CERCEDILLA - Aru no pudo con Dumoulin. El Astana sí. Es el epitafio que dejará la Vuelta sobre la tumba del holandés, enterrado en La Morcuera, vestido con la mortaja roja del líder cuando veía Madrid. A Dumoulin le lapidó el Astana, el poder de un bloque granítico que coronó una coreografía perfecta para elevar a Aru a la gloria. El equipo kazajo fabricó unos zapatos de cemento en la sierra madrileña y se los ató a un doliente Dumoulin, el holandés errante entre La Morcuera y Cercedilla, donde Aru se puso rojo de contenta. La Vuelta, que se cierra hoy en Madrid, es suya, pero pertenece al Astana que bien podría reclamar cada hebra que cosió el triunfo del italiano, que necesitó a todo el equipo, a un ataque sincronizado, para desprenderse de Tom Dumoulin, maravilloso en su capitulación, sexto al final de una carrera que fue suya hasta que el Astana, sólido, punzante y preciso se la arrebató de las manos. El holandés solitario, el que no contaba camaradas, claudicó al fin en una lucha desigual. Solo de esa manera, con los fieles mosqueteros celestes, con el espadachín Mikel Landa hiriendo de muerte a Dumoulin en La Morcuera pudo el italiano conquistar la carrera en una etapa que se descansará entre los incunables de la Vuelta por esa amalgama de emoción, estrategia, épica, drama, sonrisas y lagrimas que la tejieron. Una historia que se trasladará al territorio de las leyendas, que quedará impresa en el archivo de la carrera, en su memoria colectiva. La Morcuera estará unida irremediablemente al recuerdo de Dumoulin, a su derrota, como Serranillos se anudó trágicamente a Gorospe durante décadas o Cotos a Robert Millar. Aru heredó ayer en La Morcuera el legado que dejó Hinault y que estiró Pedro Delgado.
Dumoulin, el Gary Cooper de la Vuelta, no pudo sobreponerse a La Morcuera donde perdió el rastro de Fabio Aru, que con un ataque duro, expansivo, arrastró al resto de favoritos, activados cuando vieron la palidez de Dumoulin, boqueante, lívido, en la reserva. Hasta entonces ni Majka, ni Chaves, ni Purito, ni Quintana se movieron un centímetro. Esperaron para repartirse la herencia con el tañido de las campanas que anunciaban la defunción de Dumoulin, solo, aíslado. El Astana, que completó un trabajo sobresaliente en la cadena de montaje, vació a cucharadas al holandés en una subida exigente. Mikel Landa, que impuso un ritmo matador, abrió la herida de Dumoulin, agarrado a la esperanza de seis segundos. Con el estirón de Landa, el holandés perdió sangre a borbotones. Logró taponar la herida con un torniquete de urgencia exigiéndose al límite o un poco más. Aquel remiendo, era un parche, no una solución. No acaba de cicatrizar Dumoulin, desencajado por Landa, juez y parte de la Vuelta. Aru jamás podrá pagarle su subida a la Morcuera.
El respingo de Landa estuvo incluso a un dedo de dejar sin aire al italiano, que recuperó el resuello para otra ofensiva contra Dumoulin, la definitva. A poco menos de dos kilómetros para hollar la cumbre, el sardo cortó el hilo que mantenía con vida a Dumoulin, que se descosió hasta quedarse desnudo, entumecido y desamparado. Nadie le echó un cable. Su equipo, al contrario que el Astana, no tuvo visión. No infiltró a nadie en la escapada del día, desde donde se elevó el Astana. Dumoulin masticó su soledad con el mismo orgullo con el que abanderó la carrera. No puede reprocharse nada el holandés, excelente también en la derrota, cuando descendió en picado en busca de un milagro. Halcón peregrino, su rápel le dejó a un palmo de enlazar con Aru y el resto de favoritos, sonrientes porque el Astana les había posibilitado adelantar una plaza. Dumoulin conversó con Mikel Nieve, su compañero de viaje, pero se quedaron con la palabra en la boca. Por delante, los astros se alinearon en su contra. Luis León Sánchez y Zeits, parte de la guardia pretoriana del Astana, partícipes de la fuga de la que salió Rubén Plaza, -el ganador de la etapa-, aguardaron la conexión con Aru, Landa y los mejores de la general. Fue el punto de no retorno para el holandés.
hundimiento El moribundo Dumoulin recibió entonces la extremaunción. Solo le quedaba cerrar los ojos para descansar de aquel calvario, un vía crucis que le sacó del podio, donde se posaron Aru, Purito y Majka. Probablemente Dumoulin no merecía semejante castigo. Menos aún el escarnio de Zeits, que en Cotos, una vez cumplida su tarea en favor de Aru, con la Mariposa de Maastricht sin alas sonreía a su lado. Dumoulin pedaleaba sobre un diván en un día horroroso para él, enlutado desde La Morcuera. Hundido. El desvanecimiento del holandés, evaporado de la general por el Astana, su verdugo, provocó un corrimiento de tierras que alteró las pulsaciones entre los mejores. Nairo Quintana, atenuado por la enfermedad durante un buen trecho de la carrera, corrió para empujar la puerta que abría el podio. Majka, el hombre que siempre estuvo ahí, no tardó en tachonarse al colombiano. El polaco deseaba el tercer puesto. Las matemáticas, desaparecido Dumoulin, eran sencillas. Todos un peldaño hacia arriba. Majka no quería sorpresas desagradables y empalmó con Quintana. Esa unión destempló a Purito, que no estaba para dispendios. El catalán suspiró cuando se reordenó la carrera, estabilizada por el Astana, que agarró con fuerza el joystick.
Solo lo soltó para el festejo, para la alegría, para la fiesta y el confeti, para abrazarse en metam donde Aru se agarraba la cabeza, incrédulo. Pie a tierra tras haber levitado, el Astana fue unicelular. Grupo salvaje. Aru encolado a Luis León Sánchez, a Mikel Landa, a Zeits... “Mis compañeros se han superado, han estado excepcionales, tanto los que han entrado en fuga como Mikel Landa, que ha estado cerca siempre que lo ha necesitado. Esta Vuelta la ha ganado el equipo”. Mientras sonreía Aru, respiraba Purito, segundo, y se felicitaba Majka, que candó el podio, Dumoulin, el Quijote holandés que luchó contra gigantes, el David que se enfrentó a Goliat, esprintaba para alcanzar la meta, donde un auxiliar le arropó la pena. Fue el primer abrazo que recibió en un día crudo, desalmado, que no olvidará, que se le clavará en el corazón. No merecía ese final Dumoulin, un ciclista presente para el futuro, al que le quedará el consuelo de que Aru no pudo con él, que fue el Astana el que le lapidó.