Iruñea - En el Paseo Sarasate se congrega un pelotón de curiosos y aficionados alrededor del autobús negro del Trek. Pasado el mediodía, el toldo desplegado, todos clavan las tachuelas de sus ojos en la puerta de atrás del vehículo, abierta pero en penumbra. Salen, como los caracoles al sol, Markel Irizar y Haimar Zubeldia. Algún saludo y un puñado de ánimo. En el último instante asoma Alberto Contador, con las gafas apoyadas sobre la cabeza. No lleva casco. El reconocimiento facial es inmediato. Un resorte de aplausos y voces recibe el descenso del corredor de Pinto del autobús. Instante para los teléfonos móviles, testigos de nuestro tiempo. Fotos y arengas varias alrededor del madrileño. “!Tú sí que puedes campeón!”, “¡Grande Contador!”. Con esos ecos se fue al control de firmas Contador. Bonitos sonidos. Pensamiento positivo. Un paseo.
En una jornada con aspecto manso, Contador pudo ahogarse en el oleaje que precedió al sprint. En Sarriguren, que apoya la cabeza en Iruñea, llegó el madrileño en silencio, la afición aplaudiendo con sorpresa su llegada tardía. Desubicada porque descubrió a Contador donde no se suponía. El madrileño alcanzó la meta 55 segundos después que Matthews, que aún celebraba con serpentinas su triunfo. El retraso de Contador se debió a una caída ya dentro del último kilómetro que le abolló la carrocería y le introdujo una pizca de zozobra por eso de la incertidumbre. “Ha habido un par de corredores que han salido rectos y yo he salido con ellos. Afortunadamente hemos caído sobre césped”, expuso Alberto Contador sobre su caída.
La hierba se alió con el líder del Trek, que pretende su quinta txapela en la Vuelta al País Vasco y romper el empate que le suelda actualmente al palmarés de José Antonio González Linares. “Nos hemos salvado de una caída dura. Dentro de lo que supone caerte, no he tenido ningún problema. Hemos salvado la jornada con tranquilidad”, resumió Contador, amortiguado por el césped, el mejor suspiro. Verde que te quiero verde. Después elevó el pulgar en alto, como Winston Churchill mostraba la uve de victoria en tiempos de guerra, para tranquilizar de esa manera a la concurrencia. “No tengo dolor”, expresó el ciclista madrileño, feliz por su tesoro: encontrar un trozo de césped en un universo en el que manda el asfalto. - C. Ortuzar