Vitoria - Naciendo en las faldas del macizo rocoso de Montserrat estaba escrito que Jordi Tarrés (Rellinars, 1966) acabaría subido a una moto para domar semejante paraje. Estaba escrito además porque en ese entorno tan apartado del mundo, en esa localidad del Vallés donde el tiempo parece detenerse y el silencio se escucha, pocas distracciones había entonces para los más jóvenes salvo desafiar a la naturaleza a lomos de una moto de trial o, en su defecto, como en el caso del protagonista de esta historia, una bicicleta adaptada con la que emular las batidas y saltos de sus hermanas de gasolina. En este escenario y en esta infancia se crió el piloto catalán, en el seno de una familia humilde acostumbrada a tener que deslomarse cada día para alcanzar un cierto nivel de prosperidad. Un esfuerzo que diera, aunque fuera de vez en cuando, para tomarse la licencia de un capricho, que en el caso de Jordi siempre fue el mismo, disponer de una burra como la que ya tenía su hermano mayor Francesc, que aunque nunca alcanzó grandes triunfos fue el que realmente le metió el veneno del trial en el cuerpo. También Pepito Casademunt, un vecino suyo y entonces piloto oficial de Bultaco, tuvo algo de culpa en que el niño Tarrés se enganchara rápido al equilibrio y las dos ruedas. De esta manera, y casi sin quererlo, como suele ocurrir en las grandes historias, la carrera del pequeño parecía estar escrita de antemano. Su entorno bullía con el motor, con las carreras, los pilotos y los mundiales, así que fue cuestión de tiempo que Jordi fiara su futuro a las cabriolas sobre una moto. Ahí comenzó a forjarse la leyenda, de forma autodidacta, libre de manuales y técnicos; con un estilo y una técnica hasta entonces desconocidos, pero que Tarrés había importado de sus años en el trialsin, donde a menudo tenía que tunear sus bicicletas para adaptarlas a la competición. Aquella primera BH de “sillín eterno” que maqueó de forma rudimentaria en el garaje de su casa guarda aún hoy un lugar especial en su prodigiosa memoria, por la que ahora fluyen miles de recuerdos con un punto de nostalgia. De aquellos años precisamente data una fotografía en la que aparece admirando a una de aquellas leyendas del motor como Yrjo Vesterinen y que Bultaco utilizó con el tiempo para promocionar la marca catalana. Aquella mítica estampa cuelga hoy del museo de su casa, tapizado con más de 800 trofeos y cientos de recuerdos de una época dorada.

Inicios como albañil Tiempos felices que no esconden, en cambio, un pasado adverso y duro, puesto que la economía de los Tarrés entonces no daba para mucho más que lo básico. Así que la joven promesa, que al terminar la enseñanza primaria trabajó durante un año como peón de albañil, tuvo que renunciar a la moto y conformarse con la pequeña bicicleta con la que luego despuntaría en Europa con el trialsin. Eso sí, al menor descuido de su hermano, cogía las llaves de su moto y daba rienda por los montes cercanos a Rellinars a ese “don”, como describe su amigo y periodista Pep Segalés, que con el tiempo le convertiría en leyenda de una modalidad hasta entonces desconocida en España. Siete campeonatos del Mundo entre 1987 y 1995, dos subcampeonatos y otros tantos triunfos internacionales tuvieron la culpa de que la marca Tarrés y el mundo del trial quedaran soldadas en España para los restos.

Ha llovido mucho desde entonces, muchos años desde que el piloto catalán, que inició su andadura profesional bajo el manto de la marca italiana Beta -siete años y cuatro mundiales- y continúo con Gas Gas, se bajara en 1997 de la moto profesional en el momento preciso, “antes de que el prestigio conseguido acabara por los suelos, como les ha ocurrido a otros compañeros y a otros profesionales”, apunta Segalés. El propio protagonista confirma a este diario el apunte y añade: “En aquel Mundial terminé quinto, sufriendo mucho y muy quemado por la presión y el estrés. Sé que fue un gran resultado pero para mí, que venía de haberlo ganado todo, ya era insuficiente, así que supe con certeza que era el momento de decir adiós”.

La retirada de la elite, no obstante, no apartó a Tarrés ni del olor a gasolina ni de la goma quemada, más bien todo lo contrario. Se volcó en seguir vinculado al trial y por ahí surgieron varios proyectos profesionales y personales donde dejó, y sigue dejando, su exigente huella. A punto de cumplir 50 años, el expiloto ultima el lanzamiento al mercado a finales de año de la nueva marca de motos que llevará su nombre (TRS) y que desarrolla desde hace tiempo en su sede-vivienda de Rellinars, donde aprieta, interrumpe y exige a su equipo de ingenieros casi con la misma intensidad con la que la hacía con sus mecánicos en la alta competición. “Cuando era más joven era muy exigente, lo reconozco. Quería todo para el momento y eso a veces me cegaba un poco, pero supongo que era porque era consciente de que la carrera profesional era muy corta, pero con el tiempo y la experiencia entiendes que necesitas más pausa, más tiempo... Continúo siendo perfeccionista pero no al nivel de antes”.

Hoy estará en maeztu De este proyecto al que ahora mismo dedica toda su energía, de su pasado y de su participación hoy en la sexta edición de la clásica de trial de Maeztu habla el piloto catalán en la sede de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, a la que ha accedido a subir, cómo no, en moto. En la misma con la que en 1987 ganó su primer campeonato del Mundo, una Beta TR34 de 260 cilindros y 84 kilos “que entonces fue una auténtica revolución”, explica Tarrés mientras arranca y enfila el portal de acceso al periódico no sin cierta preocupación. Una hernia discal reciente y un primer tramo de escaleras endiabladamente estrecho y empinado le hacen tomarse el asunto con más seriedad de lo que parecía. A pesar de ello, abre gas con determinación, levanta el culo y, como antaño, encara el tramo previsto hasta completarlo con éxito. Apenas unos segundos y arriba. Ante el estruendo del motor, vecinos y curiosos no tardan en aparecer, intrigados por la identidad del personaje. Para su suerte, nadie le conoce. Tampoco en la sidrería donde ayer se dio un “homenaje increíble” acompañado por varios miembros del Moto Club +Gas causó el revuelo previsto para una estrella de su calibre. “Es el precio de no haber sido futbolista”, bromea. Así que solo restan los veinte metros de pasillo que dan acceso a la redacción, y que el catalán aprovecha para hacer varios caballitos, igual que cuando le robaba la moto a su hermano para perderse por Montserrat. Los flashes, móviles y cámaras de vídeo no paran de inmortalizar el momento. Aunque hace mucho tiempo ya de eso, cada disparo, cada sonido, retrotrae al formidable piloto al pasado, a los tiempos gloriosos donde a base de talento natural y un afán por el trabajo y la perfección sobrenaturales, se consagró como el extraTarréstre. Una leyenda viva que hoy volverá a sentar cátedra en Álava, en las peñas de Sabando.