Al Alavés le ha pasado en todas las categorías alguna vez. Está en medio de una de esas temporadas que no llevan a ninguna parte, con el equipo deambulando por el campo, el entrenador que no se sabe muy bien si viene o se va y de repente viene un rival que es todo lo contrario a ti. Viene alguien que en ese momento representa lo que Don Draper para Peter Campbell: la constatación de tus complejos, lo más visibles y los más íntimos, y el anhelo de cómo te gustaría que el mundo te viera. La diferencia es que ahora el Alavés es EL equipo. El jodido equipo que pasa por un Zorrilla de la vida exudando superioridad y vociferando tus problemas al mundo. El Alavés hoy es ese equipo del que hasta Jabois escribe en El País. “Quiere regresar a Dortmund, a aquella final de la UEFA que parecían jugar dioses. Ninguna consola podría imitar aquel partido”. Bordalás dio el susto en el descanso y como solo quedó en eso, fue hasta un alivio comprobar otra vez que todo el circo mediático de la semana no deja de ser el paripé que nos da de comer a gente como yo. “Doy las gracias al médico del Valladolid, se portaron excelentemente bien”, dijo el técnico en El Larguero.

El fútbol continúa siendo un juego porque en el fondo nadie está deseando un mal irreversible para el otro. No está de más recordarlo. Desde esta posición privilegiada y en ese estado de pseudo convalecencia en el que no nos pueden negar, Bordalás aprovechó los micrófonos para pedir un delantero como quien pide que le acerquen el mando a distancia cuando está con gripe. Seguro que si le hubieran preguntado si vio alguna luz en el vestuario de Zorrilla, hubiera dicho que no, que lo que vio fue a Viguera y que no quería volver sin él. Lo que se perdió el entrenador mientras se comprobaba que por suerte todavía le quedan muchas puertas por romper, fue su mejor obra de lo que llevamos de temporada. Al notable trabajo sin balón, que alcanzó momentos pornográficos con el equipo parado en campo contrario con absoluta diligencia, junto y presto para ahogar a su rival, se unió un conjunto con las ideas claras en ataque, ambición, y una serie de jugadores en estado de gracia. Reconocido el trabajo de Bordalás en la fase defensiva y de dominio territorial, la principal novedad el pasado sábado fue ver a un equipo que no retrocedió ante el tempranero empate del Valladolid en la segunda mitad, buscó con ahínco retomar la delantera y no se detuvo ahí. En vez de guardar la ropa, el Alavés jugó hasta el final buscando firmar una goleada ante un rival que sí, mi querido Quillo Barrios, no sabe a dónde se va el mundo cuando le echan la persiana. Uno de esos equipos a los que el Alavés (tienes la sensación de que siempre es tu equipo), lleva años resucitando y perdonando la vida. No es el caso de un grupo de jugadores que tienen todo por hacer en el fútbol. Femenía recordó por qué hubo un día que los grandes lo querían. Pacheco demostró que la única manera en la que el Alavés será un lugar de paso es dejando una huella imborrable. Toquero calló a los que decían que no valía ni para Segunda. Igual que Manu a los que dicen que ni es futbolista. Sergio Mora a los que dicen que es demasiado viejo... Y así hasta Bordalás. Porque no conozco a ningún equipo que haya subido a Primera dando patadas.