el Alavés es un problema para 21 equipos de la Liga Adelante. Poco a poco se va convirtiendo en uno de esos ejércitos a los que odias enfrentarte porque convierten el partido en una tortura psicológica y física. Aunque todavía le falta brillo y continuidad en ataque, cuesta mucho meterle mano a un conjunto que acumula tres victorias consecutivas facturadas con el mínimo bagaje ofensivo. En la guerra soterrada que siempre ha existido en el fútbol y que ahora está amplificada mediáticamente, al equipo de Bordalás le han colocado desde el principio de temporada la etiqueta de guarro. El propio entrenador ha alimentado esta corriente otorgando a los discursos de sus homólogos demasiada importancia. La sensación con Bordalás es que está muy cómodo en ese papel pese a que se empeñe en desmontar el mito con estadísticas elocuentes. Porque no deja de ser parte de la leyenda que le acompaña en una carrera moderadamente exitosa y en progresiva evolución dentro de la categoría. Muchos de los calificativos peyorativos que se utilizan para referirse a Bordalás desde el enemigo no dejan de esconder un deseo subyacente de que, en realidad, les gustaría reunir algunas de las características que convergen en el técnico alicantino cuando se trata de construir equipos reconocibles y gregarios en el que los futbolistas van todos a una. Aunque no jueguen muy bien al fútbol la mayoría de las veces.
A casi todos los clubes de Segunda les llega un momento en el que esperan un Bordalás porque no se sabe muy bien hacia dónde van y de vez en cuando queda bien jugar el papel de maldito. Volviendo al tema de las patadas, la agresividad y el juego brusco del que infundadamente acusan al Alavés, hay que recordar que no es más que miedo a un equipo que lleva toda la temporada en la zona alta. Si el Glorioso estuviera el decimoquinto clasificado nadie iba a estar hablando de esto. Lo que jode no son las patadas. Lo que jode es ver cómo te levantan los puntos con lo justo en ataque gracias a la calidad de Raúl García o a que le dé un síncope a tu portero. Seguramente este sea el grupo de jugadores con más talento que ha entrenado Bordalás a lo largo de su carrera y esto está incluso exagerando su estilo y lo que pone sobre la mesa para ganar los partidos. Tiene hasta un punto maquiavélico esto de vencer haciendo tan poco en ataque porque seguro que llegará un momento en el que no ocurra y lo mismo ya es tarde porque te has creído por encima de los caprichosos dioses del fútbol. La evolución del equipo en los últimos tiempos ha sido claramente malthusiana y pese a que el juego ha crecido de manera aritmética, los puntos se han multiplicado de manera geométrica. La verdad es que nunca me paré en la escuela a analizar esta teoría, pero como sonaba bien, aquí la traigo. El modelo de negocio del Alavés de Bordalás combina mucho de científico con otro tanto de azar, si se me permite utilizar esa palabra para referirme a la ventaja que tiene al disponer de varios jugadores diferenciales que pueden dejarnos bien a todos. De lo primero se encarga el técnico gracias a una organización colectiva notable y a un pasillo de seguridad formado por soldados de fortuna como Pacheco, Laguardia, Pellegrín o Manu García.
Pese a pasar mucho tiempo en campo propio, suele ser raro ver acularse demasiado al Alavés y más extraño aún verlo expuesto o concediendo muchas ocasiones. Defensivamente siempre queda la sensación de que los diez jugadores de campo saben exactamente qué tienen que hacer en cada momento. Ofensivamente el equipo me sigue dejando dudas porque sigo pensando que a largo plazo en muy difícil ser exitoso con tan poco. Con esa probabilidad juega Bordalás y deja a discreción de sus hombres la resolución de los partidos. La potencia en el juego aéreo, el guante en la bota del Expreso de La Coruña, el láser de Pacheco para centrar o disparar, algún comodín de Femenía o las muchas y variadas maneras con las que Toquero puede hacer goles. Los tantos suficientes van llegando gracias más a la inspiración individual que a las soluciones colectivas. Esperando que llegue lo segundo, el Alavés camina firme gracias a lo primero.
De los arbitrajes y el Baskonia (y casi cualquier equipo, cada uno con su repercusión) da para escribir una enciclopedia. Desde que tengo uso de razón llevo escuchando y oyendo a la misma gente que el Baskonia, sin importar competición continental o nacional, es un club perseguido por el estamento arbitral. Durante el infame partido del pasado jueves en El Pireo, salieron esas voces. Un tuit que no recuerdo quién lo escribió venía a decir que sí, Baskonia ha conseguido entrar en la nueva Euroliga pero que al final el escarnio arbitral va a perdurar.
Ya saben los habituales que nunca he comprado la pataleta arbitral que se asocia con la confabulación y se prolonga deliberadamente en el tiempo. Entiendo el calentón puntual de días como el del play off contra el CSKA de 2013, pero los villaratos son teorías absurdas contadas por manipuladores profesionales a estúpidos aficionados. Lo que me choca es el peso específico bipolar que se atribuye al Laboral Kutxa. Para estar en la nueva Euroliga, tito Josean tiene peso. Para que no nos roben todos los viernes, tito Josean no tiene peso. Para que te prometan una Final Four, tito Josean tiene peso. Para que finalmente te den la Final Four, tito Josean no tiene peso. ¡Qué cosas!, según el día.