Vitoria - Dejó lo de dar patadas al balón, hizo sus pinitos como entrenador y ahora sigue con la tradición hostelera familiar, en su caso al frente de El Parlamento.

-Es lo que me tocaba. Mis abuelos tenían La Antonia, mis padres están en El Caserón y, al final, zapatero a tus zapatos y a mí también me tocaba aprender el oficio.

Esto de montar bares y restaurantes es algo muy típico entre la gente del fútbol, pero en su caso ha llegado al negocio de una manera distinta a la de muchos compañeros.

-A mí me ha venido de herencia. Es lo que he mamado toda mi vida. Mis abuelos y mis padres han estado toda la vida en la hostelería y supongo que hay que seguir con esa tradición familiar.

¿Cómo se lleva el cambio de vida?

-Es diferente, mucho más sacrificado. Estás de cara al público y también es algo bonito estar aquí hablando con la gente y viendo qué pasa por el mundo.

Futbolista, entrenador y ahora hostelero. ¿Qué es más duro?

-Cada uno tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Lo bueno es que el hostelero tiene trato directo con la gente, mientras que cuando estabas ligado al mundo del fútbol tratabas de estar bastante más al margen e intentado separarte a veces de la euforia y en otras ocasiones de las decepciones. Aquí el trato con la gente es continuo y yo es algo que agradezco bastante. Los que vienen a un bar vienen a pasárselo bien y cuando la gente va al fútbol el que tiene que hacer que se lo pasen bien eres tú.

¿Dónde se trabaja menos?

-Son mundos completamente diferentes. Aquí estás los fines de semana y es otra vida, ya que en el fútbol cuando llega el sábado y el domingo en lo único que piensas es en estar concentrado con el equipo. En el mundo de la hostelería te pasas todo el día metido en jaleos, pero en el del fútbol pasas mucho tiempo lejos de casa.

Por esta barra pasa mucha gente y mucha de ella le conoce a la perfección. ¿Hay muchos pesados o se lleva bien?

-A mí me gusta mucho que la gente se pase por aquí y tenga ganas de charlar. Muchos de los clientes que vienen por aquí lo hacen para hablar del Alavés y eso es algo que agradezco mucho porque a mí el fútbol me encanta y El Glorioso me apasiona. Lo malo es que últimamente la gente sale muy quemada de los partidos y todavía me entristece más cuando vienen y te empiezan a contar que ya no van a volver más, que todo lo ven negro o cualquier otra cosa. Ya no es mala leche, es tristeza por el equipo.

El mundo de la hostelería es muy bonito desde fuera de la barra, pero desde dentro...

-Es duro, complicado y prácticamente sin descanso. Mucha gente se pasa por aquí el viernes y ya está feliz pensando en el fin de semana, pero para nosotros esa misma tarde empieza un jaleo que luego se prolonga al sábado y al domingo. Es duro por las horas que metes y difícil por tener que estar haciéndolo siempre bien y prestando atención a todos los detalles. Además, se trata de un sector difícil, en el que hay muchos pagos y hay que estar pendiente de muchas cosas. Por ejemplo, ahora nos han subido el IVA y nosotros no podemos subírselo al cliente porque lo pierdes. Hay un montón de cosas que hacen que estemos en un momento muy duro.

¿Cómo está la cosa en Vitoria?

-Pues aquí parece que la recuperación de la que nos hablan todos los días no llega. O eso dice la gente. Aquí no solo se habla de fútbol, también de la vida en general y es evidente que hay mucha gente que lo está pasando muy mal. Hay fábricas que cierran, tiendas que no venden, mucha gente en paro...

¿Y en la hostelería?

-Pues igual. Es lo primero que se nota. Si la cosa va mal y no hay dinero para lo básico, lo primero que te quitas es de salir a comer por ahí o a tomarte el vino. Es una rueda y nos afecta a todos.

¿Se quita antes la gente del comer o del potear?

-En Vitoria con los chavales el poteo ya no existe. Se van a hacer botellón. La gente de determinada edad sí que sigue viniendo y se toma unos vinos, pero los jóvenes han perdido la costumbre. Yo no sé si hablan, si no hablan o si están todo el día con la máquina y con el internet del móvil. Se pierde la conversación. Mucha gente que viene me pregunta si tengo wifi, pero ni tengo ni me apetece. Lo que me gusta es que la gente venga y esté aquí charlando, que le den bolilla al camarero.

¿Qué le dice 'Green Capital'?

-Estuvo bien y creo que atrajo turismo, pero ya ha pasado y, aunque sigamos tratando explotar el premio, hay que centrarse en otras cosas.

¿Y Capital Gastronómica?

-Ya veremos. Es una apuesta y esperemos que salga bien para toda Vitoria. Supongo que hemos tenido que poner algo para que nos den este título, pero esperemos que las cosas positivas, que las tiene, sean superiores a las negativas, que las hay.

A día de hoy, ¿se nota en algo?

-Yo creo que no. Hay muchas iniciativas y estamos intentando promocionar Vitoria en muchos mercados, así que esperemos que eso tenga retorno positivo.

Como hostelero, ¿qué le pediría al alcalde si le tuviera delante?

-Como hostelero, nada. Como vitoriano, que trabaje para la ciudad, que es lo que se le pide a un alcalde. Sin ir más lejos, el ejemplo lo tenemos en Iñaki Azkuna, que es un hombre muy querido porque trabajó mucho por Bilbao y cuando las cosas se hacen bien se reconocen.

¿Qué es el fútbol para usted en estos momentos?

-Lo mismo de siempre: una pasión. El fútbol ha sido y es mi vida, aunque ahora lo comparta con la hostelería y otras cosas.

¿Le gustaría volver al mundillo?

-Sí, pero para jugar ya es un poco tarde -risas-. Me gustaría enseñar todo lo que he vivido del fútbol, compartir mis vivencias y que se me escuche.

Su hijo ya le da patadas al balón.

-Está en los cadetes del Alavés. Él disfruta, yo también y de momento ya es suficiente. Lo que quiero es que haga deporte y juegue al fútbol. Su padre se lo ha pasado muy bien y lo que quiero es que él también disfrute.

¿Y con los árbitros se lleva bien o se parece a su padre?

-Se lleva bien; no ha salido al padre. Lo hace mejor que yo.

Muchas veces se habla, para mal, de los padres y de su comportamiento en los partidos.

-Yo me suelo poner solo. Empiezan a protestar, a gritar, a insultar... Yo no puedo estar en el fútbol así y se crean un problema que es generado solo por los padres. Hay que ir a ver a los chavales, a ver cómo disfrutan ganen, empaten o pierdan. Lo complicamos los padres y eso no es bueno para nadie.