Su nombre está asociado al colegio San Viator.

Así es. Viví allí mi época como estudiante y también jugaba a baloncesto. Luego, hice peritaje industrial y magisterio.

Hasta que le dio la vena de ser profesor.

Sí. Entré a dar clases con un director que era cura que ya murió. Él apostó por el baloncesto en el colegio. Entonces, compaginé mi labor como docente con la de entrenador. Fue aquella histórica generación de los campeones de España.

Tendrá historias para dar y regalar.

La verdad es que sí. Estuve 35 años dando clases. En la primera época, unos 10 ó 15 años, impartía sobre educación física. Además de los títulos que logré, me regalaron uno por haber sido entrenador ayudante de Pepe Laso y Aíto García Reneses en casi todas las categorías de la selección española. Haciendo unos cursos en Madrid, también me dieron un título de profesor de IVEF. A raíz de que la mentalidad de los chavales fue cambiando y de que los padres protestaron por mi nivel de exigencia, decidí dar un cambio brusco. Pasé de preparar a los equipos de fútbol y baloncesto a las clases de arriba. Quedando 20 años para jubilarme, me enganché a la informática pedagógica. Fui un par de años a la Universidad de Bilbao para hacer cursos. En mis últimos años, di en la ESO Matemáticas e Informática porque podía hacerlo por mi nivel de estudios. Me prejubilé a los 60 y este año ya estoy jubilado total.

Tenía fama de estricto y duro entre los alumnos. ¿Era para tanto?

Eso dicen. No me acuerdo bien. Lo hacía por instinto. Es como en la época de Ivanovic en el Baskonia. Todo el mundo decía que era muy duro, pero también hubo un Dusko más moderado en este sentido.

Mejor estar encima del niño que no ser un pasota, ¿no?

Por descontado. Reconozco que era exigente. Era una persona que tenía sus detractores cuando ejercía mi profesión y entrenaba al Baskonia. Eso sí, hay gente a la que dirigí allí que está muy agradecida por lo que hice por ellos. Con el mismo Pablo Laso me sigo chateando después de los partidos y tengo todavía un trato muy cercano. Ocurre como en todas las cosas: los más desagradecidos son todos aquellos jugadores que no reconocen la ayuda de un padre deportivo como algo decisivo en su progresión. No me importa, pero hay gente de mi primera época en San Viator que no me saluda. Hay jugadores de aquella etapa que han militado muchos años en Primera División que, si no hubiesen estudiado en San Viator y me hubiesen pillado a mí, no hubieran sido nada en el baloncesto. Otros como Pablo, sí han sido agradecidos.

¿Es frustrante que la labor de un profesor hoy en día no valga para mucho con el nivel de paro existente en la sociedad?

No tener trabajo hoy en día es un drama, pero para mí es más frustrante la ingratitud por parte de los padres o los chavales. Creo que me he jubilado en el mejor momento, cuando los padres acuden demasiado donde los hijos y quitan mucho trabajo a los profesores. Yo solo necesitaba cinco minutos con un joven para convencerle y enseñarle la verdad. Como estuviese el padre delante, no había ni horas. A veces, somos demasiado padres con nuestros hijos. Alguno le ha cogido del cuello al árbitro en un partido de fútbol. En mi época en San Viator, había más respeto al entrenador o al profesor.

¿En qué invierte ahora todo el tiempo libre de que dispone?

Mi mujer tiene un negocio (carnicería) en la Plaza Abastos. Le llevo la contabilidad y alguna cosa más. Luego, como todavía me responde el físico, sigo haciendo deporte. En invierno suelo ir los fines de semana a esquiar y también me gusta mucho el golf. Tengo un hándicap majo. Juego torneos a nivel senior y he de reconocer que se me da bastante bien.

¿No le tienta ya entonces hacer algunos tiros para ver cómo le sigue funcionando la muñeca?

No. De baloncesto, lo único que hago es echarle una mano a Roberto Arrillaga en la COPE cuando me llama para hacer análisis del Baskonia. Tengo un pase para ir al Buesa Arena, pero desde hace tiempo que no voy porque me gusta ver tres o cuatro partidos a la vez en casa.

Tendrá cuidado sobre la nieve. Fíjese lo que le ocurrió a Schumacher.

Fue una inconsciencia por su parte. Esta gente que todavía es joven y le gusta la velocidad, al final no ve el peligro. El esquí es muy duro y peligroso. Normalmente, no ocurren accidentes como el suyo.

Ha hablado antes de Pablo Laso. ¿Le vio madera de gran jugador y gran técnico desde pequeño?

Desde siempre. Recuerdo que cuando yo le entrenaba y le hacía sudar tanto, se le caían los mocos de la poca fuerza que tenía. Su espíritu no lo poseía nadie.

¿Tuvo algún desencuentro con Pepe por darle tanta caña a su hijo?

No. Al revés. Siempre se alegraba por ello. A Pablo le tuve desde los 10 a los 16 años y su padre me pidió constantemente que me lo llevara al Baskonia cuando él fichó por el CAI. Lo hice para viajes cortos, no para salidas de cuatro días. Cuando tenía 12 años, me lo llevaba de la mano al autobús a sitios cercanos como Bilbao y San Sebastián. A mí Pepe me ha entrenado 8 ó 9 años en el Baskonia y la relación es excelente. No quiero que la gente me dé limosna, pero insisto en que hay otros jugadores que si no llegan a trabajar conmigo y nacer en ese momento, no hubiesen sido nada porque les faltaba carácter. Además de Pablo Laso, también Alberto Ortega tenía ese espíritu. Allá cada uno con su vida si no lo saben apreciar.

También fue compañero y entrenador de Josean Querejeta. ¿Qué recuerdos conserva de él?

Cuando él vino de joven a Vitoria, yo era el jugador más válido del Baskonia. Actuaba como base y era la prolongación del entrenador. Era un base de verdad, tipo Pablo o Prigioni, no como los que hay ahora. Recuerdo que, junto a Pepe Laso, fui al pueblo a por él después de que nos alertaran de su presencia en San Sebastián. El más alto de los que entrenaba en San Viator era de 1,82. Entonces, si veías a uno como él de 1,95 por la calle le parabas. Jugó conmigo varios años antes de hacer carrera en otros equipos. En aquella época no te dabas cuenta, pero ya se le veía por su carácter que era un hombre muy dominante y que le gustaba hacer las cosas como fuera para ir hacia arriba. Ha hecho cosas mal, pero es indudable que el Baskonia no habría llegado a la cima del baloncesto sin su figura al frente. Le ha dado el salto de calidad al club.

No hay chicos jóvenes en la ciudad que despunten. ¿Falta mano dura desde el banquillo?

Al último que entrené fue al equipo de mi hijo. No lo quería hacer porque Ander estaba en San Viator. No encontré a nadie competente ni exigente para poder entrenar. El más duro con mi hijo era yo. En la final del campenato de Euskadi, jugando en el campo del Maristas de Bilbao, me pitaron porque le agarré del cuello en un tiempo muerto. Quedando cinco segundos para el final, no hizo una jugaba que le había mandado. Me trajo sin cuidado esa reacción. En ese sentido, he sido drástico. Dejé de entrenar y la educación física en San Viator porque hubo un momento en que los chavales eran poco competitivos. Me encantaba entrenar los domingos, el 25 de diciembre, el 1 de enero... El espíritu de las dos o tres generaciones de San Viator se perdió. No quise problemas y lo dejé.

Su hijo Ander acarició el debut en la ACB. ¿Orgulloso de él?

Venía muy bien. Alfredo Salazar lo quiso para las categorías inferiores del Baskonia. Perdón por la prepotencia, pero no le quise dejar ir porque no había entrenadores competentes ni mejores que yo. Miguel Ángel Paniagua me dijo que tenía maneras y con 15 años se fue a Estados Unidos. Allí jugó en universidades medias y en el último año quedó entre los doce mejores jugadores americanos. Cuando estuvo a punto de firmar por el Fuenlabrada, se rompió el tobillo por la mitad. Nunca me ha gustado venderle, igual por eso no ha llegado más lejos. Monsalve se lo llevó al Lobos de Santander cuando la LEB era como la ACB.

¿Le hubiese gustado verle alguna vez en el Baskonia?

Sí, es mi único resquemor. He sido toda mi vida del Baskonia, no de las personas que puedan estar allí. Tengo una cosa clara y desconozco si pasa en todos los pueblos, pero en Vitoria el de casa está muy mal visto. Basta que seas hijo de Juan Pinedo para que le vean como algo malo por los problemas que puede generar su entorno. Es la ideología que siempre ha tenido la persona que está al frente del club. Con Laso ha sucedido lo mismo. Si en vez de Laso se hubiese llamado Pablosov, ya hubiese estado aquí hace tiempo. Los mejores años del Araberri han sido cuando estaban todos los jugadores de Vitoria, entre ellos mi hijo.

Ander ya no quiere saber nada ahora del baloncesto, ¿verdad?

Sí, así es. Los tres años del Araberri estuvo buscando trabajo y, al final, tuvo la suerte de encontrar trabajo como ingeniero en una empresa alemana de tubos muy importante a nivel mundial. Ya no tiene tiempo, viaja, se marcha a las 8 de la mañana y vuelve a las 9.