Bilbao - Le dijo Alex Txikon (Lemoa, 1981) al Everest (8.848 metros) al oído que si este año no podía ser, quizás se verían más adelante, que era posible por “pulmones y piernas”. Se lo contó al regresar al Campo Base, tras haberse visto imposibilitado su segundo ataque a cumbre. Después, cuando toda la expedición esperaba cerrar los últimos flecos, el alpinista vizcaino se afanó en recordarle a la montaña más grande del planeta que no se trataba de un “adiós”, que era un “hasta luego”. Algo de los 82 días de aventura invernal, sin oxígeno, se le quedó clavado en el alma. “Me ha robado el corazón”, dijo entonces el lemoarra. Esa cima le visitaba en sueños en el saco de dormir y le cantaba canciones de cuna. Txikon anhelaba coronar. Pero no. No fue posible. El Everest no se dejó domar en condiciones climatológicas infernales, en las que un miembro sin la protección adecuada se congela en medio minuto, y el alpinista vasco tuvo que regresar y abandonar la intención de la cima. El permiso del Gobierno de Nepal estaba fechado hasta el fin del invierno europeo, pero la montaña no quiso intrusos, ni aunque trataran de domarla a base de caricias. La salvaje hostilidad del Everest agarra el pellejo en su hirsuta grandeza blanca, gris y azul.

Txikon tuvo que despedirse de uno de sus sueños y ayer recordó cada una de sus vivencias después de aterrizar. Bajó del avión en Loiu el jueves, donde le esperaba su numerosa familia, durmió “lo normal” en Lemoa y se presentó en Bilbao para contar su reto. La gesta himalayesca, el más difícil todavía, el triple salto mortal, se quedó a falta de un gran final de tajo, pero la realidad es que solo Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy saborearon esa cima en invierno. Fue en 1980, en la que fue la primera invernal exitosa a un ochomil. En aquella ocasión, usaron una expedición con veinte miembros, varios sherpas y botellas de oxígeno. La apuesta de Txikon, si bien más arriesgada, carecía de la masa de la de los polacos. “He comprobado en primera persona por qué nadie había hecho cumbre en 37 años”, agrega el montañero. “Me he ido del Everest con un sentimiento agridulce porque, sintiéndome cada vez más fuerte físicamente, al final nos ha echado el invierno”, evoca el lemoarra, quien analiza que “no sé si tratar de hollar en invierno y sin oxígeno artificial es la última frontera del ser humano, pero que nadie dude de que al menos lo hemos intentado. Lo hemos dado todo, hasta el punto de que el equipo acabó exhausto por el esfuerzo realizado. Los sherpas que me acompañaron en la primera parte querían seguir, pero los médicos se lo impidieron por temas de salud. Únicamente permitieron que Nuri Sherpa, con tres ascensiones al Everest, siguiera conmigo”.

La Cascada del Khumbu En el balance que hace Txikon de la experiencia en el Everest invernal destaca la temida Cascada del Khumbu, que se encuentra entre el Campo Base y el Campo 1 de la montaña, un laberinto de seracs que cambia a diario por las perversiones arquitectónicas de la meteorología. “Preveíamos para esta parte 3.000 metros de cuerda y al final habremos utilizado el doble, así como decenas de escaleras”, relata. En esas andanadas, el equipo portaba a sus espaldas mochilas con “30 ó 35 kilogramos” de peso. “Nuestros equipos personales pesan alrededor de ocho y el resto era material para vestir las rutas”, advierte el lemoarra. “He bajado doce kilos en la expedición, cuya duración ha sido de 82 días. Aun así, hemos trabajado la montaña durante 31. Eso implica un desgaste alto. Nos poníamos cerca de cuarenta kilos a la espalda”, sostiene. Califica el alpinista la Cascada como “la zona más peligrosa y complicada, que requiere mucha exigencia y en la que pasas mucho miedo”. La llegaron a equipar hasta en cinco ocasiones distintas. “No sabíamos lo que nos íbamos a encontrar allí arriba; sin duda alguna, ha sido mucho más duro de lo que los propios ice doctors, los especialistas del hielo, o yo mismo pensábamos encontrarnos en esta temporada invernal”, remacha.

“Sin duda, lo peor ha sido el fortísimo viento en contra que hemos tenido desde el minuto uno, un día sí y otro también, y que nos ha condicionado toda la expedición”, desgranó Txikon, quien afirmó que “la fuerza del viento los últimos días era tan fuerte que literalmente era imposible dar un paso adelante; ni Superman hubiera podido avanzar con las velocidades cercanas a los cien kilómetros por hora que me he encontrado a poco más de 7.000 metros de altura”.

Se refiere, sobre todo, al primer ataque a cumbre, trazado para el 13 y el 14 de febrero. Las fuertes corrientes les obligaron a retroceder desde el Campo 4 (7.950 metros). “Se ha hablado del tema del oxígeno. Los sherpas que venían conmigo están trabajando y no tienen la misma pasión que yo, así que les obligué a que lo tomaran. Íbamos muy al límite. De todos modos, en las expediciones primaverales, cada sherpa lleva tres botellas y, en nuestro caso, solo dos”, argumenta el alpinista, quien quiso recordar el problema con Seven Summits Trek que le obligó a regresar a Katmandú desde el campo base. “Es otra cultura y tuvimos que bajar a solucionarlo”, apostilla.

La llegada de Reinhold Messner -primer hombre en coronar los catorce ochomiles- también fue un “chute de energía” increíble y, además, medió entre el Gobierno nepalí y el bloque de Txikon. “El invierno en Nepal acaba el 7 de marzo y, aunque teníamos permiso hasta el 14, Messner intercedió con el Ministro para que no hubiera problemas”, anuncia el lemoarra. “En el segundo intento íbamos muy justos, pero creo que hubiera sido posible. El viento era demasiado fuerte para seguir”, desbroza el de Lemoa. “De toda la aventura me quedo con una escena en el C4, en la que vi toda la grandeza de la montaña, mientras el viento no nos dejaba estar de pie. Ahora estoy contento por estar aquí. Cuando venía en el avión y reconocía montañas se me caían las lágrimas. Volver entero es un éxito”, finaliza Txikon.