“Es curioso que fuera un gasteiztarra quien iniciara la relación entre Euskadi y el surf”, explica Javier Amezaga, autor del libro Surfing the Basque Country, una recopilación de imágenes sobre la historia y la cultura de este deporte desde que comenzara dentro de las fronteras vascas por los años 60. A Amezaga le asombra que sea alguien de la capital, localidad sin costa y a varios kilómetros del mar, quien pusiera el germen del salitre y la parafina. Pero así lo narra: “El gasteiztarra Ignacio Arana, cónsul en las islas de Hawai, regresó a casa allá por 1912 y lo hizo con dos tablas y un libro de fotografía surfera. Se dice que durante la Guerra Civil las tablas fueron destruidas, sin embargo, el libro salió ileso, tratándose de la primera publicación conocida que data la relación entre el surf y Euskadi”. Poco más se supo de este deporte en las olas vascas durante los años posteriores, como si con la eliminación de los tablones también se hubiera borrado de la memoria colectiva las fotografías del libro hawaiano.
Sin embargo, llegaron los años sesenta y, con ellos, el surf regresó a la costa vasca, pero esta vez para quedarse. “El origen europeo del surf está en Biarritz. Entonces, desde ahí, se fue extendiendo primero por Gipuzkoa, por proximidad, y después a Bizkaia. Fue algo paulatino, lento, porque todo esto surgió en plena dictadura, así que no era fácil conocer cosas del exterior. Por eso, aunque ahora esté cerca, en ese momento Biarritz estaba muy lejos”, reconoce Amezaga. El donostiarra Iñaki Arteche fue el primer vasco que consiguió romper la cárcel de la dictadura y meterse en el agua para imitar a los protagonistas de las pocas pero inspirativas publicaciones surferas que llegaban a sus manos. Era la Gipuzkoa de 1964 y, tal y como explica el autor de Surfing the Basque Country, Bizkaia quedaría prendada de este deporte pocos meses después: “Los pioneros vascos entraron en este mundo un poco por casualidad: Arteche porque lo vio en una revista de surf y se animó, otro porque fue a Biarritz y se trajo un tablón, José Luis Elejoste porque lo vio en una película...”.
Y es que, como narra Amezaga, fue Elejoste quien surfeó por primera vez una ola vizcaína. Corría el verano del 64 y acudió al cine al aire libre para disfrutar de la película del día. Tuvo suerte, se proyectaba un film hawaiano de temática surfera. Elejoste no supo del todo lo que sus ojos veían, pero le encantó. Quedó prendado. Así que enseguida se plantó en la arena de Plentzia con su tabla comprada por catálogo al extranjero. Expiró y se metió al mar bajo la sorprendente mirada de los presentes. Y desde entonces casi no hubo día que no intentara ponerse en pie sobre las aguas.
A él le siguieron muchos, entre ellos Carlos Pradera, otro de los grandes precursores de este deporte en Bizkaia. También llegó al surf por casualidad y dedicó su juventud a probar todas las olas del territorio. Sin embargo, nada tenía que ver con Elejoste. “Eran dos muchachos que no se conocían entre sí, que comenzaron por causas diferentes y que solo compartían una pasión. Así que fue inevitable y el surf les acabó juntando”, relata Amezaga, quien consiguió reunir las primeras imágenes del surf vizcaíno y reconoce que datan de 1968. “Por aquel entonces, los surfistas eran como islas, cada uno por su lado. Pero luego, a comienzos de los 70, empezaron a hacerse agrupaciones de surfistas, lo que yo llamo tribus, en zonas determinadas: Zarautz, Bakio, Sopelana, La Arena... Eran grupos con relaciones entre sí, que viajaban juntos y tenían muy buena relación. Es decir, aunque estuvieran en playas diferentes, estaban muy conectados”, explica Amezaga. Sin embargo, el autor admite que poco queda ya de esas agrupaciones de los setenta, de aquellas tribus que dejaron estudios y trabajo para dedicarse de lleno a un deporte recién descubierto en Euskadi: “Todo eso se ha ido perdiendo porque ahora el surf se ha ido masificando, está ya totalmente extendido en nuestra costa”.