anvers - A Zelanda, abierto de par en par a las aguas frías del Mar del Norte, se llega en volandas, entre musculosas ráfagas de viento que mueven las gigantescas aspas de los colosales molinos que generan electricidad. Ese viento, una turbina a más de 40 kilómetros por hora, sopla las banderas de los aficionados y garabatea con fuerza la costa, un puzzle de diques y playas pedregosas. El viento que proviene de la mar y que sirve para crear energía, se la robó a Vincenzo Nibali y Nairo Quintana, agujereados por el filo punzante de los abanicos, hojas de navaja que desangraron a ambos en un día tremendo. Un directo a la mandíbula. El último ganador del Tour y el colombiano que persigue su primer laurel se hundieron en la ruta hacia Zelanda, el país del mar. No hubo dique capaz de sostenerles. Entre el mar y el viento, Nibali y Quintana gotearon una pérdida de minuto y medio respecto a Froome y Contador, que reaccionaron de maravilla cuando la navaja de Eolo atravesó el pelotón por el costado. Esquivaron su filo para agarrarse al grupo bueno, el que sobrevivió en un día que se calculaba nervioso, alterado, avisado del costurón que el viento provoca cada vez que asoma por la ventana del Tour. La jornada, el segundo día de competición, fue un thriller que dejó magullados a Quintana y Nibali y les guiñó el ojo a Contador y Froome, pero también a Greipel, vencedor de la etapa, a Cancellara, nuevo líder, y a un corredor como Tejay Van Garderen, que tampoco perdió el paso. El resto: Pinot, Peraud, Valverde y Purito eran la cuentas del rosario. El lamento. La lluvia, el viento, la velocidad y la tensión llamaron al caos y la carrera, que respira agitación en la primera semana, se descorchó en un enganchón con la carrera lanzada.

La botella del champán la abrió el Etixx, un equipo de formidables rodares. Tony Martin, Cavendish y Kwiatkowski, entre otros, abanderando la revuelta. El Lotto del robótico Greipel y el BMC, que dejó al líder Rohan Dennis en el retrovisor, se enroscaron en la misma misión y apretaron entre rotondas. La lluvia para caía cascada. El viento, tan esperado, tan difícil de combatir, sirvió de acelerante para activar la tormenta perfecta. Olía a miedo. Contador y sus chicos del Tinkoff olfatearon el peligro inmediatamente y se alistaron a la rebelión. El Sky de Froome, con el radar sobre el madrileño, se sumó al baile. Una veintena de corredores abrió los portones a la anarquía, al sálvese quien pueda. Carne para la picadora a 57 kilómetros de meta en un pasillo sin escapatoria. Una maniobra en una rotonda a las afueras de Rotterdam fue la llave de paso. Tinkoff había movido ficha cuando restaban 100 kilómetros, un mundo, pero entonces no pudo alterar el orden del pasaje. Encajonada la carrera por el Mar del Norte, sin parapeto, arreciando el viento, con la lluvia alimentando la mordida del viento, el pelotón saltó por los aires metro a metro. Una rueda que no se coge, una pedalada que no engancha, una pulgada que se cede, un relevo que se queda corto y las intenciones de provocar daño tiñeron de negro a Nibali y Quintana, dislocados por el látigo que chasqueaba entre el aguacero.

Después de los ojos de asombro, con el primer parpadeo, les había caído medio minuto. El italiano que comenzó a ganar el Tour del pasado curso ensamblado al pavés que se le atragantó al resto, se quedó en suspenso. A Quintana, agrupado el Movistar alrededor de su escueto cuerpo, aún le iba peor. Por delante la orquesta del BMC, Lotto, Etixx y Tinkoff, con la voz de Alberto Contador, el capataz, al mando, marcando la hoja de ruta, sonaba en armonía, salvo por el Sky, un tanto remiso, acomodado, plegada la escuadra en un segundo plano. Froome, que contaba con Stannard y Geraint Thomas, dio paso a la percusión más delante. Contrariado, Nibali buscaba junto a Pinot, también fuera de foco, el rebufo de Contador y Froome a impulsos eléctricos. Sucedía que el italiano corría el peligro de aislarse, así que se convenció, no sin darle vueltas y retorcerse, que era mejor aguardar a que el grupo de Quintana, Peraud y Purito, más numeroso, les alcanzase.

contrarreloj por equipos Para entonces la ventaja de la avanzadilla era de un minuto. Apenas restaban 25 kilómetros para la meta. Contrarreloj por equipos. Ensayo general de Plumelec. El velcro de la crono del sábado que tanto había aproximado a unos y otros candidatos no tenía agarre en la planicie de la lluvia y el viento, una etapa dantesca. Se estabilizó la distancia, pero no así el biorritmo de Nibali, boqueante el tiburón en un día aciago, de tintes oscuros. Incluso pinchó el italiano, que se incorporó soldándose entre los coches de equipos en un tras coche, por momentos, sonrojante. Movistar y Astana, principales perjudicados, amancomunaron intereses para minimizar las pérdidas. No había otra opción. Enemigos íntimos. Por delante, a la espera del último aliento, metieron aire en los pulmones para abrir gas en el tramo definitivo. El viento se atemperó, pero se elevó el ritmo. A todo o nada.

En esa apuesta, Froome y Contador, grandes beneficiarios, se frotaron las manos. Etixx aceleraba para Cavendish y para Martin, Lotto para Greipel, y el BMC para Van Garderen. En los cinco kilómetros finales, amasaron casi medio minuto de ventaja más. El sprint, por el que pelearon Cavendish, Sagan, Cancellara y Greipel fue para el alemán, extasiado en meta en una llegada apretadísima. El liderato se lo quedó Cancellara. Contador y Froome, -el británico obtuvo cuatro segundos sobre el madrileño- eran minuto y medio más felices en Zelanda, el país del mar, donde naufragaron Nibali y Quintana, deshilachados por el viento.