hubo un partido que marcó un antes y un después en la vida de Aimar Olaizola. Fue aquel duelo la línea roja, la marca de la bestia, el día en el que cambió todo. Fue cuando se desperezaba mayo de 2008 y el Manomanista ya empezaba a calentarse en los cuartos de final. Fue ese el momento en el que el goizuetarra y Oinatz Bengoetxea se vieron en el Astelena de Eibar para reeditar los míticos duelos entre sus dos pueblos, cuyas leyendas se dividen en una carretera, la NA-4150 con 20 kilómetros de curvas y calzada estrecha. Media hora de subida y bajada enraizada en la montaña y el viento. Siempre ha habido rivalidad.
Pues bien, aquel mayo de 2008, tras el que Oinatz Bengoetxea acabaría ganando su primera y única, por ahora, txapela del Manomanista, el leitzarra marcó a su vecino. A Aimar Olaizola. “Aquel partido fue la ostia”, certifica siempre el pizpireto puntillero de Asegarce, eliminado de la final de mañana por una rotura en el índice de la mano izquierda a los entrenamientos previos a la final. “Una pena”, revelan los Olaizola. Oinatz tumbó al goizuetarra 12-22 después de ir perdiendo 7-1 y con todos los factores en contra. Ya era entonces Olaizola II el buque insignia de la empresa, el tipo al que le clavaban los ojos en la nuca, el capo de la operadora bilbaina. El veterano asomaba como la quintaesencia de la realidad manista en su empresa. Mientras, en la otra orilla, Juan Martínez de Irujo, que no jugó aquel año, ya había derribado todas las puertas, era una estrella y había cambiado el modo de afrontar el Manomanista.
Los hermanos Olaizola se acuerdan de aquel duelo, porque marcó un antes y un después en la carrera del buque insignia de Asegarce, antes más atado al juego a bote. Aimar lo mira como una derrota dolorosa. Fue un acicate. “Aquel fue el punto de inflexión”, certifica Asier Olaizola, hermano, botillero y consejero de Aimar. El momento fue ese. Ahí radicó un Aimar y otro. La concepción del juego se transformó para el pelotari de Goizueta mientras Oinatz acababa tumbando a Barriola en la final de 2008. La sorpresa, el Manomanista de sotamano del leitzarra, dotó de razones las virtudes del puntillero, que desde casa hacía trabajo de diván. Algo que cambiar. Algo. Algo. Le marcó. Le espoleó. Le subió la fiebre. Amaneció la bestia, la pesadilla Aimar.
Cuenta el mayor de la saga de Goizueta que “al darte cuenta de que tú, jugando a bote contra un pelotari que juega de aire, no puedes hacer gran cosa, te planteas un montón de cosas. Aimar lo que hizo fue hacer el mismo juego que ellos”. Curro de adaptación. Días de análisis, televisor, frontón y soledad, porque si algo tiene la pelota son las horas individuales, de trabajo puro y duro, contra uno mismo, contra el reloj, contra el corazón. El cuerpo de cemento se cincela con un cerebro y una determinación de hierro. Atracón de horas. Confiesa Asier que “la evolución de Aimar no se trata de agresividad. Es por la forma de jugar. Antes, Aimar jugaba a bote mano a mano, pero cuando debutó Irujo las cosas cambian. Aun así, anteriormente estaba Irazola, que también jugaba así. Aimar vio lo que pasaba y tuvo que cambiar. El año en el que Oinatz ganó la txapela, ganó a Aimar en el Astelena. Vio que jugando a bote contra gente que hace ese juego, es imposible. Cambió la forma de afrontar ese tipo de contiendas”. Era la única opción. El material, el ritmo y la velocidad transformó el Manomanista y acabó devorando las opciones de los zagueros y los delanteros más clásicos. Apenas Abel Barriola, Patxi Ruiz y Julen Retegi mantuvieron el regusto más tradicional hasta opositar por txapelas. Después, nació una nueva generación instalada en el aire perpetuo con nombres como Ezkurdia, Idoate, Altuna III, Artola... Quizás Urrutikoetxea mantenga un corte más antiguo. “Juega mucho a bote”, dice Aimar. Hay cierto respeto en el ambiente, porque siempre comenta que “Mikel es un pelotari que siempre me pilla mal”.
Aimar se transformó. “Decirlo así parece sencillo, pero para cambiar de estilo de juego hay que tener muchas cualidades”, analiza Asier Olaizola, quien apostilla que “lo que tiene es muchos recursos. Irujo y Bengoetxea VI desde el principio han hecho ese tipo de juego, porque tienen esas cualidades y claramente les ha ido bien. Aimar aparte de tener cualidades para hacer eso, ha tenido que adaptarse y entrenar. Está claro que ha trabajado mucho y le ha dado sus resultados estos años”.
UN curso COMPLICADO A partir de entonces, con la lesión de la rodilla que le mantuvo apartado seis meses de las canchas de por medio, la conversión se tradujo en tres finales del mano a mano seguidas y dos txapelas consecutivas. Solo le arrebató una final Xala, en 2011, en el mejor partido de los últimos años, en el que Olaizola II estuvo sublime y su adversario antológico. Tras el regreso de la lesión y la modificación de sí mismo, una bronquitis le arrebató todo de un tirón. El peaje de la fiebre y los antibióticos, sumado a un gran Retegi Bi, le tumbaron en cuartos del Manomanista de 2014 contra pronóstico. Una tendinitis en el hombro derecho, después, le mermó el Cuatro y Medio y le frenó el Parejas. “Cuando llevas tanto tiempo bien y ves que de repente por las lesiones el rendimiento baja, psicológicamente te merma bastante. Pasas de verte a un nivel a no poder rendir o estar a un buen nivel de juego y salir al frontón con molestias y dolores. En el Cuatro y Medio, Aimar llevaba arrastrando desde septiembre molestias y pudo llegar a la final, aunque no ganarla. Durante el Parejas, evidentemente, no podía y tuvo que parar. Creo que todavía no está recuperado del todo”, certifica el botillero del campeón de Goizueta. Bajó el pistón el delantero porque no había otra. “La verdad es que necesitaba desconectar un poco. Lesiones no le deseo a nadie, pero parece que es la única forma de que los manistas que están arriba descansen. La vida del pelotari es muy corta, como la de cualquier deportista, y las empresas deberían de pensar un poquito en que hay que darles unas semanas de vacaciones seguidas. Eso es de cajón. Los que andan ahí arriba acaban quemados psicológicamente, físicamente y cuando suman años empiezan las lesiones y cuesta recuperarse más”, argumenta Asier.
Y el peaje, con más de una década sin frenar, es que “el cuerpo casca”. “Aunque sean portentos, el cuerpo hace crack. Necesitas estar bien de físico, pero también descanso. Nos hemos metido en una vorágine que es acabar un campeonato y a la semana siguiente empezar otro. Se deberían de plantear parar dos o tres semanas seguidas y oxigenar el cuerpo, porque no nos hemos dado cuenta, pero lo que ha hecho este año es muy importante. Cumple 36 años y se ha metido en final ganándole en la semifinal al campeón. Hacer eso con esa edad, lo habrán hecho pocos”, manifiesta el expelotari de Goizueta. Evoca el mayor de los Olaizola que “yo debuté con 19 o 20 y entonces estaban Beloki y Eugi y estos les quitaron de en medio en lo mejor. Aimar e Irujo llevan desde los 23 en lo más alto y, que recuerde yo, el único que ha jugado una final Individual a esa edad ha sido Julián Retegi. Sobre todo, mano a mano es difícil, porque la chispa la vas perdiendo. Tiene un gran mérito”. Y sentencia que “para hacer eso hay que tener muchos recursos”.
Aun así, tal y como certifica en muchas ocasiones Aimar Olaizola, a pesar de sus 35 años, aún no nota el bajón. “Si se cuida, bajón físico de pecho y resistencia, no va a notar. Si te cuidas, no pierdes. Lo que se nota es en la chispa, la velocidad de piernas y el toque en el brazo. Si se cuida no tendrá problemas para continuar. Lo que afecta en el mano a mano es la falta de chispa”.
Urrutikoetxea, PELIGROSO “Aimar siempre dice que algún año va a sacar la txapela. Mikel es un manomanista nato. No tiene muchas características similares a Oinatz, pero tiene golpe de sobra, de los que más del cuadro. Es muy completo. Quizás hasta ahora no ha explotado, pero lo hará”, desvela Asier, que también asume que “es un pelotari con recursos a bote y de aire. Oinatz, por ejemplo, juega de aire increíblemente pero cojea a bote, no es tan largo. Urruti, en cambio, a bote le da mucho y tiene cualidades de aire. Si le dejas jugar, te va a avasallar. Tienes que meterle velocidad, como Bengoetxea VI en el Labrit”. Así, el exmanista concuerda en que la versión de Aimar tiene que ser parecida a la de Gasteiz contra Irujo: “No tiene que dejarle jugar. Aimar tiene que darle ritmo”.
Sobre la gestión de los encuentros y la capacidad de rendir en finales, en lo que Aimar Olaizola es un as, su hermano anuncia que “aunque parezca tranquilo, la procesión va por dentro. Tiene mucha tensión. Pero desde siempre ha sabido manejar los partidos. Tú cuando tienes recursos, tienes la confianza en ellos y sales con esa confianza. Él es consciente de en qué forma de juego está. Él sabe que puede ganar o perder y que tiene que trabajar”.