los focos de la Vuelta a España se apagaron el pasado domingo en el Paseo de la Castellana. Junto a la Cibeles, rodeado de los gallos del pelotón, los Fabio Aru, Purito Rodríguez, Ernesto Valverde y compañía, un joven risueño y pizpireto que responde al nombre de Omar Fraile (Santurtzi, 17-VII-1990) lucía galones, y puntos, muchos puntos, todos los que caben en el maillot de líder de la montaña. Moradas las piernas, molidas por el esfuerzo, agotado el alma, el santurtziarra cogió aire, miró al cielo, pestañeó y se vio junto a la diosa. Allí, donde el Real Madrid festeja sus títulos, se abrazó Fraile a su maillot, el que le coronó como rey de la montaña. Una gesta, no cabe duda. Más aún para un debutante en una grande. Tres semanas de puro sacrificio que se han saldado con un premio totalmente inesperado. El ciclismo tiene estas cosas... “¡y tanto!”, exclama el corredor de Caja Rural.
Ha pasado una semana de aquello, siete largos e intensos días. La vida sigue, no para. Bien lo sabe el santurtziarra, que procura buscar un hueco para salir a rodar. La temporada aún no ha acabado, le resta una prueba más en Francia y después llegará el ansiado descanso, aunque antes negocia su participación en un criterium en la lejana Taiwan. Su teléfono echa humo. Los Whatsapps y las llamadas de teléfono son una constante y Omar, eterna su sonrisa, trata de satisfacer a todo el mundo. No hace distinciones. Bastante selectiva es la carretera cuando se inclina.
Han sido las rampas, precisamente, donde mejor se desenvuelve el santurtziarra, las que le han llevado a inscribir su nombre en la historia de la recién finalizada edición de la Vuelta. Pasado el calentón, más en frío, Fraile dice ser ahora más consciente de lo logrado. “Quizá en el día a día no le estaba dando la importancia que en verdad tenía lucir este maillot”, expone mientras lo guarda con mimo en una bolsa. Un recuerdo eterno. Como es también su entrada en Madrid. “Ahí cambió todo. Creo que fue entonces cuando realmente me di cuenta del valor que tiene conseguir algo así. Ver la fuente de la Cibeles, el podio, el cariño de la gente... Es algo inolvidable”, reflexiona en lo alto del Serantes, cumbre desde la que se avista media Bizkaia.
Lo que comenzó como un pequeño obsequio por haberse metido en una fuga camino de Málaga, terminó por convertirse en una motivación para afrontar la última semana de competición. “Mi intención era aprender, ver cómo me amoldaba a una carrera de tres semanas. Nunca había tenido la oportunidad de competir en una prueba tan larga y por eso no podía marcarme más objetivos que aprender. Eso no quita que no pudiera tener presencia en carrera, meterme en alguna fuga e intentar ser protagonista. Creo que va todo unido”. Y así fue. Desde que se escapó camino de Málaga, en el tercer día de competición, no se bajó del podio, envuelto en lunares.
andorra y una realidad Pedalada a pedalada, kilómetro a kilómetro, después de que en la etapa con final en Caminito del Rey el Katusha echase abajo una fuga que contaba con llegar a buen puerto y en la que una vez más se metió Omar Fraile, que previamente la había marcado en rojo en el calendario, la durísima jornada de Andorra, un rompepiernas ideado por Purito, se convirtió en un punto de inflexión para el santurtziarra. Mientras Mikel Landa se exhibía, haciendo caso omiso a las absurdas directrices de su director, que le mandó parar en más de una ocasión para que le echase una mano a Aru, Fraile se retorcía de dolor sobre la bicicleta unos pocos kilómetros por detrás. Un desgaste que no fue baldío, ni mucho menos. En meta le esperaban un buen puñado de puntos y, sobre todo, la convicción de que podía pelear por el maillot de la montaña. “Esa etapa me marcó. Desde entonces, empecé a correr de otra manera, con la calculadora en la mano, administrando la renta”.
Su gesta, incuestionable, encuentra en la figura de David Arroyo un agradecimiento sincero. “Me ayudó mucho, muchísimo”. No lo esconde el santurtizarra. Con Amets Txurruka fuera de combate, magullado y dolorido por una de las muchas caídas habidas en la Vuelta, Fraile escuchó al toledano. “Descansa un par de etapas, déjate llevar y recuperarás”, le vino a decir. Dicho y hecho. El esfuerzo mereció la pena. Templó los nervios, obedeció al maestro y cumplió. Y vaya que si cumplió.
Mientras saborea un café en una cafetería cercana a su casa, no puede evitar sincerarse. “Esto es muy importante -apunta mientras señala al maillot-, pero ganar una etapa es lo máximo. Ganar en una grande te abre muchas puertas. Puedes estar dos semanas sin hacer nada, escondido y que llegue la tercera semana, meterte en una fuga y ganar una etapa. El maillot de la montaña exige regularidad, estar siempre en la pelea, pero es distinto. He necesitado cinco fugas y lógicamente es para estar muy contento, pero creo que lo cambiaría por ganar una etapa”.
Con solo 25 primaveras y toda una vida sobre ruedas aún por delante, esa ansiada victoria podría llegar el próximo año, o el siguiente. No hay prisa. De momento, disfruta de su reinado en la montaña.