OVIEDO. Vivir del infierno. Eso quería José Antonio Muñiz, alcalde de Riosa. Que el pueblo minero, 2.000 habitantes, siguiese viviendo de la montaña. Pero no de vaciarla, que el sector entraba en crisis, sino de llenarla. De gente. De esos cicloturistas locos que persiguen retos, cuanto más difíciles mejor. Y si son imposibles?
L'Angliru es una cuesta imposible. Tan terrible, que antes de que se conociera ya estaba en boca de todos. Es lo que buscaba Muñiz. Que se hablara de su infierno. Y que la gente fuera a verlo para que el pueblo pudiese ganarse la vida. Para eso, necesitaba un escaparate como la Vuelta. Que lo subieran los profesionales y lo maldijeran, por duro, por desalmado, por inhumano. Que hablen de uno, aunque sea para mal. "Nunca subí un puerto tan duro. Es exageradamente fuerte. Aquí Pantani y yo haríamos estragos", dijo el Chava Jiménez cuando lo conoció en diciembre de 1998. Entonces, ya se sabía que la Vuelta lo había incluido en su recorrido. Él, el Chava, fue el primero en asomar la cabeza por su cima. Pero casi nadie le vio. Subió entre la niebla. Aquel 12 de septiembre de 1999 llovió. Con agua, el infierno fue más infierno. Aquella etapa, como todas, bajaba del Cordal para después subir a L'Angliru. Y en ese descenso se han quedado tantos? En 1999, Escartín no llegó tan lejos y se fue de la Cobertoria directo al hospital; en el Cordal cayó Olano por encima del quitamiedo al barranco, trepo magullado y sucio para volver al asfalto, montarse en la bicicleta y remontar para soltar a Ullrich en la parte más dura. Más arriba, envuelto por la niebla, el Chava, buscaba pasar a la historia. Quiso ser el primero.
"Este puerto es comparable al Mortirolo. Pero aquí puede quedar medio pelotón fuera de control y eso sin pensar en el mal tiempo", fue lo primero que dijo Rubiera cuando le preguntaron por la subida antes de que el Chava la estrenara. Siempre llueve en L'Angliru. Melchor Fernández Díaz decía en La Nueva España que es por los celos de los dioses. Que Muñiz no sabía el riesgo que corría "cuando se le ocurrió la hermosa comparación de que el Angliru es el Olimpo del ciclismo". Las tres primeras veces que subió la Vuelta a su cima, un precioso mirador desde el que se puede ver Oviedo, Gijón y el Cantábrico, no se vio nada. Todo lo envolvía una nube. Y dentro de ella, los ciclistas luchando contra los elementos que envían los dioses envidiosos de la gloria humana, del Chava aquel septiembre de 1999 y después de Heras, Simoni, Contador y, hace dos años, de Juanjo Cobo, un bisonte en una cuesta de cabras.
Ellos le han puesto nombre al infierno. Lo etiquetaron. Dijeron que era espectacular, salvaje y hasta inhumano. Ese es su atractivo. Una invitación para subirlo sin dorsal. "Para quien ha de subir al Angliru en bicicleta el goce se transforma en un sacrificio durísimo. Para los cicloturistas el premio es vencer a un gigante, el mayor de todos, pero sobre todo, la autoestima de vencerse a sí mismos", dijo Fernández Díaz. Es el poder de atracción del infierno. De eso quiere Muñiz que viva Riosa.
vida al pueblo Lleva años insistiendo en esa idea. Desde que ganó el Chava, cada vez que la Vuelta llega a L'Angliru, Riosa se desborda. Los dos hoteles del pueblo cuelgan el cartel de completo y los bares se llenan. El infierno da vida al pueblo días como el de hoy. Pero podría dársela todo el año.
Es lo que busca el alcalde. Hace siete años comenzó a levantarse un hotel con fondos mineros en la zona de Viapará, donde empieza la parte más dura del Angliru. La construcción, terminada apenas hace un año, debía ser el hogar de los cicloturistas, los locos que desean dormir durante la noche tan cerca del infierno antes de adentrarse en él. Pero el hotel sigue ahí, cerrado y sin estrenar. No hubo ninguna oferta en el concurso público de adjudicación y ahora se abre un nuevo proceso para cerrar el acuerdo con algunas de las seis personas que se han mostrado interesadas en explotarlo. «Tiene muchísimo futuro, estamos ante un enclave en el que continuamente hay gente subiendo y bajando, lo que evidencia que el equipamiento será rentable», dijo Muñiz hace unos días en la prensa asturiana, donde también reveló lo que pide por vivir del infierno: un canon de 300 euros al mes a partir del cuarto mes y una gestión que se puede extender hasta los 25 años. Eso, por seis habitaciones dobles con baño, una cafetería, una recepción y un salón con ventanas que dan al infierno.