Si introducen el nombre de Iván Fernández Anaya en Google, entrarán alrededor de 417.000 resultados. Si repiten la misma prueba con Martín Fiz verán 375.000. En argot nerd, se dice que la segunda página del buscador es el mejor sitio para esconder un cadáver porque nadie llega hasta ahí. Entre los segundos diez resultados sobre Iván Fernández, solo uno habla de su tiempo en la Maratón de Hamburgo, en la que consiguió la mínima para Río de Janeiro. Todo el resto de referencias al atleta vitoriano en la primera línea de parrilla de Google tienen que ver con El Gesto. Por si han vivido dentro de un búnker en los últimos años, Fernández alcanzó fama mundial por no querer ganar una carrera en la que su rival se confundió en la recta de meta. De aquello se escribió, con merecimiento, de todo. Que era una bandera del juego limpio, un ejemplo de los verdaderos valores del deporte ahora que corren tan malos tiempos para el romanticismo. En una sociedad en la que impera la competitividad y el ganar a toda costa, su contracultural acción supuso un atentado contra las convenciones sociales. Lo que pensé en su momento sobre el noble acto de Iván lo sigo pensando ahora. Jamás hubiera actuado como él. Yo hubiera rematado la carrera porque no es mi problema que el que va líder no tenga la concentración o conocimiento del terreno como para saber algo tan simple como dónde está la meta. Tampoco Martín Fiz, su entrenador, que dijo esto: “Yo no lo habría hecho. Yo sí que me habría aprovechado para ganar. El gesto le ha hecho ser mejor persona pero no mejor atleta. Ha desaprovechado una ocasión. Ganar te hace siempre más atleta. Se sale siempre a ganar. Hay que salir a ganar”. No tengo la suerte de conocerle, pero cómo ha gestionado su carrera desde que fue erigido en deportista ejemplar, me parece digno de mención. Hablamos de un atleta que en ningún momento estaba diseñado para convertirse en una ‘celebridad’, muchísimo menos para alcanzarla por un gesto que no guarda ninguna relación con lo que construye a los héroes de nuestro tiempo, que básicamente es ganar. Desgraciadamente, el atletismo se ha convertido en un deporte marginal en cuanto a tratamiento mediático y exposición, pero conviene no olvidar que Iván era ya en aquel entonces (y se va confirmando), una de las grandes promesas del fondo nacional. Sin obnubilarse con esta fama, ficticia y etérea como es siempre la fama, el atleta que fue noticia en todo el mundo por no querer ganar una carrera, siguió ganando carreras y cumpliendo objetivos. Aunque esto le acompañará toda la vida, me imagino que en algún rincón de su persona lucha cada día por una cosa: que las parábolas sobre su noble gesto sean solo la anécdota dentro del relato de una carrera a la que le queda lo mejor por escribirse.

las deudas del baskonia Tengo un amigo que con razón se indigna cuando el PP tiene una caja B. Que se enciende cuando oye hablar de los ERE de Andalucía y que entra en pérdida cuando escucha Bárcenas o Rato. Que no perdona el dinero a fondo perdido regalado al Bilbao Basket. Un perro de presa implacable contra la corrupción de nuestro país, vamos. Pero cuando este periódico dice que Baskonia no está al día con sus impuestos, este periódico miente, busca desestabilizar y tiene una campaña. Claro. Observo que cualquier vitoriano pierde su condición como tal si trabaja para el Real Madrid y además se le ocurre haber montado el programa de baloncesto más exitoso de España en los últimos años. Toca matar a Laso después de mucho tiempo en la cueva. Alegrarse de los éxitos de Ibon Navarro (me sumo) mola mucho. Entiendo que nadie se alegre de los de Laso por motivos obvios, pero de ahí al escarnio va un trozo. Había mucha gente esperando al vitoriano y ahora se relamen.