Hay un punto crucial en la vida de cualquier deportista de élite que tiene que ver con el momento en el que deja de ser precisamente eso, deportista de élite. Pocas veces nos detenemos a empatizar con lo que es un atleta famoso y en lo que la sociedad ha contribuido a que suponga. Tom Buchanan, marido de Daisy en El Gran Gatsby, está retratado en la obra de Fitzgerald como un excelente deportista universitario: “Era uno de esos hombres que a los veintiún años alcanzan una preponderancia tan ilimitada que, a fin de cuentas, todo para ellos tiene un sabor de vacío”. Martín Fiz es uno de esos hombres, con el importante matiz de que en todo momento ha sabido encontrar el sentido a la vida después de la retirada. El secreto, supongo, es que básicamente ha hecho lo mismo una vez apagado el foco mediático. La pasión siempre ha estado muy por encima de esa ensoñación con la que dibujamos lo que es ser un deportista top. En los últimos años, asistimos a un boom de las carreras populares. Es un hecho que cada vez más gente corre y compite. Que algo tan básico como correr se haya convertido en una moda es sin duda gracias a apasionados y locos de esto como Martín Fiz. A nivel vital, el suyo es un caso de adaptación que merece ser destacado. También de gestión de marca personal y de cómo ofrecer valor añadido a su mundillo. Gracias a su esfuerzo y habilidad para correr rápido, Fiz no solo consiguió títulos, medallas y reconocimiento. También se creó un nombre con una credibilidad absoluta que le ha servido para llevar a cabo diferentes acciones empresariales, promocionales o deportivas que han servido para mejorar el mundo del atletismo. Una tienda especializada que derivó en un club de running con diferentes niveles. Libros que llevaron a charlas y a coachings. Entrenar a chavales como Iván Fernández y otros muchos más. Organizaciones y apadrinamientos de carreras. Si el único afán en la vida de Fiz hubiera sido el glamour de ganar carreras de élite, el competir en Juegos Olímpicos o el ser, a su manera, una celebridad, probablemente sería ahora una de esos deportistas retirados que se pasan lo que les queda de vida añorando un pasado que nunca volverá. “Siempre despierto en el recuerdo/y yo solo me pierdo por la banda corriendo/cuántas noches sueño y cambio mis tardes en el campo por todo lo que tengo”, canta Café Quijano en La Balada del Futbolista. El poder de persuasión de un hombre como Fiz reside en algo tan básico como la pasión. Si alguien es capaz de transmitir desde el corazón lo que le gusta, lo tiene hecho. Dice el propio Martín que esto del correr “no es una moda, es un modo de vida”, y en cierta manera tiene razón. Para casi todo el mundo que adquiere el hábito de salir a entrenar cada día, es casi una tortura no poder hacerlo un día porque notas que te falta algo. Una de esas personas que ha llegado a ese punto místico es la propia mujer del vitoriano, que también completó el Maratón de Nueva York el domingo. A ella le costó engancharse al running y solo lleva en ello unos cinco o seis años como atleta popular. Es un hecho que a Martín Fiz probablemente le interese que cuanta más gente esté metida en esto mejor, pero esto nunca se trasladó a su hogar. Me contaba su hijo Álex, un chico amable y muy educado, que su padre nunca quiso que se dedicara al atletismo de competición. Suele ser un patrón habitual que se repite en muchos progenitores que han podido cumplir su sueño y han comprobado lo que cuesta. Nadie que no haya pasado por ahí puede saber el sudor, el sufrimiento, las renuncias y el sacrificio que hay detrás de una medalla Olímpica. En el deseo de Fiz para con su hijo quizás simplemente se plasmaba el sentido de protección. En cualquier caso, Álex empezó a correr y lo dejó. Sin presiones para lo primero y sin reproches por lo segundo, pero con apoyo completo cuando decidió dar el paso. El pasado domingo Fiz se permitió regresar a los días de gloria con la victoria en la categoría de mayores de 50 en el maratón más emblemático del mundo. Seguramente, y durante unos momentos, fue inevitable para él trasladarse a quince o veinte años atrás, cuando abanderó una generación de atletas españoles que consiguieron unos éxitos sin precedentes. Tuvieron popularidad y prestigio, dos conceptos que no tienen por qué ir de la mano. Fueron productos de la España de la Furia en la que el éxito era la excepción y respondía a un patrón de generación espontánea. A su manera, Martín Fiz o Abel Antón fueron lo que Manolo Santana o Severiano Ballesteros en su momento. Pioneros cuyos éxitos transformaron la realidad de su disciplina en nuestro país. Hace unos meses entrevisté a Vero Boquete, la mejor futbolista española del momento y la líder de la selección que jugó por primera vez el Mundial. Me decía que el gran problema para las niñas hoy en día es que no tienen referentes, que una niña no puede tener de ídolo a Cristiano o Messi. Un referente es lo que fue Fiz en su momento, cuando muchos niños que ahora son atletas de élite seguro soñaban con emular sus gestas. Y un referente continúa siendo ahora en otro sentido. En el sentido que Risto Mejide define como éxito en la vida, y que simplemente es dedicarte a algo de lo que no te quieras retirar jamás.
- Multimedia
- Servicios
- Participación