vitoria - “María Jesús, tranquila, no te preocupes”. A su compañero en el Infisport ArabaEus Yerai Ruiz le tocó el difícil trago de coger el teléfono y avisar a la familia de David Cotillas del accidente que había sufrido el joven ciclista vitoriano y arrancó así una conversación que no olvidará en mucho tiempo. Como es fácilmente comprensible, las palabras de uno de los testigos directos del percance ni mucho menos lograron el efecto deseado en la madre de David, que rápidamente se dio cuenta de que había ocurrido algo serio. “En cuanto le llamaron ya se imaginó que era un tema importante y aunque no querían darle muchos detalles se puso en lo peor. Le dijeron que me estaban trasladando en helicóptero y como vivimos cerca de Txagorritu cuando aterrizamos en la campa de al lado del hospital ella ya estaba allí esperándome y la verdad es que fue un momento muy duro para los dos. Aunque no se sabía lo que me había hecho, estaba claro que podía ser algo bastante grave y te vienes un poco abajo”, recuerda Cotillas.

La vida está hecha de casualidades y una de ellas fue la que hizo que su padre reparase también en el helicóptero cuando circulaba con su coche por las inmediaciones. “Él volvía a casa del trabajo y con el ruido de las aspas lo vio y pensó lo típico ‘vaya hombre, a alguien le ha pasado algo gordo’. Y cuando llegó a casa se dio cuenta de que ese alguien era yo”, continúa el relato el integrante del Infisport.

Han pasado cuatro meses desde aquella jornada pero el recuerdo pormenorizado continúa muy fresco en su memoria. Todo salvo el momento del impacto. “De eso no me acuerdo de nada. Más o menos me puedo hacer una idea bastante clara por todas las veces que me lo han contado pero yo no lo recuerdo. La última imagen que tengo es la de ir bajando el último de los cuatro y lo siguiente ya es cuando me despierto en el suelo bastante aturdido y empiezo a preguntar a los que estaban conmigo qué hacíamos ahí”, apunta.

Ese vacío son cerca de diez interminables minutos en los que Imanol Estévez, Víctor de la Parte y Yerai Ruiz se temen lo peor. David está inconsciente, le cuesta respirar y tienen que manipularle con sumo cuidado para que no se ahogue con su propia lengua mientras solicitan la ayuda de los servicios de emergencia.

“Cuando llegaron hasta mí yo ya me había quitado el casco, pero totalmente inconsciente. No sé si cómo pude hacerlo. Menos mal que no me dio por intentar levantarme o andar porque entonces la vértebra podría haber tocado la médula y provocar daños irreversibles. Normalmente no lo piensas pero cuando vives algo así te das cuenta de lo fácil que es quedarte tetrapléjico o incluso morir en un instante. La verdad es que te hace replantearte bastantes cosas”, significa. Porque lo cierto es que las primeras horas -incluso días- fueron de una enorme angustia.

“En el helicóptero trataban de tranquilizarme diciéndome que tenía movilidad en los brazos y las piernas así que era casi seguro que no tenía afectada la médula pero luego en el hospital desde el principio se notaba que el tema era gordo. Había mucha gente por todos los lados y cuando hablaban entre ellos se notaba que estaban preocupados. Tardaron en decirme los resultados del TAC pero yo ya les había oído algo de la vértebra. Un rato después, cuando ya me habían llevado a la habitación completamente inmovilizado, vinieron los doctores y me dijeron lo que tenía. Estaban mis padres también, aunque a ellos ya se lo habían comunicado antes, y se te cae el mundo encima. El primer pronóstico era estar meses de recuperación sin poderme mover en la cama y tener que ir al hospital de Leza. Imagínate el panorama aunque por otro lado das gracias de que parece que no te vas a quedar paralítico...”, relata.

A partir de ahí se abre un periodo de enorme dificultad -tanto física como psicológica- para David. “No te puedes mover, tienes vías por todos los lados, ni tan siquiera te pueden tocar para limpiarte -estaba en la cama todo sudado y hasta con restos de barro por el cuerpo de la caída- y no paras de darle vueltas a la cabeza. Yo tenía claro que si me quedaba tetrapléjico prefería mil veces morirme. Por mí y por el panorama que le dejaba a la familia con 21 años”, explica con sorprendente serenidad.

esperanza y miedo Pero, de repente, al tercer día, un inesperado rayo de luz inundó la habitación. “Vino el doctor y me dijo que me iba a levantar. Al principio pensé que estaba loco después del panorama que me habían pintado pero insistió en que la evolución estaba siendo muy buena y que no podía seguir todo el tiempo en la cama así que entre varias enfermeras me incorporaron. Tenía bastante miedo pero salvo un pequeño mareo todo fue bien y a partir de ahí la situación mejoró bastante”, rememora.

Tras una semana ingresado, pudo marcharse a su casa, aunque entonces empezó otro pequeño suplicio. “Estás en el hospital, con las camas motorizadas y todo preparado y, de golpe, vas a tu habitación normal, con un corsé rígido que no te permite moverte nada. Dormir por ejemplo me ha costado un montón. He estado todo este tiempo teniendo que levantarme a las cinco o las seis de la mañana para descargar un poco la espalda y luego ya me quedaba en el sofá”. Un proceso que, en cualquier caso, ha llevado mucho mejor al tener cada vez más cerca el premio de la recuperación. “Cuando a finales de enero me cambiaron a un collarín más suave fue la bomba y desde que me lo he quitado del todo la verdad es que no lo echo nada de memos”, bromea.

Pasado el tiempo y consumada la recuperación, este complicado capítulo de su vida parece quedar reducido a un mal sueño pero David Cotillas tiene muy presente que pudo haber acabado en trágica pesadilla. “Hace poco ha estado ingresada mi abuela y cuando estaban mis padres en el hospital coincidieron con un chico de 20 años que estaba allí también por una caída de bici y se ha quedado tetrapléjico. Me dan escalofríos solo de pensarlo...”.