galdakao - A media mañana, el sol codeándose con las nubes por hacerse un hueco, pájaros que le cantan a la primavera, tan tímida que sale antes de entrar, el viento que se afina con el flequillo del norte, esperan acodados en el sótano de El Vivero, junto a una iglesia modernista de Galdakao, Peio Bilbao (Gernika, 25 de febrero de 1990) y Omar Fraile (Santurtzi 17 de julio de 1990), corredores del Caja Rural-Seguros RGA. El gernikarra, de escueta carrocería, y el tallo de Santurtzi, 1,84 metros, ambos escaladores, conversan sentados sobre el cuadro de sus bicicletas Fuji blancas y verde. Charlan sobre el recorrido, la altimetría y los puntos calientes de la Vuelta al País Vasco, un carrera de “seis clásicas”, subraya Omar Fraile, que disputará la prueba por tercera vez. Para Peio Bilbao será su bautismo. El viaje iniciático. Se estrena en la carrera de casa. La emoción le descubre. Lo dice la efusividad de su lenguaje y los gestos de ilusión con los que festonea sus palabras. “Tengo una ilusión especial”. Peio Bilbao guarda la carrera en la cabeza y en el estómago desde tiempo atrás. Le delata el conocimiento exhaustivo del recorrido. “Lo estoy mirando desde hace un mes”.

Describe Peio el trazado, la cartografía de la Vuelta al País Vasco, al detalle, como si se tratase del editor de Google Maps o el encargado de dibujar el recorrido de la prueba desde un asiento de la organización. “Lo único que no he visto ha sido la subida a La Antigua”, se disculpa el gernikarra sobre el lobo de la tercera etapa. “Es un muro, como el de Aia. No lo he subido en competición”, dice Omar. “De todos modos da un poco igual, sabes que es un muro, que se trata de subir, no tiene muchos secretos”, recalca. “Es subir, poder subir. Habrá quién pueda y quién no”, suspira Peio sobre esa puerta que da al infierno: un averno vertical, orgulloso, altivo, unos 900 metros con desniveles por encima del 20% y que exigirá un desarrollo próximo a los usos y costumbres del alpinismo. Una subida de crampones, piolet y supervivencia. “Montaremos un 36X32 o un 36x28”, calculan Peio y Omar. Un desarrollo suficiente para que no les tumbe la ley de la gravedad. Parecidas multiplicaciones deberán colocar en Aia, en la quinta etapa, y su escarpadísimo repecho, 800 metros al 16%, con rampas superiores al 20%. Paredes que aparecen de la nada, muros que se levantan y reclaman valientes con catapulta. “La idea en los dos es la misma. Subir cómo se pueda, retorciéndose”, describen. “Mientras no llueva, porque si llueve y empiezas a patinar... Mejor ni pensarlo”, apunta sonriente Omar Fraile sobre ese espacio donde se dispara el corazón, agobia el ácido láctico y las piernas se aploman.

Lo imposible, o al menos algo que se le acerque, -cuestas tan inclinadas, tan explosivas, puro desplome, donde más de uno echará pie a tierra porque no es capaz de pedalear-, construye los hitos de un ciclismo en constante búsqueda de retos, dificultades y desafíos que apuren aún más los límites. “¿Si eso es ciclismo? Bueno, ¿es el Tour de Flandes con esos muros y pavé ciclismo? Y se lleva corriendo muchísimos años”, responde preguntando y contestando a la vez Peio Bilbao, que el pasado año conquistó el Gran Premio Primavera de Amorebieta. “Cuando corres en la Vuelta al País Vasco ya sabes lo que hay y para el espectador son bonitas este tipo de etapas, ver cómo pasan los corredores por delante a uno por hora”, añade Omar Fraile, que sin embargo opina que la dureza de la crono final, incrustada en la sexta etapa, “es excesiva porque se suben los repechos de Aia de nuevo. Habrá muchos que no lleven una bicicleta de contrarreloj y lleven una normal”. “Es donde se decidirá la carrera”, considera Peio.

En una edición donde se apilan, encolumnadas, mirando al cielo, 33 cotas repartidas en cinco de las seis etapas, Peio cree que será la acumulación del día a día el que trascienda más que Aia o La Antigua. “Los repechos de Aia y La Antigua son tan duros que es muy difícil hacer hueco y no creo que haya diferencias entre los de cabeza”, describe antes de añadir que “ahí está Arrate, una cima mítica, pero luego, realmente pocas veces se ha decidido la Vuelta en Arrate”. “Es verdad, pero Arrate es Arrate, el Santuario... No sé, ganar ahí tiene que ser la leche. De por sí ganar una etapa es un sueño y hacerlo en Arrate, algo más”. Habla Omar de la mística de la carrera, de esas cumbres adoradas por su significado, por el poder de convocatoria que provoca el simple hecho de nombrarlas. La lija, empero, se activa en el entreacto. El impasse no es pausa. “Antes de Arrate tienes Asentzio, Karabieta, Ixua, Gontazagaigana, Santa Eufemia...” recita Peio. Todo emplatado entre Zumarraga y Eibar, la cuarta etapa, un menú de tres estrellas Michelín.

Bilbao, el objetivo Siendo Arrate una de las cumbres de mayor raigambre y peregrinaje, Peio y Omar no dudan a la hora de desear un triunfo en la Vuelta al País Vasco. “Ganar en Bilbao. Entrar en la Gran Vía tiene que ser increíble”, dicen. Para tocar la gloria en la capital vizcaína es necesario ser un poco aquel Igor Antón. “Lo que hizo es muy grande. Imagínate allí, tanta gente, los amigos, la familia, los que te conocen... La Gran Vía cortada, paralizada para ti, tiene que ser lo más grande”, amplía Omar. “Siendo vizcaíno me quedo con la de Bilbao. Además esa etapa pasa por mi casa, por Gernika, y por donde suelo entrenar”. En cualquier caso, para llegar al éxtasis de la Gran Vía, se precisa gobernar El Vivero, el alto que abraza la etapa inaugural de la vuelta al País Vasco. “Coronar, bajar y a meta”, describe gráficamente Peio Bilbao.

Es tiempo de aparcar la cháchara, el palique y alistarse a El Vivero. David López, el vizcaíno el Sky, pasa y saluda. “Es la segunda vuelta que hace”, observa Peio. “Lleva buen ritmo”, suma Omar, que tiene que completar una sesión de cinco horas. “En El Vivero se subirá rápido. Así que lo mismo ya en la primera etapa se hace una selección de no más de 20 que se disputen la carrera”, lanza el gernikarra. Clac, clac. A pedalear. Las primeras rampas de El Vivero, desde Bengoetxe, curvean a la derecha. Comienza la ascensión con un trago seco en una mañana que continúa negociando más sol, pero no está claro que le concedan la petición. Peio, sobre sus zapatillas verdes y Omar, calzado de blanco, ascienden en paralelo, charlando de sus cosas, mirando el paisaje, gesticulando el santurtziarra. Peio baila sobre los pedales. Omar, más corpulento, tiene un estilo menos sutil. Los caseríos, de piedra, son los vigías de su paso; las ovejas, relajadas, su público distraído. Un perro en la puerta y unas gallinas también miran el entrenamiento.

El Vivero les da oxígeno, una palmada de ánimo y aliento, donde crecen los eucaliptos. Para entonces, a los corredores les sobra ropa. Se acelera el pulso, se eleva la temperatura, la carretera, sombreada por la vegetación, exige más esfuerzo. Apenas canta algún pájaro despistado que no sabe si su canto es de queja por la largo que fue el invierno o por la primavera que es pero no llega durante la ascensión. Mediado el alto, las pintadas son un memorial de la etapa que Igor Antón ganó en Bilbao. Fuji, su mote, trazado en verde, manda sobre el asfalto. La brea aún brama su nombre. En septiembre de 2011 El Vivero fue un volcán de emociones, de griterío. Hoy está relajado, a la espera de mañana. En el fondo se descubre el perfil de David López. Peio y Omar continúan con su vals. Saben que el lunes será un rock&roll. “El Movistar, con Quintana, que es el favorito, está dispuesto a aprovechar su fortaleza en cualquier lugar y El Vivero no es mal sitio”, reflexionan. En El Vivero descansa la ilusión varada del Parque de Atracciones, un bodegón de la memoria, de la infancia abandonado, en el margen de la carretera. Cerca de aquel hogar de diversión, Peio y Omar enlazan con el pedaleo de David López antes de coronar el alto. Se saludan, un par de frases y se despiden. Cada uno para un lado. Se verán en la Vuelta al País Vasco. “En principio la primera etapa, la de Bilbao, y la segunda, la de Gasteiz, que suele acabar al sprint, son las más asequibles, pero vete tú a saber. Si llegas con dudas a esta carrera no tienes opciones”, pronostica Peio. “Aquí siempre pasa algo”, dictamina Omar sobre la carrera de emboscadas.