1º André Greipel (Lotto Belisol)3h59:02
2º Peter Sagan (Cannondale)m.t.
3º Marcel Kittel (Argos-Shimano)m.t.
4º Mark Cavendish (Omega)m.t.
5º Juanjo Lobato (Euskaltel-Euskadi)m.t.
21º Gorka Izagirre (Euskaltel-E.)a 5''
GENERAL
1º Daryl Impey (Orica )22h18:17
2º Edvald Boassen Hagen (Sky)a 3''
3º Simon Gerrans (Orica)a 5''
4º Michael Albasini (Orica)a 5''
5º Michal Kwiatkowski (Omega)a 6''
35º Haimar Zubeldia (RadioShack)a 34''
La etapa de hoy, 7ª: Montpellier-Albi, 205,5 kms. ETB1 y Teledeporte.
El Tour es un estado de ánimo cambiante según la sombra que lo cobije. Así, bajo el toldo del RadioShack estaba ayer Zubeldia con una sonrisa generosa, de esas de complacencia, educada, de buen hombre que es, y que no es más que el barniz de lo que esconde. Hay un alma de tipo duro bajo esa armadura de alambre que es el cuerpo del guipuzcoano, el primer hombre Tour de Euskaltel, aquel chico de azul de la Euskal Bizikleta de 2000, la cara de niño en el Ventoux de la Dauphiné, junto a Armstrong, y el desvirgue del mozo en la carrera francesa en 2001, el año de Laiseka y los Pirineos ardiendo bajo un fuego intenso y naranja. En aquel Tour pasó Zubeldia más tiempo en el suelo que en la bicicleta. Aprendió a palos. Doce Tours después tiene experiencia de sobra para saber lo que hace con su vida cuando decide quedarse en el Tour con el dedo meñique roto y, eso sí, tras una larga y profunda noche de sueño sin dolor.
Más que el dedo, lo que le duele a Zubeldia es el alma. No lo dice Markel Irizar, su hermano, pero basta con leer en su rostro cuando se le pregunta qué tal lo lleva Haimar para saber que digiere su desdicha en el silencio oscuro de las entrañas. Desde esa profundidad sale un hilo de voz sutil pero quebrado. Viene a decir que un ciclista como él que vive para el Tour no se retira así como así, que hace falta más que un dedo roto para echarle de la carrera por la que tanto se ha sacrificado él, sí, pero también la familia, su entorno, todos. "Eso sí", reconoce, "me tocará pasarlas putas".
Paradójicamente, Zubeldia piensa en las duras montañas de los Pirineos -mañana y pasado; antes, hoy, la llegada a Albi- como en un lugar amable donde encontrará cobijo su penar en el pelotón de la primera semana del Tour, la bola de histeria que baila al ritmo del viento enrachado que sopla camino de Montpellier. El viento contra el que se choca Maté, que es andaluz de Málaga, sabe lo que es hablarle al aire del Mediterráneo, escuchar la música azul de las chicharras y lo que pesa el sol en el cogote del mismo modo que reconoce la inutilidad del esfuerzo solitario de un ciclista contra cualquier pelotón, claro, pero menos el del Tour. Maté atacó en el kilómetro 0, solo le siguió su sombra y, consciente del desgaste inútil, volvió con los demás 44 kilómetros después. Nadie más tuvo el arrojo de probar. Todos temían al viento.
Del viento suelen hablar los antiguos como de un puerto más del Tour, el Giro o la Vuelta. De cómo había que saber escucharlo, de cuántos sustos daba. Como aquel que le dio Otaño a un joven Ocaña en una Vuelta de finales de los 60. Bastó que la carretera girara para que el genial conquense perdiera catorce minutos y parte del orgullo sin saber siquiera lo que había pasado. Lo cuentan en las charlas de los recuerdos como un episodio extinguido, junto a los ataques a muerte de salida con los que Fuente atormentaba a Merckx, las locuras bellas de Ocaña, las cosas de Bahamontes y la rabia de Hinault, para acabar diciendo que el ciclismo moderno les aburre, aunque no sepan cuál es el problema y se remitan a los huevos, a su falta.
La tesis de José Luis Arrieta, director del Movistar, es que la culpa de tanto sopor y conservadurismo es de los potenciómetros, que había que prohibirlos porque los ciclistas llevaban pegados los ojos a la pantalla que marca la potencia que desarrollan sobre los pedales y fija, también, su límite físico que no pueden atravesar sin arriesgarse a un desfallecimiento. Que por eso no arriesgan. Pero podría haber sugerido también que prohíban las aplicaciones del iPhone que clavan la temperatura, el tiempo y la fuerza del viento que se dan y se darán en las próximas horas en cualquier lugar que se les indique.
despistados Es lo que utilizaron los equipos, seguramente todos, para saber que el viento llevaba en brazos de un lado a otro el aroma de la hierbabuena y el tomillo de los campos de la costa mediterránea, que correteaba por entre los viñedos y los olivares esperando a un pelotón que ya se lo esperaba. Alertados todos, se desactivó la alerta y provocó un bloqueo en cabeza del pelotón donde se apilaron en fila los equipos de los favoritos protegiendo a sus líderes, no fueran a perder la cabeza en un despiste como el que tiró a Purito al suelo y le tuvo ya hasta meta descolocado. O a Quintana, el colombiano que se lastimó la rodilla. Lo mismo le pasó a Cavendish, arrollador la víspera en Marsella y astillado ayer entre un mar de rotondas justo antes del descorche final donde Greipel, que usa dos tallas menos de maillot y se le salen los músculos, se impuso con facilidad a Sagan, Kittel, el propio Cavendish y Lobato, el chaval andaluz de Euskaltel-Euskadi que tiene el ánimo por las nubes y el descaro y la fuerza de los jóvenes para pelearse con los más grandes del sprint.
Por detrás, en el pelotón se abrió una brecha de cinco segundos a partir de los primeros puestos que afectó a todos los favoritos, que es lo mismo que si no hubiera ocurrido, y también al líder, Simon Gerrans, que se desvistió para entregarle el amarillo a su compañero Daryl Impey, el primer africano que lidera el Tour.
Agazapado en el pelotón entró también Zubeldia, tras un día de perros en el que le costaba, sobre todo, hacer fuerza con la mano para levantarse del sillín y le era imposible meter el manillar para hacerse respetar y ganarse un hueco. Llegó, pese a todo, animado. Ya le queda menos para refugiarse en los Pirineos.