CASTELROTTO - Los Dolomitas, donde descansa y respira Alpe di Siusi, cumbre de la cronoescalada de ayer, probablemente sean la antítesis de Holanda. Su némesis. Las montañas que son moles, arquitectura salvaje, se oponen mastodónticas, bellas, a la llanura Orange, que bien podría ser la Atlántida si no fuera por los diques, los polders y la ingeniería. Los Dolomitas se miden en vertical; Holanda, en horizontal. En la planicie de los Países Bajos creció Steven Kruijswijk, un tulipán pelirrojo que se ata a las montañas como una enredadera. “Soy definitivamente un candidato a la victoria final. Incluso yo me lo creo después de lo de hoy (por ayer). Creo que demostré que mi condición es muy buena y que puedo conseguirlo”, dijo el holandés. La naranja mecánica no solo es fútbol. En Italia, un país histriónico que seduce como Mastroianni, tifa por la Ferrari, discute calcio, se apasiona con el ciclismo y que se pinta la cara de rosa cada mayo, se impone el naranja de Kruijswijk. El holandés se cosió un par de alas para anidar en Alpe di Siusi con una cronoescalada impecable para atornillar el Giro. El holandés retrató la desazón de Vincenzo Nibali, al que le sacudió 2:10, sumó 26 segundos a Valverde, recuperado de la falta de aire del sábado, y apiló 40 segundos sobre Esteban Chaves, que se manejó con decisión en una etapa que se adjudicó el inopinado Foliforov por un aliento sobre el líder.

En la rampa de salida, Kruijswijk bufaba. Cada exhalación, una bocanada de rabia. Cada pedalada, un tratado de clase. Afiladísimo, planchado sobre el manillar, imperturbable, fluido, elegante, mandó un mensaje contundente en el portal de la última semana de carrera. Quiere el Giro. En Alpe di Siusi, a 1.850 metros de altitud, donde no sobra el oxígeno, estrujó esa idea con la fuerza de un Hércules. La exprimió al máximo con una ascensión sin mácula. Enroscado al sillín, acompasado, el holandés, el último en salir, se anunció como un trueno. En un día despejado, lienzo azul con alguna mota blanca, el sol alumbrándole, Kruijswijk brilló como la más incandescente de las luminarias. Un cometa. Agarrado al acople de triatleta, -fue el único que lo empleó entre los favoritos-, desabrochó los botones de la montaña con destreza. Subió como un tren de cremallera, sin oscilaciones ni balanceos de cabeza. Una estatua a pedales. Plana la espalda. Ciclista alado. Pegaso.

penurias Nibali también batió las alas, pero las suyas eran de cera. Ícaro. Se fundieron al calor del sol holandés. El siciliano, menos ortodoxo, se agitó en el inicio para morder la moral de Kruijswijk, el último en asomar. Nibali salvó el primer trecho. Después, se destensó. Se alzó entonces Alpe Di Siusi con el cuello de almidón y a Nibali, que lijaba cada cuneta para restarle tiempo al tiempo se le vieron las costuras. Incómodo, arrítmico, un punto espasmódico, al italiano le caían los segundos a pedradas. Kruijswijk, enérgico, perfectamente lubricado su motor centroeuropeo, mandaba. Chaves, al que le costó tomar temperatura, mejoró cuando las rampas eran más duras y soportó la embestida del holandés y su ciclismo de salón. Valverde, anestesiado en la tappone dolomítica, apeló al orgullo y a sus piernas chispeantes, para cauterizar la sangría del sábado y resituarse con una gran actuación. Solo el líder mejoró al español, que recuperó el color esperanza en su rostro. Restó 1:47 a Nibali y rascó 17 segundos a Chaves, más escalador que contrarrelojista.

Kruijswijk aunó lo mejor de ambos mundos. Fue el más regular. La primera referencia le subrayó. Un neón rosa. A partir de ese instante el holandés no dejó de crecer. A medida que se estiraba Kruijswijk menguaba Nibali, encogido, el pedaleo bronco, a varias manzanas de dar con el golpe de pedal. No daba el italiano con el botón de la luz. Apagón. En la oscuridad, se le nubló la mirada a Nibali, más cuando el desviador del cambio, le obligó a cambiar de bicicleta. Otro puñado de segundos para el saco de la desesperación. Torcido, cegado por la mala suerte, Nibali se subió en la bicicleta pedaleando contra la frustración, el peor de los presagios.

La cronoescalada del siciliano, fuera de foco, desesperado, la cabeza plegada entre los hombros, le empujó un peldaño abajo. Le adelantó Chaves, el ciclista a una sonrisa pegado, y le encimó Valverde, redimido, con el coto del podio a 40 segundos. Las apreturas entre Chaves, Nibali y Valverde son un holgado chaise longue de más de dos minutos para Kruijswijk. El holandés se quedó a un chasquido de coronar su dominio con el triunfo de etapa, recaudada por Foliforov, del Gazprom. Full gas. Una centésimas de intriga le otorgaron la victoria en Alpi Di Siusi, donde el Giro abrazó al sonrosado a Kruijswijk.