Vitoria. Lo que pesa un apellido. No lo sabe bien todavía Miguel, el hijo mayor de Indurain, que hace sudar a su padre en los entrenamientos y dicen que tiene algo de él, clase, genética o simplemente la huella melancólica que todos quieren ver. Tiene 17 años, un juvenil, y es campeón navarro de contrarreloj y de línea. Viene bueno, aunque su padre prefiere quitarle hierro al asunto, habla de la bicicleta como un juego y que ya se verá si sigue, si es bueno y puede dedicar su vida a ello. Le queda tiempo aún al pequeño Miguel para saber todas esas cosas y ser consciente de lo que pesa un apellido. Aunque no tanto si sigue los pasos de Danny, el hijo pequeño de Van Poppel, que debuta en el Tour con 19 años, el más joven en la carrera francesa desde la reanudación después de que el ruido de la artillería la silenciara.

Tanta precocidad, un crío en una carrera como esta que se come a los blanditos, los bisoños, los niños de huesos de leche que apenas han salido del cascarón, genera repulsa. Dicen que es una atrocidad, un despropósito, una abuso y una inconsciencia total. Mira que hacerle eso al chico... Y señalan todos en la misma dirección: al padre, a Jean Paul, que además de un esprinter exquisito de finales de la década de los 80 y principios de los 90, los años de Indurain, es uno de los directores del Vacansoleil, el equipo del niño.

Van Poppel no dijo nada del asunto hasta el sábado por la tarde, cuando el pequeño Danny hizo tercero en su primera etapa en el Tour y el padre se hinchó de orgullo. "A quienes nos criticaban por haber traído a un ciclista de 19 años, que sepan que hay otros ciclistas más o menos de su edad, cada vez los jóvenes brillan antes y nuestro seguimiento de Danny es minucioso". Más o menos son los 22 años con los que debutaron Alberto Contador o Peter Sagan. O los mismos 22 con los que Anquetil ganó su primer Tour, el del 57.

"A veces me sorprendo a mí mismo. Me he demostrado que soy rápido. Vine al Tour a lograr algún buen puesto y lo he hecho el primer día, así que el resto de días voy a ver cómo se desarrolla la carrera. Aunque claro, creo en ganar una etapa del Tour, aunque tengo años por delante para lograrlo", dijo Danny tras el tercer puesto, bueno y esperanzador, aunque le costará llegar hasta el nivel de su padre, un esprinter con clase, limpio, elegante y fuerte, que ganó nueve etapas en el Tour, siete en la Vuelta y cuatro en el Giro y que entró en crisis en 1990 después de ganar 25 carreras en 1988 y 1999. Corría entonces en el potente Panasonic, un engranaje perfecto de rodadores musculosos en la que empezó a desencajar. Se decía que Van Poppel Van Poppel venía a ser una especie de vago indolente. Que no quería entrenarse. Que disponía de todo el tiempo libre que quería para contar su dinero. Le llamaban el Tío Gilito. Ganaba una millonada y apenas corría. Solo salía de casa para correr el Tour.

Desahuciado, en 1991 lo fichó el PDM cuando el mercado de fichajes estaba prácticamente cerrado. Fue una ganga. "Ya prácticamente cerrada la nueva temporada se nos ofreció Van Poppel. Nuestro director Jan Gisbers se rascó la cabeza, habló de dinero y, después de consultar con nuestro director técnico, le dijo que sí al chico. Sin duda, a Gisbers le deben encantar los desafíos", anunció el PDM. Van Poppel era un caso perdido al que pusieron un sueldo base que podía aumentar sustancialmente según su rendimiento. Gisbers quería que ganase el dinero en la carretera y no en casa. Resurgió. Ese año ganó cuatro etapas en la Vuelta y otra en el Tour. En Francia ganó de esprines más, el último en 1994, hace 19 años. Con esa edad ha debutado su hijo pequeño en el Tour.

Danny Van Poppel. Foto: efe

Danny Van Poppel hizo tercero en el primer sprint y acalló las críticas sobre su precoz debut en la ronda gala

Su padre fue un sprinter fuerte y elegante que ganó nueve etapas en el Tour, la última en 1994, y el maillot verde