vitoria - Para entender la historia de Martín Rodríguez es necesario conocer antes el contexto de su vida. Un "regalo" tatuado a golpe de cicatrices que han moldeado un carácter extraordinariamente combativo que siempre le ha hecho rebelarse ante la injusticia. Sin embargo, ese hinchado de vena tan suyo no pocas veces le ha costado sonoros disgustos, que a estas alturas de la película asume con cierta resignación. "¿Que quizá debiera haber cerrado la boca alguna vez? Seguramente, pero entonces no hubiese sido yo", responde con ironía este menudo vitoriano mientras apura un café. El encuentro con este periodista en una céntrica cafetería de la Avenida Gasteiz es consecuencia de la singularidad de su historia vital y deportiva, además del interés de un amigo común por hacerla pública, que habría detectado en su relato un ejemplo de superación y lucha ante las adversidades, que en los tiempos que corren no son pocas. La que sucede, por tanto, es la historia del haltera Martín Rodríguez Arcos (Vitoria, 1948), uno de los culpables de que esta modalidad olímpica tuviese en su día un fulgor sustancial en la capital alavesa. A finales de los años 70, recuerdan los más veteranos, la nómina de halteras locales rondaba los 400, de los que aproximadamente una cuarentena competía además en categoría nacional.

Precisamente a este grupo pertenecía el propio Rodríguez, protagonista unos años antes de una formidable camada de halteras como José Luis Viguri, Felipe Fernández, Luis María Ibarrola o Javier Fernández, artífices de la idea, en 1966, de crear un grupo específico dedicado a la halterofilia en Vitoria que poco después alumbraría la propia Federación Alavesa, cuyo primer presidente fue Juan Ortega. Antes de eso convendría matizar que tanto el propio Rodríguez como el resto de colegas se dedicaban a la gimnasia deportiva y que fue en un Campeonato de España en Valencia donde, por casualidad, se toparon por primera vez con la halterofilia. "Aquello fue como una revelación", reconoce ahora con cierto gracejo. "Nosotros íbamos a competir allí en anillas, paralelas o salto de caballo y terminamos alucinados por los halteras, por aquella ejecución, la técnica y la potencia...", añade.

un "toro" a los 13 años Fascinado por toda esa liturgia, a su regreso a casa todo se precipitó. El haltera alavés, que por aquel entonces tenía 13 años y físicamente se encontraba, según cosecha propia, "como un toro de explosivo y rápido", decidió suplantar al tatami y los aparatos por la barra y las pesas, una modalidad de minorías cuya nacimiento la historia sitúa en la China de hace 2.000 años. A partir de ese momento y dotado de un físico perfecto para domar la barra -"siempre he pensado que mi madre me trajo a este mundo para coger peso", ironiza-, comenzó a forjarse un nombre una vez que empezó a competir. Primero en Álava, más tarde en Euskadi y, finalmente, en España. Su progresión era fantástica y las dos veces que se proclamó Campeón de España en su modalidad no hicieron sino confirmar los pronósticos.

Sin embargo, a las puertas de su salto al campeonato de Europa y del Mundo, su indomable carácter le jugó, o no, una mala pasada. Aún vivo y activo el Régimen franquista, "que todo y a todos alcanzaba", al bueno de Rodríguez no se le ocurrió otra cosa que responder con una crítica sonada, pero fundamentada, a la situación que entonces vivía la halterofilia española. Lo hizo públicamente en una entrevista en el Norte Express. "¿Y cuándo cree usted que llegarán los éxitos internacionales en esta modalidad?", le preguntó el reportero. "Cuando haya medidas internacionales para conseguirlas", zanjó el vitoriano con una contundencia impropia del movimiento deportivo de aquella época, siempre más proclive a la cautela que a la denuncia. La respuesta oficial no tardó en llegar. En apenas un día, la Federación Española de Halterofilia remitió una carta al vitoriano en la cual le instaba a rectificar con suma urgencia sus declaraciones bajo la velada amenaza del "...y si no aténgase a las consecuencias".

Alérgico como era, y es, a la injusticia y la imposición, la marcha atrás de la promesa vitoriana nunca llegó y la Federación lo borró del mapa. "Me segaron de raíz y me dejaron en la estacada simplemente por decir que no, cuando en realidad sabían que yo tenía que estar en la selección para aquel Europeo", lamenta con rabia varias décadas después. Aquel golpe le pilló demasiado joven, con apenas 25 años y probablemente en el mejor momento de su carrera. De no haber sido por aquel episodio, no hay duda de que Rodríguez hubiese esculpido con oro su nombre en la halterofilia europea. Pero la vida no suele dar segundas oportunidades y al bravo haltera local se le escapó el tren. Con la desilusión llegó la repentina retirada, en el mes de diciembre de 1973. Un adiós que firmó de cuajo y que afectó no solo a su faceta como levantador de elite sino también a su labor como entrenador, ya que durante varios años simultaneó con éxito ambas responsabilidades. En algún momento, incluso, fue considerado el mejor técnico del país.

Fue y es Martín un tipo potente y visceral, cercano a sus colegas y extraordinariamente metódico. Un tipo tozudo que aún hoy, a pesar de aquel palo, continúa hablando con pasión sobre la halterofilia. Pero un modelo, al fin y al cabo, intransigente con la injusticia, que a su generación tanto sudor y lágrimas le costó derramar.

El adiós al deporte profesional supuso la entrada en el mercado laboral. Durante quince años cotizó en Diocesanas como profesor y durante otros 27 estuvo al frente del Gimnasio Europa. Una etapa bonita en los inicios que sin embargo años después, sobre todo tras la irrupción de la crisis, a punto estuvo de ahogarlo en una depresión. "Lo pasamos mal, muy mal. La cosa no pitaba y la angustia era grande, así que me tuve que buscar una válvula de escape para no estallar", explica con sinceridad. La solución llegó del pasado. De su pasado como deportista de elite. Y las dudas y las preguntas sobre hasta dónde habría sido capaz de llegar de no haberse retirado tan pronto comenzaron a acompañarle sin descanso. El pique de algunos amigos como Iñigo Ruiz de Azua no hizo sino acelerar el regreso de Rodríguez a la competición casi 40 años después. "Fue un subidón de autoestima tremendo. Tenía 61 años y me encontraba vitalmente muy fuerte, con ganas de comerme el mundo", resuelve con cierta excitación. Sus gestos le delatan. Martín habla y transmite con pasión. Es un torrente dialéctico que conecta rápido con la gente y contagia energía positiva merced a su carácter extrovertido. Y por ahí transitaba su vida hasta no hace mucho cuando, de repente, todo se trunca. Y la vida le vuelve a golpear. Una visita rutinaria al médico hace tres años revela que padece cáncer de colon, lo que frena en seco su renovada puesta a punto deportiva.

pérdida de sensibilidad Lejos de amilanarse, se crece ante la adversidad. Y para el asombro de los médicos que lo tratan en Txagorritxu, el portento físico del paciente hace del tratamiento un proceso poco habitual. Y llegan las sesiones de quimioterapia, que aguanta una a una hasta que la décima, literalmente, le tumba. "Después de siete meses de tratamiento empecé a perder la sensibilidad de los dedos de la mano y después del pie, pero seguí adelante. En mi cabeza solo había sitio para una cosa: poder volver a levantar algún día la barra", revela.

En ese empeño, y una vez recibida el alta, no cejó de entrenarse hasta conseguirlo. Lo hizo en la localidad valenciana de Gandía, en el Campeonato de España para veteranos, donde volvió a saborear el triunfo, quizá con más placer y humildad que en sus inicios. "He perdido velocidad motora y ando más lento, pero me encuentro muy fuerte y joven", se dice a sí mismo. Su siguiente parada le llevó hasta Turín (Italia), donde firmó una meritoria séptima plaza en el Mundial. "Fue maravilloso". ¿Y lo siguiente? "Vivir día a día y disfrutar de mi familia y del regalo que me ha dado la vida", concluye sin rodeos antes de poner rumbo de nuevo al gimnasio de Mendizorroza o al Soviético del Estadio, testigos mudos de las hazañas de un superviviente que a estas alturas de la vida aún es capaz de levantar 70 kilos en arrancada y 150 kilos en sentadillas.