Turín - Suena la marcha nupcial en Turín, que festeja el intercambio de anillos entre el Giro, la más querida de las carreras, la novia de Italia, y Vincenzo Nibali, el más querido de los amantes. Aplaude el Giro al siciliano en la punta alta del país, en el altar piamontés, que simboliza un toro, que es justo el extremo de Sicilia. Turín, aristocrática, industrial, museística, automovilística, sede de la FIAT, y con la nariz respingona de la alta sociedad, donde enraizó la casa Saboya, es la oposición a la isla volcánica, de tez morena, de labranza y Etna, de sol y sol, del sur más sur de Italia. Esas dos culturas, dos países en uno, las enlaza el Giro y el Giro lo borda Nibali, dos veces campeón. Unificador de Italia. No hay campeón como el siciliano, cordón umbilical de la pasión que recorre el sistema nervioso de los italianos, que ayer vieron ganar a Nizzolo en el cierre, después descalificado por cerrar a Modolo. Así que la victoria se la quedó Ardnt.

Histriónicos, escépticos, comediantes e intelectuales los italianos aman el ciclismo y veneran a Nibali, que brindó una carrera monumental, epidérmica, volcánica, para poder encumbrarse por segunda vez con la corona rosa, el color que mejor siente en mayo, el mes de las flores. El de las rosas y las espinas. Porque el Giro de Nibali fue una historia de amante despechado, la de un terrone en busca de pastos verdes y un futuro mejor. La de un hombre vapuleado por las dudas, desterrado en Corvara, Alpe di Suisi,y Andalo, que tuvo que rehabiltarse, volver a construirse. Un mundo le separaba de Kruijswijk, el líder. Orbitó el siciliano a 4:43 cuando a la carrera apenas le restaba el café. Nibali, como buen italiano, pensó que un café bien puede sublimar una comida o estropearla del todo. Decidió que degustaría el último sorbo. Que el fin del mundo le pillara bailando.

Con esa misión, se abrochó al todo o nada, que es su libro de estilo, el ciclismo valiente y fogoso. Puerta grande o por la enfermería, pero pisando arena. O nieve. Porque su sublimación, su resurrección, ocurrió en los Alpes, en las altísimas terrazas del Giro. Allí respiró el ciclismo salvaje de Nibali, que convocó a los astros de su lado. El italiano es un tipo afortunado. Probablemente su rosa no lo sería si Kruijswijk no se hubiera estampado contra la cuneta helada del Agnello. Sucedió que Kruijswijk crujió su cuerpo contra la fatalidad. Se le fisuraron las costillas. Se le rompió el Giro. Hecho añicos. Nibali, que también ganó la Vuelta en la que Igor Antón se quebró siendo sólido líder, y el Tour en el que se estamparon Contador y Froome, sabía que ganaría aunque Esteban Chaves se interpusiera en la última trama del Giro. Lo decía la cábala.

dos etapas de ensueño Convencido, alejados los tics de la incomprensión, de un organismo que no funcionaba como quería, Nibali, rabioso, perfectamente orquestado con el Astana, el mejor de los equipos del Giro, recuperó su mejor versión en el lugar y a la hora exacta. En dos días de ciclismo abrumadores, con la épica colgada de sus piernas, Nibali volteó la carrera. El viernes al mediodía era cuarto en la general, a un viaje lunar de la maglia rosa. Por la tarde, después de un triunfo sensacional en Risoul, el siciliano era segundo. Olía a campeón. Kruijswijk, herido en el descenso maldito de Agnello tuvo que plegarse. Chaves, que era segundo, tomó la maglia rosa. Fue un préstamo. Al colombiano, sufriente camino de Risoul, se le apagó la llama el sábado en la Lombarda, donde Nibali, que rodeaba a Chaves a menos de un minuto, le mandó al fondo de las pesadillas con un ataque total.

Victorioso en San’t Anna di Vinadio, al fin de rosa el último día, que es el que se celebra en las vitrinas, a Nibali y su ciclismo bravo, de tipografía en negrita, le escoltaron Esteban Chaves, el joven colombiano que se confirma como un corredor con un horizonte luminoso, y Alejandro Valverde, tercero, otro podio a su fastuoso palmarés. El español se estrenó en Italia, donde abrió las cortinillas del cajón. Se coló por los poros del agrietado Kruijswijk, un ciclista que dominó la carrera mientras se mantuvo intacto, antes de que en el Agnello se le escurriera el Giro. La Cima Coppi juzgó. La memoria de il Campionissimo -que ganó el primer Giro un 29 de mayo-, hijo predilecto del Giro, estuvo allí. Nibali también es hijo del Giro y en él ha habido varias vidas.