ALTO DEL NARANCO - En Francia son incapaces de ponerse de acuerdo sobre cuál es la cima por excelencia del Tour -Alpe d’Huez, Tourmalet y Galibier, entre otras, tienen sus adeptos-, y lo mismo les ocurre en Italia con las grandes cumbres del Giro -quizás el Gavia, pero por qué no el Stelvio, el Mortirolo o el Passo Fedaia (Marmolada)-.

Pero en la Vuelta no existe esa duda, y los Lagos de Covadonga son el puerto por antonomasia.

Se podría argumentar en contra que no es la ascensión más dura que ha incluido la Vuelta en sus trazados, porque, por citar uno de bastantes ejemplos, el Angliru es terrorífico con sus 12,6 kilómetros con un desnivel de 1.265 metros (10% de pendiente media y rampas de hasta el 23,5%). Pero los Lagos de Covadonga, con sus 14 kilómetros al 6,87%, tienen algo que solo da el tiempo y que puertos como el Angliru aún tienen que acumular: historia.

Desde que se descubriera en la 1983, su ascensión ha marcado casi cada edición en la que se ha subido, y a menudo -sobre todo en los 80 y los 90- ha servido para consagrar al vencedor de la general.

En aquella primera ascensión de 1983, Marino Lejarreta inauguró el palmarés de los Lagos, pero fue Bernard Hinault quien les dio la vitola de gran puerto al comparar su dureza con la del Alpe d’Huez. Por su parte, la prensa francesa y española se lo pasó muy bien llamando a los Llagos de Enol (su nombre en asturiano) los Lagos de Hinault, lo que sirvió para darles aún más publicidad.

El Junco de Bérriz acabaría segundo en la general, precisamente tras el francés, que no decantó la carrera a su favor en los puertos asturianos, sino en aquella mítica etapa camino de Ávila en la que metió una minutada a Julián Gorospe.

Los Lagos no son casi nunca un puerto para ganar la carrera, porque las diferencias no suelen ser excesivas, pero en más de una ocasión han sido el escenario donde algún candidato se ha despedido del triunfo en la general.

Basta con un repaso histórico para darse cuenta de que hay que estar ahí cerca en los Lagos para tener opciones a lucir el maillot de líder en Madrid.

En las 19 ascensiones realizadas, solo en dos ocasiones ha ganado el posterior vencedor en la general -Pedro Delgado en 1985 y Lucho Herrera en 1987-, pero en los demás casos el ganador final estaba en la pelea.

Sin embargo, a partir de este siglo, y por el modo diferente de correrse la Vuelta, los ganadores en la cima de los Lagos han dejado de ser los primeros espadas -suelen surgir de fugas lejanas que a ningún equipos con aspirantes a la general se molestan en neutralizar-, que se centran en su lucha y bastante tienen con ello.

Y algo así es lo que cabe esperar hoy: una escapada por delante, es de suponer que incluyendo a algún ilustre que se haya quedado descabalgado de la general, y la posterior lucha reñida entre los favoritos, especialmente entre Nairo Quintana y Chris Froome.

Y un mal recuerdo inevitable Cuando los ciclistas hayan bajado ya El Fito (un Primera categoría a 40 kilómetros de la meta, en el que un ataque valiente pondría la carrera patas arriba mucho antes de llegar al pie de los Lagos), pasarán por Cangas de Onís y, allí, por delante del hotel El Capitán, el lugar en el que, hace poco menos de 20 años, Miguel Induráin se bajó por última vez de una bicicleta como ciclista profesional.

Ocurrió el 20 de septiembre de 1996. Induráin, derrotado por primera vez desde 1990 en el Tour, disputaba su primera Vuelta desde 1991, pero no llegaba ni en su mejor forma ni con su mejor salud. El día anterior, en una subida menor como la del Naranco se dejaba ya un minuto con el resto de favoritos y mostraba su debilidad. Y, al día siguiente, quedaba descolgado en El Fito. Siguió pedaleando con la grupeta, pero solo porque sabía que su hotel le pillaba de paso. Llegó, se bajó de la bici, y ya no hubo más.