Una moqueta de serrín actúa como una alfombra de honor para entrar en el santuario de Lemoa de Aitzol Atutxa (Dima, 1988), donde se desarrollan las tardes de entrenamiento. Donde habla con Armando Larrea, uno de sus consejeros, quien le ayuda, le comenta, le dice qué opciones son las mejores para atacar un tronco. También habita en ella Kepa Atutxa, padre del campeón, que fue aizkolari. En ese triunvirato y con la ayuda de toda la gente de su alrededor, que tiene hasta el tuétano lleno de astillas, se mece el dos veces campeón de Euskadi Individual (2014 y 2015) en busca de su tercer título.

“Aquí no hace falta calentar, con los preparativos ya has comenzado a sudar”, analiza Atutxa. Lo dice mientras selecciona entre un montón de troncos de hay cuál va a ser su siguiente víctima. No hay muchos, porque en los prolegómenos de la cita han ido vaciando la vereda del probadero durante los entrenamientos. Al lado, tienen piezas de pino y de chopo. Todo tiene una explicación. Lo cuenta Larrea, preparador del aizkolari vizcaíno. “El haya es la más cotizada, la que se usa en las competiciones oficiales y es la que usamos para prepararlas. El resto de materiales los cogemos para ensayar de cara a las exhibiciones o para realizar rodaje”, afirma el técnico. Antes de nada, de cortar, de estirar la cintura, la espalda, el tronco y demás, el trabajo clave es la labor más oscura. Armando y Aitzol seleccionan por medidas -el de Dima siempre lleva un metro en el bolsillo del chándal- las tres piezas que interesan, las mueven con los ganchos, las apartan y, depende de cómo sea el entrenamiento, tienen que andar separando del grueso de troncos los que quieren y los que no. Larrea corta con la motosierra la distancia establecida de antemano y aparta tres piezas. Después, la cortan por dos zonas contrarias para poder clavar los tacos de madera y los apoyaderos y Aitzol, con la peladora, elimina la corteza. “A la hora de realizar un entrenamiento podemos tirarnos cerca de tres horas entre acondicionar la madera y demás. Después, por suerte, tenemos a unos conocidos que nos limpian de astillas, virutas, serrín y trozos la zona. Ese trabajo puede suponer dos horas más fácilmente”, confiesa Atutxa II. El pan suyo de cada día. “Por suerte, tenemos este sitio que es nuestro y entrenamos con otras cuatro o cinco personas y se puede repartir el trabajo entre todos. Generalmente, es duro, porque llego aquí por la tarde después de haberme despertado a las seis de la mañana para ir a trabajar”, recita el campeón.

Asimismo, tal y como explica, el desembolso económico para la puesta a punto es importante. Señala Aitzol al grueso de troncos y confiesa que “antes ahí había un trailer”. “Fíjese, cuando me llaman para las exhibiciones siempre suelo ir, lo tomo como un buen entrenamiento y aprovecho el haya que me ponen. De este modo, no gastamos la que hay en casa”, certifica. La madera tiene su arte. Lo saben tanto Atutxa como Larrea, que además trabajan juntos en la empresa del aita de Aitzol. Los tres son aizkolaris.

Una vez pelados los troncos, clavados en las barras y el probadero organizado, Atutxa se acerca al coche. Coge una caja de madera añeja tratada, decorada con dos lauburus. Ahí están los hachas. Después, tumba una toalla en el suelo y se dispone a estirar la cintura, los abdominales, las lumbares? Armando coge las herramientas de Aitzol y coloca tres en los troncos. “Cada una de los hachas puede costar alrededor de 500 euros. Vienen sin el dibujo, algunas desde Australia, y tenemos que prepararlas con la rotaflex para darlas forma, afeitarlas y ponerlas a punto. Podemos tardar entre tres y cinco horas en cada una. Son delicadas. Por ejemplo, si el filo tiene una muesca, no vale con quitarla, hay que recortar desde el inicio de la pieza metálica. Después, cada uno las prepara como le gustan”, declara. Atutxa II, por ejemplo, cuenta que suele llevar alrededor de “diez o doce” a las competiciones. Van en pack de tres: la de fuera, la de dentro y la del tronco de 72 pulgadas, con el mango más largo. “También tengo hachas de entrenamiento y de torneos. Los de competir los uso media hora y les paso la piedra otra media; mientras que los de entrenar están más trotados”, desgrana Aitzol. Kepa, su aita, incide en que “varían también según si la madera es más blanda o más dura y para los nudos suele haber una herramienta vieja”. Respecto a ese tema, Aitzol no es maniático, pero sí tiene seleccionadas las que son de competir, entrenar y para las exhibiciones. “Lo que hace a un buen hacha no es solo cómo penetra en el tronco, sino cómo expulsa la madera. Tiene que haber una buena combinación de las dos cosas”, esgrime.

Para el último ensayo serio antes de iniciar la final del Campeonato de Euskadi Individual de aizkolaris, Atutxa tiene tres troncos enfrente. Mañana volverá a subir a Lemoa para definir qué material usar y cerrar el modo de afrontar la pelea del domingo en el frontón Bizkaia de Bilbao, a partir de las 12.00 horas. Una apuesta arriesgada de la organización que puede cuajar.

Cuando se sube al primer tronco sonríe. Y dice: “Siempre me preguntan que si me he cortado alguna vez los pies, pero nunca me ha pasado nada. Toco madera”. Armando le acompaña con una vara. Y empieza la hora de la verdad. A Aitzol le cambia el gesto. La seriedad le inunda. En Lemoa comienza a notarse cómo la luz crepuscular pide la cuenta al día y la noche, con las heladas incipientes exigiendo su lugar otoñal, empieza aflorar. Hace fresco. Atutxa II inicia su ensayo con un golpe seco. Pum. Otro. Pum. Armando Larrea le anima, le marca cómo cortar, qué camino seguir, le acerca el hacha de dentro cuando lo necesita y le va eliminando las virutas con la vara. Aitzol es un tipo tranquilo y de permanente sonrisa, pero enfrascado en el tajo se le centra la mirada en el filo y no para. Es una dinamo. Un motor de explosión. Pum. Pum. Pum. Estilísticamente, estira su andamiaje de 1,91 hasta el cielo, con los brazos guiñando el sol que va escondiéndose y no para en media hora. Revienta. Pum. Pum. La cadencia cambia según la parte del tronco que corte. Larrea le guía. Pum. Pum. Kepa Atutxa le ayuda. Pum. Pum. Le animan. Un tándem perfecto. El músculo de los sueños.

La hoja de ruta a la final Así, la semana de Atutxa II se vertebra en seis sesiones de trabajo y una de descanso. “Dos veces o tres, depende de la cita del fin de semana, suelo venir a ensayar con el hacha. Además, entreno un par de días o tres en el gimnasio de Lemoa, donde trato de fortalecer todo el cuerpo”, desbroza Aitzol. En sus sesiones de interior nunca falta el hergómetro, porque “es un ejercicio que puede asemejarse a nuestra especialidad”. Cuenta el dimarra con el problema que de que la aizkora no dispone de una hoja de ruta en materia física. “Llevo un año en el gimnasio y aún no tengo ni idea de las máquinas”, argumenta.

De cara a la cita del domingo solamente volverá a pisar la moqueta de serrín de Lemoa mañana para cerrar flecos. “El sábado descansaré para ir con las pilas cargadas”, agrega Aitzol. En el Bizkaia de Bilbao, el vizcaíno buscará su segunda reválida como mejor aizkolari de Euskadi y cree que le llega “en un buen momento, aunque he notado el volumen de trabajo del verano”.

Entre los rivales a batir de la decisiva cita por la txapela, Atutxa destaca a Iker Vicente, de 19 años, y Mikel Larrañaga, de 27, por ser “los campeones del Gipuzkoa y Nafarroa”. Ugaitz Mugerza, Juan José López y Joseba Otaegi serán los otros tres adversarios. Vicente superó al vizcaíno en la semifinal, pero Aitzol avisa: “Nunca he fallado dos veces seguidas”.