Duración: 66:39 minutos de juego; 25:55 de juego real.

Saques: Ninguno.

Pelotazos: 520 pelotazos en juego.

Tantos en juego: 17 de Berasaluze II, 3 de Urrutikoetxea, 9 de Olaizola II y 3 de Larunbe.

Errores: 4 de Berasaluze II, 2 de Urrutikoetxea, 1 de Olaizola II y 1 de Larunbe.

Marcador: 0-1, 1-2, 1-3, 2-4, 3-5, 5-5, 7-6, 8-7, 8-8, 9-11, 10-12, 11-12, 11-13, 12-13, 13-13, 13-14, 14-14, 14-15, 17-16, 17-17, 18-17, 18-18, 19-18 y 22-18.

Incidencias: Partido homenaje a Pablo Berasaluze en su despedida como manista profesional después de 18 años y 8 meses en activo disputado en el frontón Bizkaia de Bilbao. 2.850 personas.

BILBAO - Lo reconoció Pablo Berasaluze después. Lo dijo. Se le acumularon las sensaciones cuando efectuaba el saque que cerraba el festival de ayer, su partido, el estelar, su homenaje y su despedida como pelotari en activo, como manista profesional. Se acababa para el delantero de Berriz una vida cosida al cuero, de la que ha pasado casi la mitad dentro de las filas de Asegarce. En ese momento, cuando el partido se acababa y el telón lucía a media asta, llegó el remolino de emociones. El Bizkaia de Bilbao se ponía de pie, asomaba la sonrisa en los amigos del vizcaíno y él, ajeno, ejecutaba el saque. 21-18 en un duelo de alternativas en el que apenas hubo yerros y ni Aimar Olaizola ni Mikel Larunbe especularon a la hora de la guerra de trincheras.

Sacó. Respondió Olaizola II con un resto de sotamano. Berasaluze II lo vio. Ni un paso atrás. Una parada al txoko. Marca de la casa. Pablo puso su firma. Y el frontón se rompió.

Y llegó el fundido a negro.

Llegó la oscuridad más inmensa. Pablo lo era todo. Catarsis. Actor. Público. El telón cayó. Focos sobrevolando el negro del Bizkaia en las más negra de las tardes como avispas hipervitaminadas. Música en los altavoces. Entre bastidores, en las entrañas del frontón, grises, se acababan las últimos segundos, los estertores en la pelota profesional. Se equivocó el cantante que dijo que un final nunca es un buen final.

En la negritud se pasaron por la retina del público cómo se había desarrollado el encuentro que cerró la vida deportiva de Berasaluze II, que comenzó como el octavo de su saga pero se puso el nombre artístico de su padre como homenaje en sus últimos años de actividad. En ese espacio sin formas, de ceguera colectiva, el berriztarra se dio cuenta de que había comenzado tímido y de que después había acabado terminando diecisiete tantos como diecisiete soles. El legado del mago de Berriz: un último espectáculo. Houdini. La varita y la chistera cuelgan ya, junto con su gerriko, en algún lugar de su hogar. Aunque el artista lo es hasta el tuétano, ya desde la cuna.

Aimar no asistió a un homenaje. Larunbe tampoco. No hay prisioneros. Los dos cuajaron un encuentro serio que, en los primeros compases, llegó a tener al goizuetarra desatado. Olaizola II es un as. Dijo de él Pablo que era el “mejor pelotari” que había visto. Ayer fue un convidado a una merendola que vino a romper el equilibrio entre lo competitivo y lo emotivo del momento. Honesto con su modo de juego, asombró con su gatillo fácil. Se asoció con clase Larunbe, respondón incluso en labores ofensivas -trazó dos dejadas, una en la punta y otra al txoko, espectaculares-, encontró altura y supo quitar pelota en momentos importantes al de Berriz, custodiado por Mikel Urrutikoetxea en los cuadros largos.

Pero él, Berasaluze, era el absoluto protagonista. Cada uno de sus remates fue jaleado. El Bizkaia vibró como pocas veces. Un frontón frío por su amplitud se transformó en una caldera. Efecto volcán. Un final de cuento de hadas para homenajear a un manista que, ahora sí, trascendió lo puramente deportivo. A pesar de no tener txapelas, el delantero se llevó el cariño de 2.850 gargantas en el epílogo de su carrera.

Su efigie se quedará clavada en el emplazamiento pelotazale de Miribilla, tal y como está la de su abuelo: Txikito de Mallabia. Ese detalle fue la última página de la vida deportiva de Pablito, al que se le acumularon las loas tras decir adiós.

El diablo Berasaluze, el rematador Berasaluze, el hiperactivo Berasaluze, el referente Berasaluze, el artista Berasaluze, el competidor Berasaluze, sus mil caras, quedaron ayer aparcadas sobre el suelo negro del Bizkaia. Era el fin de una historia a la que le escribieron las páginas desde el ADN, pero a la que le dio lustre la certeza inapelable de un manista con menos envergadura que el resto pero con un regusto especial por terminar el tanto.

No se quedó corto en su adiós. Era el mejor momento. Clavó 17. Podían haber sido más. Hubiera redondeado cada tanto como cada año de su vida deportiva. ¡Qué más da! Todo se acaba. Fundido a negro. Alma de leyenda. Fin del espectáculo.