odio al fútbol moderno. Es un lema que se escucha mucho últimamente entre los aficionados al deporte rey. Entre las masas balompédicas, marcadas a fuego por sus escudos centenarios, triunfa el amor incondicional a colores transmitidos de generación en generación. Una herencia a veces cargada de gloria, a veces un lastre. En ese ecosistema romántico, añejo, está de moda odiar el fútbol moderno. Odio al fútbol del marketing, a las rutinas rotas por horarios imposibles impuestos por las televisiones, odio a los fichajes obscenos. Odio por caros, no por guarros. Odio al fútbol moderno. Al que rinde pleitesía al poderoso, al que se resiste a la tecnología para que el error siga favoreciendo a los de siempre. Al de los padres violentos en la banda, odio al que crea niños estrellados en las academias. ¡Odio al fútbol moderno! Pero entre el marketing, entre la tiranía de las televisiones, entre los fichajes obscenos (por caros, no por pornográficos, que también), entre los árbitros comprados y los padres hooligans también el fútbol moderno posibilita historias bonitas. Dentro de un siglo alguien contará que grandes clubes se fundaron en el bullicio industrial de finales del siglo XIX. Pero también que en los inicios del siglo XXI otros equipos revolucionaron el fútbol de su país con sus primeros pasos. Es el caso, por ejemplo, del FK Krumkachy, un club fundado en 2011 y que está cambiando el fútbol de Bielorrusia. Un grupo de aficionados se conocieron a través del foro de un periódico deportivo, el Pressball, y se les ocurrió la idea de fundar un equipito en el que pudieran jugar ellos mismos. Crearon el club en la ciudad de Minsk y comenzaron a jugar en ligas recreativas de fútbol 7.

Pero tras un par de años, sus fundadores, liderados por Denis Shunto y una caja de cervezas, se hicieron una pregunta: ¿Qué pasaría si diésemos al fútbol profesional? La interrogación tenía su enjundia, puesto que el fútbol bielorruso es como el mus en Urduliz: tiene sus propias reglas. El país conserva tres categorías al más puro estilo soviético. Todos los clubes (todos) están intervenidos en alguna medida por agencias gubernamentales y por fábricas estatales. Aportan el dinero justo para que no desaparezcan, el justo para no poder destacar. Así, el fútbol bielorruso agoniza, con gradas vacías. La competición no suscita interés. De hecho, el BATE Borisov ha ganado las últimas once ligas de manera consecutiva.

Cuando los dirigentes del Krumkachy se presentaron ante la Federación Bielorrusa poco menos que los cuadros de las paredes se cayeron con las carcajadas de los presentes. ¿Un equipo privado en la Federación? ¿Con qué dinero? Shunto y sus colegas de internet respondieron convencidos: con el nuestro. “Os arruinareis”, les contestaron, “tendréis que disolver el equipo a media temporada”. Pero el FK Krumkachy siguió adelante y, para orgullo de sus dirigentes, sin financiación del Estado. Los aficionados, algunos de ellos jugadores del propio equipo, pusieron el capital y se inició una campaña que contagió a una sociedad dormida. El FK Krumkachy es el equipo de los hipsters (nadie sabe muy bien por qué), de todos aquellos que no tenían un equipo favorito, de todos los que estaban cansados de ver lo mismo.

El club apostó por contratar jugadores a punto de retirarse o descartes de otros clubes. Los jugadores llegaron atraídos por el singular proyecto y por el especial ambiente de sus partidos (Convocan en cada partido la friolera de 1.500 espectadores en las gradas). Uno de los primeros en fichar fue Alexander Skshinetsky, quien años atrás llegó a ser internacional sub’21 y que, tras fracasar en el fútbol, se vio trabajando en la construcción con 26 años. Ahora es uno de los pilares del Krumkachy y su mujer hace las labores de preparadora física.

Los futbolistas jugaron de manera gratuita en Segunda y consiguieron el ascenso a la máxima categoría hace dos años. La temporada pasada el equipo atrajo a mejores jugadores y consiguieron la salvación. Ahora acaban de arrancar su segundo curso en la élite del país y, a pesar de tener el presupuesto más pequeño de la Liga y mantener ese ambiente especial en el que los jugadores se quedan en el terreno de juego una hora después del partido conviviendo con los aficionados, alimentan sus aspiraciones deportivas. Ser campeón es complicado, pero sueñan con clasificarse para jugar la Liga Europa. Los cuervos (eso significa krumkachy) se miran en dos espejos. Primero en el Eibar, por llegar a la élite con un presupuesto muy inferior al de sus competidores. Después, se fijan en el Leicester. Porque si no sueñas con ser campeón, no merece la pena jugar al fútbol.