Vitoria. Faltaban tres minutos para el final del partido y Mike D'Antoni, que había tirado la toalla quizá antes incluso del salto inicial, decidió retirar a Pau Gasol para dar entrada a otros jugadores de las profundidades del banquillo. El cuarto partido de la primera ronda del play off estaba sentenciado. Ya no había nada que hacer. En realidad, jamás lo hubo. El público del Staples Center se puso en pie y dedicó una sonora ovación al catalán, único representante del lustroso quinteto titular que dio la cara hasta el final de la agonía de unos Lakers que han protagonizado uno de los fracasos más sonados que se recuerdan en la historia de la NBA. Los Spurs pasaron por encima de la franquicia angelina, infligieron un doloroso correctivo y pusieron fin a una dramática temporada.

El mismo equipo que el pasado verano reabrió el debate sobre la conveniencia de reunir varias estrellas en un mismo vestuario para pelear por el anillo se despeñó por el abismo al que se dirigía desde que arrancó el curso. Los Spurs, un colectivo sólido, sobrado de recursos y bien trabajado, le sacaron los colores al combinado que dirige un Mike D'Antoni superado por los acontecimientos. Los Lakers no han tenido opción alguna en la serie. El 4-0 (83-102 en el cuarto y definitivo duelo) supone la mayor humillación para el equipo púrpura y oro en casi cuarenta años. Desde 1967, cuando lo consiguieron los San Francisco Warriors, nadie había sido capaz de dejarlos fuera de combate en primera ronda sin que se estrenaran.

La imagen de los Lakers, pobre a lo largo de la fase regular, ha resultado patética en esta eliminatoria. El conjunto texano ha ganado todos los partidos con diferencias superiores a la decena. Bien es cierto que las lesiones tampoco han acompañado. Pero se han usado más como excusa que como explicación de la catástrofe. La rotura del tendón de Aquiles que sufrió hace diez días Kobe Bryant, líder y guía espiritual, supuso una losa definitiva. Sin el escolta de Philadelphia, que se había dejado el alma para evitar el ridículo de quedar fuera de los play off, nadie daba un duro por los Lakers. Y con razón.

Para el cuarto partido de la serie D'Antoni disponía de un equipo de circunstancias. Al margen de Kobe, en la lista de lesionados se encontraban Steve Nash, Metta World Peace, Steve Blake y Jodie Meeks. El panorama resultaba desalentador. Pau Gasol y Dwight Howard debían hacerse fuertes para compensar la endeblez de un backcourt compuesto por jugadores de dudosa calidad incluso para el banquillo, como Goudelock, Chris Duhon o Darius Morris. Parecía evidente que no bastaría siquiera para pelear por una victoria que restituyera el maltrecho orgullo. Y no bastó. Sobre todo cuando Howard decidió borrarse del mapa. Recibió dos técnicas, evitables ambas, y de camino a los vestuarios intercambió varias frases subidas de tono con el general manager de la entidad, Mitch Kupchak, que no tardaron en despertar los rumores sobre su salida del equipo en verano, cuando será agente libre.

Gasol parecía destinado a quedarse solo ante la humillación. Ni siquiera Jack Nicholson, fijo en la banda, quiso aguantar el escarnio. Abandonó su asiento en el tercer cuarto para no volver. Pero entonces Kobe, aún con muletas, irrumpió en escena para sentarse tras el banquillo y dar la cara. La grada olvidó por unos momentos el desalentador resultado que reflejaba el electrónico para ofrecer cariño a su gran estrella. Al igual que a Gasol, que concluyó el partido con 16 puntos, 8 rebotes, 5 asistencias y 2 tapones, le agradecieron la fidelidad a los colores, los dos anillos, el orgullo que mostraron por tratar de evitar lo inevitable. Pero ni siquiera ese apoyo del público garantiza el futuro del catalán, que podría ser utilizado para soltar lastre salarial.

"Quiero ganar otro anillo con los Lakers, pero no depende de mí", manifestó Gasol al término del partido, consciente de que podía ser el último con esa camiseta. Ahora mismo hay pocas cosas claras. El futuro de Howard, a quien se consideraba la base sobre la que construir a largo plazo, puede determinar el de las demás piezas del rompecabezas. Nash tiene contrato, como Gasol y Bryant, pero lo que más dudas genera es la figura del entrenador. D'Antoni parece, de largo, uno de los grandes damnificados.

Lo peor de todo es que en Los Ángeles ya había un precedente que se ignoró. En verano de 2003, cuando Kobe y Shaquille compartían foco en unos Lakers que sumaron tres anillos, la directiva incorporó a dos hall of famers en declive como Gary Payton y Karl Malone. Todos pensaron que aquel equipo barrería y se llevaría el título sin esfuerzo. Fracasaron. El anillo se lo quedaron los Pistons, aunque aquellos Lakers, a diferencia de los actuales, alcanzaron las finales. Estos casi ni entran en play off. Su agonía ya ha acabado.