de Rostock encauzó su fortaleza por el centro y se despegó de sus oponentes para ganarse el jornal y estrenar la maglia rosa. Ocurrió después de la siesta. Entonces Greipel rasgó el tedio.