Vitoria - El vuelo tomó tierra en Loiu minutos después de las once de la noche. Había sido un trayecto rutinario desde que a primera hora de la tarde embarcó en Hamburgo con destino Frankfurt y después, previa escala, Bilbao. No hubo nada más especial en el tránsito para Iván Fernández, más allá de las molestias típicas de las horas posteriores a un maratón de alto nivel. Mató el tiempo el corredor leyendo algo de prensa, chequeando los cientos de mensajes que recibió a través de su whashupp y, sobre todo, repasando mentalmente los detalles de la carrera. El maldito viento que le obligó a viajar en grupo en lugar de haber podido jugársela por su cuenta, el pinchazo de las liebres dispuestas por la organización y que ya en el primer 5.000 no habían marcado los ritmos de carrera previstos... Preguntas y preguntas fluyendo por su cabeza que sin embargo apenas minaron un ápice el mérito conseguido, conseguir una meritoria mínima olímpica para Brasil. El maratoniano logró la mitad del contrato exigido y, por tanto, tendrá que esperar hasta el 2 de mayo para conocer la decisión del seleccionador, Pepe Ríos, que deberá decantarse por la juventud del vitoriano (27 años) o la mayor experiencia y, sobre todo, mejor tiempo, del madrileño Jesús España (39 años).

Como quiera que esta opción, salvo sorpresa mayúscula, es la más plausible, el entorno del atleta vitoriano no esperó ni un segundo para arropar a su campeón y expresarle en persona la gratitud por el ejemplo que representa. Y así, sin quererlo, dos grupos distintos y no coordinados de familiares y amigos coincidieron el pasado domingo por la noche en la terminal del aeropuerto de Loiu con la misma intención. A la embarcada de colegas de asfalto se sumaron pronto habituales del atletismo alavés como Toñín Blanco, Patxi Hernández, el Dandy, Edu Marín, Alberto Alba, Iñaki Casas o el exciclista profesional Joseba Beloki, de un tiempo a esta parte metido de lleno en la disciplina de las largas tiradas. Y del lado de la familia, liderados por un chaval de 13 años llamado Borja Casas que diseñó para la ocasión una pancarta (los amigos también habían elaborado una pero al ver la del joven entendieron pronto que no había color y la tiraron), también se dio cita un grupo en el que podía verse a los padres del corredor, Paqui y Juan, además de a Marta Arrizabalaga. Sorprendidos en un primer momento por la coincidencia pero aliviados después por poder sumar fuerzas y darle así más de empaque al asunto, se prepararon para la ansiada apertura de las puertas, que se produjo a las 23.45.

Y ahí fue cuando el propio Iván y su pareja, la también atleta Ekhiñe Unzalu, se quedaron patidifusos ante una sorpresa que no imaginaban. La pareja se lo había advertido antes en la zona de recogida de equipajes a un matrimonio con el que habían compartido el viaje de ida y vuelta a Hamburgo: “¿Homenajes ahora? No, no, esto es atletismo, no tiene mucho recorrido...”, respondió Iván.

Se quivocó. De lleno. Porque la sorpresa fue mayúscula. El recibimiento quizá fue menor en cuanto al número de gente pero sin duda fue sonoro y enorme en cuanto a su carga emotiva. Porque fue ahí, en ese momento, donde al vitoriano le temblaron las piernas y sintió más que nunca el calor de “los que nunca fallan”, como suele repetirse a sí mismo. Con ese subidón llegó a Vitoria pasada la media noche. Por la tensión y el cansancio, a penas durmió, pero al día siguiente, eso sí, “desconectó del mundo” perdiéndose en el monte cogiendo setas.