Olbia (Cerdeña) - A falta de turistas, de cruceros y de las invasiones de los veraneantes, en Cerdeña está el Giro, que celebra su centenaria edición posando la sombrilla de su leyenda en todos los rincones de Italia. Con ese espíritu de Garibaldi, costurero de la unificación, la carrera se puso guapa ante un mar bello, de tonos turquesas, reflejo de la costa Esmeralda que la cuida, que le da la mano con el cariño con el que las madres acompañan a sus hijos a la tienda de chucherías. Luego, todo se tuerce y a los hijos les da por ser rebeldes y echar un pulso por el poder en el reino del azúcar. La pataleta y el berreo han ganado muchas batallas y un montón de caries. En el retiro que es Cerdeña en mayo, el pulso sobre una etapa edulcorada lo venció la cabezonería de Lukas Pöstlberger (Bora). El austriaco cantó bingo y se lo llevó todo cuando le cambió el guion al día. El atrevimiento le alcanzó para llenar su armario de prendas de todos los colores. Vistió el rosa de líder, la maglia ciclamino y el maillot blanco del mejor joven en un día de confeti. “Esta mañana ni se me pasaba por la cabeza, esto es algo muy grande, inolvidable”. El de las nieves, de fiesta en la playa.
El espíritu de asueto lo impregnó todo. No hubo ni rastro de protesta frente al intrépido austriaco en una marcha cicloturista, donde Maestri (Bardiani), Benedetti (Bora), Bialoblocki (CCC), Brutt (Gazprom), Teklehaimanot (Dimension Data) y Zhupa (Wilier) trazaron una excursión con sonido de algarabía cuando pasaron por los pueblos y las gentes. El día que amaneció en Alghero tuvo ese aire relajado de la siesta que llega sin motivo, como caída del hombro de la costumbre. La cotidianidad de los pequeños placeres en un paisaje bello y sereno. En la salida -con la resaca del doble positivo de Pirazzi y y Ruffoni aún humeante-, a Ángel Vicioso, el más veterano de los participantes del Giro, le sobró tiempo para hacerse un selfi y lanzarlo a las redes sociales y recordar así su pequeño triunfo: la pose de la longevidad.
El recuerdo ocupó el ancho de la formación del Astana antes de que el Giro se pusiera en marcha. Los que fueron compañeros de Scarponi entrelazaron la memoria y la honra por el amigo que no puede estar, fallecido en un accidente de tráfico que enmudeció al ciclismo. La solemnidad, el silencio, irrumpió atronando pena en la salida. Recordatorio de la fragilidad de los ciclistas, el eslabón más débil de la carretera. Tras el respetuoso minuto de silencio, con el pelotón mostrando el rictus serio del respeto, un aplauso se elevó al cielo para abrazar a Scarponi, el hombre a una sonrisa pegada. Se impuso después la normalidad de la vida, que siempre rueda.
El cauce del Giro, enlazado en unos parajes idílicos, propuso una escapada consentida en la que se alistaron Maestri, Benedetti, Bialoblocki, Brutt, Teklehaimanot y Zhupa con la idea de rastrear los caminos de Cerdeña. Las barcas blancas, varadas en la arena, compartían el mismo pulso que el pelotón, con el latido sereno, la vista larga y el paso corto. Todos sabían que la etapa era un folleto para mostrar lo bonito de la isla. La mezcla del verde de las montañas, las rocas toscas unas y afiladas otras, la arena evocadora y la mar, siempre la mar, era un relato donde la emoción se declaró en huelga. Solo los fugados, que pelearon por las pedreas elevaron la tensión. En el pelotón se abanicaron los favoritos, mirando la costa, pensando que tal vez en unos meses puedan visitar la isla para repantingarse en las hamacas.
ritmo sosegado Los fugados se pasaron el día al trote y el pelotón al paso. Así que cuando se aceleró la carrera, se impuso cierto desajuste porque el sesteo durmió a la mayoría. Prensadas las ilusiones de Benedetti, Zhupa, Teklehaimanot, Bialoblocki y Brutt en el cajón de la mesilla, Movistar espabiló para que Quintana no sufriera en el curveo que desencadenaba en Olbia. Bahrain, guardián de Vincenzo Nibali, también se mostró como parapeto del siciliano. Incluso Lotto calentó un poco las piernas para que galopara André Greipel en el sprint que se preveía. En ese estado de duermevela, narcotizante la tarde, ocurrió lo inesperado en el calles de Olbia, cuando tras un enganchón que deshilachó un tanto el orden establecido, se puso en órbita un austriaco de 25 años con ganas de voltear la lógica y tirarla por la borda. La mar estaba cerca y Lukas Pöstlberger, debutante en una grande, tenía el alma pirata.
Apenas restaban algunas curvas y Pöstlberger se disparó con el entusiasmo de los aventureros cuando no reconoció la sombra de su compañero Sam Bennett. Sin el espumoso irlandés a rebufo, el austriaco ganó unos palmos y enroscó la cabeza sobre el manillar. Mientras tanto, la duda danzaba en los maillots de los equipos con velocistas, que no llegaban a reconocerse en la verbena. Para cuando conectaron con la marcha marcial, al tirolés le bailaba la sonrisa y la daba vueltas la cabeza, borracho de felicidad, incrédulo ante su exitoso asalto. Dichoso, en su mejor victoria de siempre, abrió los brazos y festejó su buena estrella mientras a su espalda el duelo entre velocistas no dejaba de ser una caricatura con Ewan y Greipel. Lukas Pöstlberger posaba para la historia con un traje rosa. De fiesta en la playa.