En la década de los 80, la afición al ciclismo de Bizkaia se dividía entre Marinistas y Gorospistas. Hasta la llegada de Miguel Indurain, figura que cerró cualquier debate, las tertulias de bar, de txoko y de cuneta se centraban en Marino Lejarreta y Julián Gorospe, que tenían muchos y muy fieles partidarios sin que ellos hicieran nada por alentar esa rivalidad. El de Berriz y el de Mañaria labraron sus carreras ajenas al ruido de sus fieles seguidores y encontraron algún momento de gloria en el Tour de Francia en los años que preludiaron la llegada del gigante de Villaba.
Gorospe hizo toda su carrera en el Reynolds, luego Banesto, el equipo que desde 1983 empezó a romper el temor que despertaba el Tour, todo lo que suponía. "Fuimos a la aventura porque ningún corredor, tanto yo como Delgado, Arroyo o Laguía? tenía ninguna experiencia en el Tour. Yo personalmente no anduve bien aquel primer año porque disputé la Vuelta de España a tope y fui al Tour un poco fundido. Pero para el equipo fue muy positivo, Arroyo quedó segundo, Perico también estuvo ahí dando guerra...", explica.
Lejarreta recuerda que "como espectador por aquel entonces parecía una cosa muy grande" y en su debut en 1981 con el Teka no le quedó una buena impresión: "Fue muy emocionante aunque a la vez decepcionante porque esperaba más de mí, no logré lo que pretendía". El berriztarra admite que el Tour "es la carrera más importante, pero no la única". Por eso, para él nunca fue un "objetivo prioritario" como el Giro, a lo que le obligó su militancia en el Alfa Lum. A partir de 1986, "ya empecé a cogerle el truco, a prepararlo mejor y en mis últimos años logré buenos resultados".
El caso es que las buenas actuaciones del Reynolds sí hicieron que al Tour se le fuera "perdiendo el respeto" y poco a poco llegaron los triunfos. En 1986, se rompió de nuevo una sequía de ocho años sin triunfos vascos en la ronda gala. Otro guipuzcoano, Peio Ruiz Cabestany, y con un equipo guipuzcoano, el Seat Orbea, se impuso en la cuarta etapa en Evreux tras una exhibición en los kilómetros finales para aguantar el acoso del pelotón, tarea en la que le acompañó Fede Etxabe hasta los últimos 800 metros.
Julián Gorospe, que estaba para trabajar para Pedro Delgado, tuvo su oportunidad en la decimonovena etapa que llegó a Saint Etienne. El segoviano tuvo que retirarse por el fallecimiento de su madre y el Reynolds hizo de tripas corazón. "Fue una fuga bastante larga, de unos 100 kilómetros, muy duro, y, al final, tuve que apretar los dientes. No tuve tiempo para celebrarlo porque al día siguiente se corría una contrarreloj. Tenía una buena paliza encima, pero al final hice tercero por detrás de Hinault y Lemond, que eran los dos grandes favoritos", relata.
En 1987, Fede Etxabe se sacó la espina con su gran triunfo en Alpe D'Huez y el Reynolds rozó la gloria con el segundo puesto de Delgado en París. En 1988, se alcanzó el sueño. "Llegar con Perico de líder a los Campos Elíseos fue impresionante, se ponía la carne de gallina", rememora. No fue un triunfo fácil, pese a la ausencia de una figura al estilo de los Merckx o Hinault. "En aquellos años el Tour estaba un poco descontrolado, no había un líder claro. Además, los equipos no eran tan fuertes como ahora. El escalador subía, el contrarrelojista contrarrelojeaba, había ciclistas bastante completos, pero no corredores a los que les salían las cosas todos los años", explica Gorospe de unos años que fueron "muy bonitos. Había grandes escaladores: uno un día no estaba bien, pero al siguiente atacaba. Sabían que aunque se pusiera líder en la montaña podía perderlo en la crono, volver a recuperarlo...".
También fueron unos años de "una globalización progresiva", señala Lejarreta, con la aparición de los colombianos. "El Tour empezó a verse en todo el mundo y eso hizo que aparecieran buenos corredores en muchas partes", puntualiza el de Berriz que alaba la calidad de gente como Roche o Lemond. "Había muchísimos grandes corredores", insiste, que hacían "espectacular y atractivo aquel ciclismo, pero sacar diferencias es mucho más complicado hoy".
Marino Lejarreta vivió ajeno a las batallas por la general hasta sus dos últimos años. En 1990, con el maillot de la ONCE, "probé la experiencia de ganar una etapa del Tour". Fue en Millau y "recuerdo que hacía un calor impresionante. Fui ganando posiciones, estaba convencido de poder ganar, intenté escaparme varias veces y al final lo logré". Segundo ese día tras el de Berriz fue Miguel Indurain. Pero esa es otra historia.