Para la posteridad han quedado los relatos que sobre el Tour de Francia de 1931 fue escribiendo Paco Cepeda para el diario Excelsior, el primero especializado en deporte publicado en el Estado español, y rescatados recientemente en el recomendable blog Memorias del Club Deportivo.

Los escritos del corredor Cepeda ilustran a la perfección cómo era el Tour de Francia en aquellos primeros años 30:

la alimentación de los ciclistas

Una comida copiosa

"Me parece que os gustará conocer un detalle que dentro del ciclismo activo tiene una honda importancia. Me refiero a lo que hace un ciclista desde que se levanta el día de etapa, lo que come y la manera de aprovisionarse en los controles del recorrido. Es curioso. Los días que tenemos que correr nos levantamos dos horas antes de la fijada para la salida. Un masajista es el encargado de darnos dos vapuleos para que nos pongamos en pie. Hecha la toilette, el cuidador nos da un masaje suave y, a continuación nos provee de maillot, gorra, vendas limpias para los tobillos y las muñecas, para quien lo necesite, y varias pomadas para las piernas que preservan del frío y de la humedad. Otras sirven para evitar irritaciones molestísimas".

"Una vez hecha esta operación nos dirigimos al restaurante a desayunar. Bueno, esto de desayunar es un decir, porque la verdad lo que hacíamos era una comida seria. Vedlo, el menú se componía de un puré, jamón cocido, carnes fritas, pollo asado con patatas o ensalada, huevos al plato o en tortilla, mermeladas y frutas, todo en cantidad. Después, un hermoso tazón de café con leche, rociado con mucha mantequilla. ¡Y cómo lo comíamos! No había, pues, temor a que por lo menos en ciento y pico kilómetros nos diese desfallecimiento alguno".

"Nos suministraban una bolsa que contenía lo siguiente: un par de huevos, tres pasteles de arroz, un sandwich de jamón con abundante mantequilla, otro de mermelada, un paquete de azúcar en cortadillo con veinte terrones, otro paquetito con doce ciruelas y cuatro plátanos. Más dos bidones con agua mineral, té o café, según los deseos de cada cual", recuerdan las memorias del ciclista.

la picaresca de los corredores

A vueltas con las firmas

"¡Las etapas con salidas por separado! He ahí uno de los cocos de la carrera de L'Auto . Sin duda alguna eran las más temidas. Mucho más para mí, que no podía conocer el espíritu de equipo".

"Aunque la vuelta tiene una organización previa de control de firmas, hasta el momento de la salida no se sabe si estos son o no obligatorios".

"Era seguro que a los controles llegasen 30 o 40 corredores en grupo, que tenían que firmar la hoja correspondiente obligatoriamente bajo penalización. Aquello era terrible. Se tiraban las máquinas y dando saltos llegábamos a la mesa del jurado. Sobre la misma había muchos lapiceros, pero los primeros en llegar rompían las puntas para distanciarse de los demás".

"La confusión era grandísima. Yo, que conocía el procedimiento desde el año anterior, en cuanto oía a Mr. Cazalís que había firma obligatoria preguntaba entre el público si tenían algún lapicero. Enseguida me los facilitaban. Una vez con el lápiz en mi poder iba más tranquilo. A la llegada al control dejaba mi máquina a un espectador, miraba entre los corredores la lista, veía la casilla número 41, la de mi dorsal, metía el brazo y firmaba y corría". "Estas batallas por la firma en el control traen como consecuencia muchos despegues. Los primeros se lanzan a 40 o 45 kms por hora y el que sale con uno o dos minutos de retraso del control puede despedirse de ver la cabeza, si es que antes los más próximos a los fugitivos no les han dado alcance".

"Pero hemos de advertir que hecha la ley, hecha la trampa. Generalmente, en cada equipo hay uno que es el encargado de firmar por todos. En el desbarajuste y confusión no podía haber jurado que asegurase quién había o no había firmado y, además, todos los corredores hacían como que se dirigían a la mesa. De esta manera, firmando uno en las casillas de los demás de su equipo, se facilitaba la fuga de los líderes".

los estragos de la sed

Un enemigo letal

"¡La sed! He ahí un enemigo traicionero que nos mata por estrangulación. El tormento que supone la sed en esas terribles etapas de Les Sables a Burdeos, del desierto de la Creu... No tiene comparación con cosa alguna. Ni con las subidas más penosas. La sed produce una depresión moral y física que se asemeja al agotamiento y a la desaparición lenta de nuestra persona".

"Considerad lo que no hará uno por satisfacer esa angustia espantosa. Cuando el calor aprieta y los bidones están vacíos, las cervezas, limonadas, lo que sea, con tal de que huela a líquido, es atrapado por los tours. Los cafés, bares, hoteles... al paso por los pueblos son materialmente asaltados por los corredores".

"Hay un corredor que llega tarde. Ya no quedan en el mostrador rastos ni reliquias. Pues bien, penetra hasta la bodega; hasta donde encuentra algo que mitigue su tormento. El tour no discurre, coge lo que puede, lo bebe y sale en estampida. No puede pagar. No lleva dinero y toma su máquina y esprinta como un loco".

"Una vez, el francés Mauclair, con otros, organizó una guerrilla en la etapa Montpellier-Marsella. Confieso que yo era un afiliado. Nos estragaba la sed. El patrón había dicho: hay que asaltar ese bar. Vosotros pedid una botella de cerveza. Entretened al amo. Entretanto yo me meteré dentro y cogeré lo que pueda".

las carreteras y el clima

Entre el barro y el asfalto

"Otro inconveniente es el barro. No siempre se encuentran carreteras de primer orden. ¡En cuántas ocasiones la etapa se desarrolla por caminos intransitables! En la de Pau-Luchon, por ejemplo, se encuentran los cols del Ausbisque y del Tourmalet. Pues bien, la lluvia había puesto estas cuestas, casi en su totalidad. En dos ocasiones tuve que apearme a quitar el barro de las ruedas, que se atascaban. En otro momento tuve que andar a pie más de 200 metros porque el terreno, desprendido por las lluvias, obligaba ir precavido".

"Nos adentramos en el macizo de los Alpes. En la vida podrá olvidárseme la etapa Evian-Belfort. La etapa del diluvio y de la congelación".

"Seguía la carrera por carreteras estrechas, malísimas. El cielo, oscuro, más bien negro, imponía. Quedarse solo en aquel paraje era morirse de miedo. Un pinchazo era un handicap terrible. Las piedras, el barro, aumentaban la dureza del día. Con todos los inconvenientes, era preferible correr a quedarse".

"A todos nos iba tocando la mala suerte. Yo pinché, pero tuve la suerte de que fuese un sitio fácil. Tomé contacto enseguida. No tuve la misma fortuna la segunda vez. ¡Con qué pena vi marcharse al pelotón! Temí por mí. Iba solo. Caí por el barro. Rompí el impermeable y el maillot, los que hacían de guardabarros. La altitud era imponente. Es una de las etapas donde se pone a prueba la fortaleza de los corredores. A las once de la mañana la temperatura era de dos grados bajo cero; 20 kilómetros antes de Belfort se registran 30 grados a la sombra. Estos contrastes, terribles, deprimen. Puedo aseguraos que no hay tour que allí, en aquel trozo tan espantoso del recorrido, no sufra en su salud. Aquel fue el principio de mi obligado retiro".

"Cuando el sol nos azotaba, el barro que nos salpicó el rostro durante más de 150 kilómetros se secó, dejándonos una mascarilla de cemento que nos desfiguraba".