RÍO - Usain Bolt ya tiene ocho oros olímpicos y puede sentarse junto a los más grandes deportistas de la historia. Como se esperaba, el triunfo en los 200 metros también fue suyo y por tercera vez es campeón en los Juegos Olímpicos en las dos pruebas cortas de la velocidad. El estadio carioca, rendido a sus pies, solo se ha llenado cuando ha corrido el jamaicano que ha cumplido con dos victorias y mucho espectáculo. La expectación que levanta es idéntica, las promesas de asistir a algo histórico siempre están ahí, pero batir los récords del mundo, como si fuera una rutina, forma parte del pasado. Como Michael Phelps en la piscina, Bolt sigue siendo mejor que los demás a los 30 años, que cumplirá mañana, como demuestra que sacó más de dos décimas al canadiense Andre de Grasse. Pero no es mejor que él mismo, que es lo que necesitaba para bajar de su inalcanzable 19.19 en el doble hectómetro.

Sus límites ya están explorados y analizados, todo depende de él y sin nadie que le empuje a forzar la máquina, porque solo él bajó de los 20 segundos en la final, Usain Bolt se ocupa de ganar, que es lo que le llevó a Río, en unas marcas por debajo de las que alimentaron su leyenda y que ya quedan seis o siete años atrás. La curva, que corrió de forma prodigiosa, le dejó muy por delante de sus rivales y ahí se acabó la posibilidad de batir el récord del mundo de los 200 metros. “No estoy contento con la marca, pero en la recta el cuerpo no me ha respondido. Mis piernas me estaban diciendo que no íbamos a ir mas rápido. Me estoy haciendo viejo”, desveló el jamaicano tras la carrera, en la que hizo el mismo tiempo que en semifinales.

un vacío tras él Por detrás, el joven De Grasse, que le tomará el relevo, precedió a tres europeos luchando por el bronce y separados por unas pocas milésimas. El tercer puesto fue para el francés Christophe Lemaitre, renacido para llevarse la medalla por delante del británico Adam Gemilli y el holandés Churandy Martina con 20.12, un registro que hace cuatro años en Londres solo habría valido para ser sexto. Lo que ocurra en el futuro ya no es cosa de Usain Bolt, que sigue pensando que estos serán sus últimos Juegos, que la de ayer fue su última carrera, “salvo que mi entrenador diga lo contrario”.

“Soy el más grande. ¿Qué más tengo que demostrar? Quiero estar entre Muhammad Ali y Pelé. Espero que tras estos Juegos esté en ese grupo”, proclamó el atleta que ha sacado a su deporte de la solemnidad que a veces lo acompañaba y, apartando las marcas, lo ha metido en la era de los selfies, del marketing y de la fiesta, mejor a ritmo de Bob Marley, como ocurrió ayer en el estadio de Río de Janeiro. “Parece fácil porque se trata de una aceleración total y nada más. Pero hay mucho trabajo detrás que no se ve. Por eso cuando salgo a la pista lo que intento es divertirme, nada más”, explicó antes de prometer otro show en los relevos. “El público me da mucha energía, quiero hacerlo por ellos”, aseguró.

Ahí puede llegar al noveno oro, que sería el octavo si al final le quitan uno de los que ya tiene por el dopaje de Nesta Carter en los Juegos de Pekín. Ahora que Usain Bolt se siente mortal e intuye su declive, que le ha llevado a prodigarse muy poco más allá de los grandes campeonatos y de las exigencias de sus patrocinadores, quiere marcharse sintiéndose invencible. Probablemente lo sea porque solo aquella salida falsa en el Mundial de Daegu de 2011 le ha impedido hacer el triplete de la velocidad en todas las competiciones que ha disputado desde los Juegos de Pekín de 2008 donde el jamaicano comenzó ese camino hacia la leyenda al que solo le queda una etapa en Río de Janeiro.