VALENCIA - Jorge Lorenzo se coronó en la carrera definitiva, la del siglo, que dicen, a su estilo, al igual que se ha impuesto en sus siete victorias de esta temporada, como a él le gusta correr, liderando de inicio a fin, sin titubear, sin especular, proyectándose en su máxima expresión, siendo el más rápido de todos, sin mirar su pizarra, como reconocería, preocupado únicamente de depender de sí mismo, y para ello debía correr para ganar. Este es el triunfo de la fe, del que nunca se rinde y solo se reprocha el pasado para mejorar, del que jamás mira hacia atrás, como ayer, que no echó ni una mirada por encima del hombro, que no mostró fisuras, que fue un reloj vuelta a vuelta, inquebrantable. “Se lo dedico a aquellos que no pierden la fe en el trabajo”, diría, con los ojos brillantes, enrojecidos. Ese es su secreto, el trabajo, el no sentirse perfecto, a pesar de su chulería. En el Gran Premio de la Comunitat Valenciana ofreció una carrera perfecta sobre la cúspide de la presión que puede vivir un piloto. No tembló. Fue un maestro. Martilló el nerviosismo y lo hizo mantequilla, como golpeaba su padre en el taller con la herramienta y su madre untaba en los desayunos las tostadas, constancia y suavidad.
El arranque de año fue discreto para Lorenzo, que se quedó rezagado. Después de la tercera carrera del año se fue a la distancia máxima que ha tenido con el líder, 29 puntos. Pero la confianza es una de las bazas de este persistente piloto, que nunca ha dejado de crecer, cuya fiereza la ha ido reconvirtiendo en delicadeza, siempre con la gasolina de la fe. Esta fe le ha ido aupando, poco a poco, sostenidamente, hasta que en San Marino sufrió una caída que le alejó a 23 puntos del liderato de un Valentino Rossi que ha sido cabeza de la clasificación durante todo el año, salvo ayer, en la cita crucial. Pero después de San Marino quedaban cinco carreras y Lorenzo se encomendó a su fe. Regresó a la pelea para revertir la situación, para depender de sí mismo. Nunca enterró su creencia.
El favoritismo no ha viajado este año en su moto hasta que él mismo se lo ha construido a base de constancia. Ha sido el piloto más rápido. Con esta cualidad, solo la inteligencia de Valentino Rossi, la capacidad de gestión del italiano -a quien su única pérdida de papeles del año le ha podido costar el décimo título de su carrera, el incidente en el que tiró a Márquez en Malasia-, su regularidad, le ha mantenido relegado al mallorquín, perseguidor todo el 2015. Pero, Tiburón, como se autodenominó ayer -haciendo alusión al dibujo de un casco en el que Rossi describía a Lorenzo como un tiburón a la caza de un pezqueñín-, ha permanecido al acecho fabricando su momento, que fue en Ricardo Tormo.
Lorenzo cumplió el guion de la carrera que hubiera soñado, partió desde la pole y con una fulgurante salida defendió la plaza que en ningún momento le fue arrebatada. Ni dio opción a ello. Quiso estirar el grupo desde los compases inaugurales para restar opciones a Rossi y lo hizo. Tras él, las previstas Honda, con Márquez en segunda posición y Pedrosa en la tercera. Desde la cola, 25ª pintura de la parrilla de salida, porque Crutchlow partía último tras cambiar su moto, Rossi también cumplió con su papel. Ganó 10 posiciones en la primera vuelta y en una carrera de 30 giros, cuando restaban 18 ya ocupaba la línea que delimitaba sus posibilidades, estaba cuarto. Entonces Pedrosa, tercero, rodaba a casi 12 segundos de la visera del italiano, que ya dependía de las Honda, de que se colaran ambas delante de Lorenzo, lo único que le valía matemáticamente para ser campeón. Rossi había cumplido con su trabajo. Dependía de terceros.
Pero Giorgio, impasible, seguía sin mirar su diferencia sobre el resto. Ello a pesar de que Márquez era su sombra. El de Cervera se convirtió en una prolongación de la Yamaha de Lorenzo en el tramo final de la carrera, y también Pedrosa se echó encima de ambos. Este incluso metió su moto a Márquez y, a esas alturas, con dos vueltas para ver la bandera de cuadros, solo una caída de ambos hubiera dado el título a Rossi, porque Lorenzo, sin flaquear, no recurrió a la calculadora, siguió apretando los dientes, y las Honda terminaron la prueba sin posibilidades de rebasar al mallorquín, que fue un reloj, que desterró con ritmo a toda su competencia. “Cuando he visto la bandera a cuadros me he quedado tranquilo”, expresaría. Hasta entonces, gas. Y las Honda, cerca, pero con el gancho en el gaznate. Aunque Rossi acusaría a Márquez de ser el “guardaespaldas” de Giorgio. “Es un insulto que Rossi diga que no querido ganar”, diría Marc. Sencillamente, Lorenzo no tuvo rivales.
“no es un título verdadero” “Me siento más feliz que nunca”, describió el campeón al bajarse de la moto, con su quinta corona ceñida, la tercera que conquista en MotoGP. “Ha sido increíble, posiblemente el día más emocionante de mi vida”, atestiguó. La satisfacción llega de la mano de su fe, porque “siempre he estado por detrás...”. Y ahí es cuando nacen los campeones, cuando lo corriente es hundirse, cuando aparecen los que no hincan las rodillas, los que nunca se rinden, los que brindan por la esperanza y arrojan luz sobre ella con el sentir de ser capaz de construir el futuro, fieles a la confianza en su talento. “Lorenzo es un gran piloto y habría sido estupendo jugarse el mundial en la pista. Creo que él así ni siquiera está contento. No es un título verdadero”, cerró Rossi, que tuvo ocasión de resarcir su imagen y aceptar la derrota, pero no lo hizo. Lorenzo sí está contento. Y mucho. Ha sido mejor que el italiano y que Márquez, dos leyendas de este deporte. Su fe, el trabajo, le ha coronado.
Gran Premio de Valencia
1. Jorge Lorenzo (Yamaha) 45:59.364
2. Marc Márquez (Honda) a 0.263
3. Dani Pedrosa (Honda) a 0.654
4. Valentino Rossi (Yamaha) a 19.789
5. Pol Espargaró (Yamaha) a 26.004
Campeonato del Mundo
1. Jorge Lorenzo (ESP) 330 puntos
2. Valentino Rossi (ITA) 325
3. Marc Márquez (ESP) 242
4. Dani Pedrosa (ESP) 206
5. Andrea Iannone (ITA) 188