alain laiseka

cáceres. La etapa salió bajo el sol de Guijuelo. Entre ricos jamones que se deshacen en el paladar. De pata negra, una denominación popular que lleva a engaño. No solo los de pezuña oscura -ese color se lo da la queratina y no está ligado a la calidad de la pieza- son los buenos. Tony Martin es un alemán del este, como Ullrich, que se crió en la Alemania occidental porque sus padres huyeron de la dictadura y la miseria meses antes de que cayera el Muro. Es rubio y de piel blanca. Pero tiene dos patazas negras. Muslos y gemelos que dan miedo. No habría otra manera de arrastrar su envergadura. Es como un Panzer. Mide 1,86 y anda por los 75 kilos. Y ha ganado los dos últimos mundiales contrarreloj.

Cuando le vio arrancar bajo la pancarta del kilómetro 0, Samuel, que tiene las piernas blanquitas y finas, ya dijo que, madre mía, a ese tío no le volverían a ver hasta la meta de Cáceres. "Yo solo pensaba en representar al equipo en la escapada para que mis compañeros no tuvieron que trabajar por detrás", dijo luego. Se imaginaba, también, que rodaría con un par de corredores más. "Pero nadie quiso venir conmigo". O nadie pudo. Lo intentó Marco Pinotti, excampeón italiano de contrarreloj del BMC, otro animal, y desistió, mientras Tony Martin se convertía en un punto que se hacía más pequeño hasta que desapareció en el horizonte azul extremeño. Qué verde es Galicia y qué ocre Extremadura. Qué estrecho el paisaje gallego y qué abierto el extremeño, donde la mirada se pierde por los campos y trepa por los promontorios. Aún así, la grande, la sola desierta llanura, el pelotón perdió de vista a Tony Martin durante todo el día. "Por supuesto", dijo luego el alemán, "yo no pensaba en ganar". Menos, cuando los equipos de los esprinters -Orica, Garmin y alguno más- salieron en su busca, le ganaron terreno y le dejaron a tiro. A poco más de dos minutos cuando quedaban cuarenta kilómetros.

El viento, que es lo que tiene intranquilos a los favoritos los días tranquilos, soplaba suave y de culo. Aún así, Movistar apelotonó a sus chicos en la cabeza del pelotón, la parte más segura. "Es tierra descubierta y hay que estar alerta", explicó José Luis Arrieta. Todos se arremolinaron en torno a Valverde. Todos menos Beñat Intxausti, que tiene dos patas negras, delgaditas y exquisitas, que en la Vuelta no le responden. No va. Pedalea incómodo, a disgusto, tras pasarse el verano, después de su fantástico Giro, sudando la gota gorda en altitud. El vizcaino espera darle la vuelta al asunto el día de descanso mientras pasa un resfriado que le ha cogido la voz y se pregunta qué demonios habrá pasado para estar así sin llegar a dar con la explicación. Simplemente que las piernas no van, que duelen. Y cuando eso ocurre?

final agónico Le toca sufrir como debería estar sufriendo Tony Martin después de más de 150 kilómetros en solitario a 45 por hora. O eso pensaban los equipos de los velocistas que el alemán había ido dejando en los huesos, sin gente para perseguirle. Antes de entrar en Cáceres, el animal estaba cazado porque apenas tenía un puñado de segundos de ventaja. Veinte a quince kilómetros. Algo menos a diez. Pero en lugar de entregarse, bastante había hecho, decidió rebelarse. "Me dije: Vamos a acelerar". Se metió en la ciudad por el repecho que sube hasta la plaza de toros, el último. Iba herido, claro. Con cuatro banderillas colgando del lomo acercándose a los 175 kilómetros en soledad, toda la etapa. Faltaba que le diesen la estocada. ¿Algún valiente? En el pelotón nadie daba un paso adelante. Se escondían todos en el burladero. Tenían miedo de agarrar el toro por los cuernos. Tanto, o más, asusta Martin.

Le echó valor el Argos, que trabajaba para el jovencito Arndt, cuando quedaban poco más de dos kilómetros. Pero parecía tarde. A 1.000 metros, con seis segundos de ventaja y la fuerza de un Miura, se daba por ganador a Martin. Iba por la recta de meta de la avenida de la Ruta de la Plata, pensando en una victoria de etapa que no se le había pasado por la cabeza hasta que faltaban tres kilómetros y veía que no le cogían, pero, también, en el oro contrarreloj de los próximos Mundiales de Italia. Para eso está en la Vuelta. Entrenando al sol. Y como él, Cancellara, su rival a finales de octubre -además de Wiggins y Froome, y, depende de cómo llegue, Jonathan Castroviejo, otro patanegra en quien confía ciegamente Javier Mínguez-. Quién sabe lo que ocurrirá, pero ayer el suizo derribó al alemán. Aceleró a 400 metros y precipitó una derrota que, por dramática y cruel, hizo mártir a Tony Martin. Le pasaron cuando apenas quedaban quince metros para culminar su hazaña. Primero Cancellara, a quien, subidos a su rebufo, superaron Richeze y Morkov, un buen pistard que acabó logrando su primera gran victoria. La gloria, sin embargo, se la repartió con Martin.

Fue en Cáceres, la ciudad que define Javier Montes como un misterio porque, pese a su belleza y encanto, casi nadie la conoce. Envueltos en ese misterio viajan los favoritos hacia la montaña andaluza, que llega mañana, tras el viaje recto y llano de hoy hasta Mairena de Aljarafe, con la llegada a la cima de Piedras Blancas. Una meta para patas negras. Como las de Tony Martin. Pero delgaditas.