Definitivamente, Baskonia ha vuelto. Y lo ha hecho de golpe y de manera inopinada. Ha vuelto por muchos motivos que trascienden a su clasificación para la Final Four ocho años después. Su regreso, más allá del éxito deportivo, se entiende en clave social. La sensación de que todo es posible y el espíritu indómito e irredento que edificó el código emocional de la institución se han recuperado después de unos años de progresiva pérdida de los valores que hicieron del club y su afición un ejemplo singular en Europa. El equipo azulgrana ha recuperado las señas de identidad de su marca después de un lustro en el que se había diluido hasta ser prácticamente imposible de diferenciar entre la amalgama de clubes sin pena ni gloria que componen la ACB e incluso la Euroliga. Baskonia ha sobrevivido a un proceso de desnaturalización que amenazaba con llevárselo por delante. Han sido varias temporadas a la deriva, sin un modelo deportivo sólido o que parecía agotado, convertido en una trituradora de entrenadores y jugadores, siempre amparado desde el establishment por el cambio de orden del baloncesto continental y la pérdida de poder adquisitivo de la institución. Siendo cierto que la realidad de Baskonia era diferente a la de mediada la década pasada, quizás faltó autocrítica y paciencia para diagnosticar con perspectiva la nueva situación. Independientemente de cómo termine la temporada, este grupo de jugadores ha comprado vida para el club que les paga. Las decisiones del personal en el mundo del deporte de élite en muchas ocasiones tienen un factor azaroso que te hace tomar una dirección que en principio no tenías en cuenta. Uno de los ejemplos más esclarecedores de los últimos tiempos se vivió en el Barcelona, que contrató a Ronaldinho en 2003 porque el Real Madrid le robó a Beckham. Si regresamos a este verano y echamos un vistazo a la confección de plantilla de Baskonia veremos que su mejor fichaje de los últimos años, Bourousis, el auténtico líder baloncestístico y emocional de este equipo, llegó al equipo por un cúmulo de casualidades contractuales y sanitarias. La primera opción del club fue renovar al voluntarioso y limitado Colton Iverson, alguien que necesitaría tres vidas para atesorar un gramo de la calidad y el carisma de Bou. Benditos impagos. Y que la segunda opción fue contratar a un pívot undersized de nombre Anosike que por suerte para Baskonia tenía las rodillas hechas papilla. El mérito de apostar por Bourousis cuando muchos lo intuían de retiro es exclusivo del club, pero la realidad es que el destino y las circunstancias les ayudaron a tomar esa decisión capital. Hanga o cualquiera de los dos bases también estuvieron en la rampa de salida. No poder colocar el salario del primero y no encontrar una alternativa más académica y tan económica a alguno de los segundos terminó de confeccionar este grupo de renegados que todavía tenían mucho que decir.

Casualidad, providencia, planificación o acierto. La realidad es que estos tipos han vuelto a poner a Baskonia (y a ellos mismos) en el mapa. Han inoculado de nuevo el orgullo, están a dos partidos de salir campeón de Europa y, como último servicio al club, en verano aliviarán su maltrecha economía, quién sabe si incluso atraparán un patrocinador potente. Llegue o no la Euroliga, los Bourousis, Adams, James, Hanga o Causeur ya ostentan un título: han salvado un club que había cogido unos derroteros muy perturbadores. Y la rueda arrancará de nuevo, cuando los que vengan tendrán unos grandes zapatos que llenar. Será cuando se empiece a ver si se ha recuperado el flow de las contrataciones y Baskonia puede competir de manera consistente más allá de una temporada que no puede dejar escapar. Pero eso, será otra historia.