Maniago - La cronoescalada al Monte Grappa no es lo que parece. No es una carrera contra el reloj. No es una cuestión de tiempo. Eso le sobra a Quintana. Tiempo y orgullo. Gasta el primero, los segundos que le sobran, en cambiar de bicicleta, la de contrarreloj por la convencional, cuando se asoma a las primeras rampas del coloso y aprovecha, también, para dejar el casco aerodinámico, pesado y asfixiante, y coger el de todos los días, ligero y fresco, la carcasa rosa y las cintas rosas a juego con su buzo rosa, los guantes, los botines que le cubren las zapatillas y media pierna, hasta el gemelo, la cinta del manillar y las manetas que agarra con decidida delicadeza, la clase del escalador: fino como el coral y contundente como un martillo.
No le inquieta el tiempo al colombiano, que sabe como lo saben todos, aunque no lo diga, que el Giro es suyo, que nada ni nadie puede hacerle sombra, y, sin embargo, necesita, quiere, un golpe definitivo que eleve su victoria de mañana a la categoría de incunable. Se lo exige el orgullo, al que escucha y atiende, al que comprende el lamento, la rabia, cuando le señalan con el dedo tras la batalla del Stelvio y utilizan palabras como trampa que le hieren y le escuecen porque no entiende. No comprende Quintana cómo ese día épico de niebla y frío extremo que él engrandece con una cabalgada a la altura del Stelvio y los Dolomitas, su nieve y su leyenda, acaba en un debate sobre su ética, el tuit de la polémica, la neutralización inexistente, una cuestión absurda que zanja la UCI cortando el camino a una reclamación que pide que se le descuente el tiempo ganado en ese descenso. A él y a Rolland. Ahí se acaba el asunto, pero no le basta a Quintana, como no le hubiese bastado a ningún campeón pasado a los que el colombiano, 23 años solo, segundo en su primer Tour y a punto de ganar su primer Giro, ya se parece no tanto en la clase, la manera deliciosa de escalar, su pedalada contundente, sino en el carácter, la mirada negra y en ella impresa la convicción de que es tan importante el qué como el cómo, o más. Ese orgullo que le sobra como le sobra el tiempo en este Giro le impulsa en el Monte Grappa tras cambiar de bicicleta y de casco para aplastar todos los tiempos anteriores de sus rivales, incluidos los fabulosos registros de Fabio Aru, otro que huele a campeón, pero aún es joven, 23 años, y se le eriza la piel al verse en la montaña con los grandes que le rodean, pero no le tiemblan las piernas para volar hacia la victoria en Montecampione, como no le tiemblan en la cronoescalada que disputa de blanco, mejor joven, una imagen angelical en la montaña.
El italiano discutió la etapa hasta el último momento al incontestable Quintana. Del lamento de la derrota se sobrepuso rápidamente. Primero, al saber que la batalla por el podio la tenía ganada al sacarle 1:40 a Rolland; y, segundo, tras quedarse a 41 segundos de Rigoberto Urán, con quien luchará hoy por el segundo puesto en el Zoncolan ante la presencia de Quintana y su orgullo de campeón. Giro de Italia