vitoria - Definitivamente el cross vasco guarda en su celoso panteón un altar privilegiado para el vitoriano Iván Fernández. Ese fibroso atleta de talla internacional cuya calidad y catadura humanas no hacen sino agrandar su meritoria trayectoria, que va camino de leyenda al menos en lo que al campo a través se refiere. El pasado domingo en Elgoibar, en la edición número 51 del campeonato de Euskadi que se celebró en el circuito de Mintxeta (10.800 metros), el atleta local volvió a erigirse como el gran campeón, el rey del barro, al sumar su séptima corona consecutiva, algo inédito en la historia del cross vasco. Sin quererlo ni, quizá, pretenderlo, Fernández borró de un plumazo los registros anteriores, que curiosamente estaban en manos de otros dos exatletas alaveses, Martín Fiz (poseedor de cinco títulos) e Iván Sánchez (seis campeonatos aunque no de forma consecutiva). Y con la misma grandeza que emana de su extraordinaria humildad, que no es forzada ni responde a un postureo premeditado, encajó Iván su nuevo campeonato, una muesca más de su formidable estado de forma.

No pudo con la carrera ante una gacela llamada Hassan Oubaddi, un marroquí con el que compitió de poder a poder hasta que restaban 300 metros para la línea de meta, pero sí fue el mejor vasco por delante de Eneko Agirrezabal y Unai Arroyo. El 15 de febrero estaba marcado en su calendario desde que a finales del pasado año decidió desplazarse hasta el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada para tratar de explotar sus facultades -una experiencia que con el tiempo se ha demostrado no tan positiva como esperaba- y a la cita se presentó con el tendón de Aquiles tocado pero la confianza por las nubes. Y lo más importante, sin el menor resquicio de autocomplacencia por ningún lado, y eso que partía como el gran favorito en todos los pronósticos y seis coronas a su espalda.

En ese contexto no varió un ápice su rutina de siempre, una disciplina que el vitoriano entiende “fundamental” en el posterior desarrollo de sus carreras. Por eso volvió a dormir en casa al abrigo de ese pilar inquebrantable que es su familia y volvió a amanecer pronto. Desayunó, ultimó su bolsa y partió hasta la localidad guipuzcoana en compañía de los suyos. Al filo de las 10.15 llegó al circuito Mintxeta y poco después activó el protocolo habitual en este tipo de pruebas antes de calzarse las zapatillas para calentar. De camino, y como viene ocurriendo en los últimos años, no paró un momento de saludar a viejos amigos, compañeros y aficionados. “Ojo con la bajada a las piscinas Iván, que hoy está para pocas bromas”, le dice uno. Dicho y hecho. Visto el barrizal, Iván decide meter clavo del nueve. De haber puesto un 12 “hubiese traccionado mal en la parte de la pista”, reflexiona 24 horas después. A falta de diez minutos para el pistoletazo y con la licencia en la mano -el domingo lució el dorsal 468-, Iván se dirige a la cámara de llamadas, la antesala de la salida. 12.17 horas. Bang. Y ritmo, mucho ritmo. Casi tanto como el molesto “chocolate” que alegra el día a los medios gráficos. 35 minutos y 40 segundos después, Fernández pasa a la historia. Otra presea de oro que poco después cuelga en su habitación.