Impresionante la de gente que se echó ayer a la carretera para ver pasar el Tour. Me he acordado de los que dicen que el ciclismo ha perdido su capacidad de atraer al gran público y en los argumentos que podrán esgrimir para defenderse después de los visto. Que en un país como Inglaterra, que ha ganado los dos últimos Tour pero su cultura ciclista no es muy amplia, ocurra esto solo se explica por la capacidad que ha demostrado este deporte de abrirse al mundo. Hoy se llega a Londres e intuyo que volverá a ser un espectáculo de gente.
Es indudable que todo eso es bueno para el ciclismo y que me alegro porque aunque sea desde casa uno disfruta viendo las carreteras abarrotadas. Otra cosa son los ciclistas. Sufren con días como el de ayer. Soy fe. En el primer Tour que corrimos con Euskaltel, en 2001, nos metieron una etapa por Holanda que fue algo parecido a lo que se está viviendo ahora en Inglaterra. Había gente por todos lados con niños, sillitas, perros... Es insufrible porque la carretera se estrecha y el pelotón se estira porque no hay sitio para pasar. Eso es lo que habrán sufrido los ciclistas estos dos días, sobre todo ayer porque además tenían un recorrido duro en el que se vieron cosas importantes. Se sabe ya más o menos que están bien los que se esperaba que estuvieran bien. Salvo Purito, y él mismo se había descartado, todos estuvieron delante cuando la cosa se puso seria. Me sorprendió ver ahí a Horner, el último ganador de la Vuelta que el primer día perdió tiempo no se sabe muy bien por qué. La victoria de Nibali entra dentro de lo previsible como empiezan a ser previsibles las derrotas de Sagan, que comete errores de juvenil cuando tiene todo a su favor para ganar. Un detalle: cuando el Garmin estiró la carrera en un repecho duro y se quedó delante una veintena de corredores, Froome tenía tres compañeros al lado; Contador, uno.