Diez años después y con 95 de historia, el Alavés ha vuelto a Primera División más joven que nunca. Jamás el club llegó a las entrañas de tanta gente con la fuerza que lo hace desde algunos cursos y que ha culminado en una temporada de ensueño. El suyo es un caso completamente anómalo porque ha experimentado una catarsis sin necesidad de resultados positivos. El crecimiento de la masa social del club no ha venido dopado por victorias, sino que ha sido fruto de contarle a la gente que no lo sabía lo que es el Alavés y lo que significa ser parte de esto. Si el último gran Glorioso se edificó a golpe de gesta, desde la Copa del 98 hasta el bombazo de Dortmund, el de ahora se ha construido desde el relato, desde la paciencia y las ganas de muchos alavesistas de corazón de evangelizar a otros que tenían esa enfermedad dentro y que simplemente no lo sabían. Si se me permite la comparación, aquello fue una burbuja, un pelotazo (fue la hostia), y lo de ahora es un modelo sostenible basado en la educación y en cuidar estructuralmente el legado alavesista. Valores puros como lo que es sentir vibrar Mendizorroza, ver un capitán que antes que hacerlos posibles sobre el campo celebró ascensos en la grada o el orgullo de saber que los de albiazul te representan mejor que cualquier puñado de estrellas, aunque no ganen. El Alavés es un club que ha mutado socialmente en esta década como elemento aglutinador y viga maestra del sentido de pertenencia a una ciudad, a un equipo y al sentimiento que representa. Ha cambiado mucho el fútbol y la relación que la industria mantiene con los aficionados en estos diez años de ausencia del Alavés de la élite. La brecha entre la oligarquía europea y la gran mayoría de los equipos es más pronunciada que nunca. Queriéndolo o no, el negocio hace muy a menudo sentir a la gran mayoría de aficionados de clubes pequeños que son meros teloneros de un circo en el que unos pocos se reparten casi toda la riqueza. La respuesta desde Vitoria ante la amenaza del fútbol moderno de convertir esto en un coto privado de Barcelona, Madrid, Bayern o City; de Messi, Cristiano, Guardiola o Simeone, ha sido contundente: en el momento en el que un chaval tiene más accesibilidad que nunca a partidos de cualquier parte del mundo o liga, ha sido más fuerte la labor de hacer ver a los más jóvenes que, si eres de Vitoria, no hay nada más especial que ser del Alavés. Que otro tipo de cosas, en el fondo, siempre van a tener un punto artificial. Cuando más tentador podría ser subirse a carros ganadores, más alavesistas han llegado para quedarse. Creo que hasta la fractura política y social que vive España ha contribuido también a la animadversión al establishment, pero tampoco quiero desviarme mucho (más).

Este proceso gradual ha sentado las bases de un alavesismo para años, maduro, conocedor del pasado lejano y sobre todo del más reciente. Y muy emocionado ante el futuro que desde ya se abre ante el Alavés, que ha regresado a Primera en un momento crucial que viene marcado por el nuevo reparto del pastel televisivo. El viernes hablo sobre ello en esta tribuna. Considero imprescindible aprovechar la coyuntura para pensar a lo grande y sentar las bases de un club con una estructura a prueba de vaivenes. Es el momento para esta organización de devolverle lo que su gente le ha dado desinteresadamente cuando menos se lo merecía. Ni los desbarres de Piterman, ni sus tropelías financieras, ni cuatro años en Segunda B que podrían haber acabado con la moral de cualquiera, y más después de abrazar la gloria e instalarse en la élite han tumbado al Alavés y a su gente. De hecho, ha sido todo lo contrario. Ha reinventado su marca, la ha hecho crecer sin perder un ápice de autenticidad y mística y le ha llevado en volandas en apenas tres años del infierno al cielo. Toca disfrutar. Toca seguir soñando. Toca pensar que todavía sigue todo por hacer. Zorionak Glorioso!