LAS expectativas ante el encuentro que jugaba el Athletic B adelantado al sábado estaban tan justificadas como los duelos que disputaban el Deportivo Alavés en Mendizorroza o el Eibar en su feudo. De los enfrentamientos de los perseguidores alavesistas, ante equipos que aspiran al cuarto puesto, y del propio conjunto albiazul, ante un rival de menor entidad, debía salir un líder fortalecido para viajar más sereno, si cabe, a San Mamés la próxima semana. Tras la derrota de los filiales bilbaínos en la víspera (a domicilio se muestran más vulnerables) las esperanzas en que así sucediera iban cobrando fuerza. El primer propósito estaba cumplido; faltaba por ver cómo se iba a comportar el líder ante una de sus bestias negras y esperar el desenlace final de Ipurua con interés y atención.

Como se suele decir, el Alavés jugaba en dos campos: en Mendizorroza, donde los albiazules tenían que sacar el partido adelante, y en Ipurua, donde un intratable Eibar (ocho victorias consecutivas) recibía al Amorebieta, que tenía la necesidad de ganar si no quería perder de vista al Lleida o al Barakaldo en su particular lucha por el cuarto puesto ahora en poder de este último. Una inesperada victoria del Amorebieta daría alas a un Alavés que va a la búsqueda del tiempo perdido. Y por momentos llegó a tocarla pero el enrachado Eibar dejó claro que concede las mínimas alegrías a los rivales.

El duelo arrancó con dominio del equipo grande pero con pocas emociones ante la portería. Apenas se atrevieron a insinuar cierto peligro a balón parado. Ninguna de sus acciones llevó marchamo de gol salvo una cesión de Juanma a Jonan cerca del área pequeña que se la sacó el portero. Los partidos de estas características necesitan de un chispazo individual o un error para abrirse. Guzmán recogió un balón y con un amago de disparo se fue de sus marcadores; su centro por debajo de las piernas del defensor llegó hasta Juanma que, libre de marca, remató a placer. El gol no descolocó al cuadro zaragocista que siguió como lo había hecho hasta instantes antes. Con parsimonia, como si no le urgiera el resultado negativo. Pero en la segunda parte, cuando el Alavés se echó hacia atrás, dominaron el juego. Y con ello las ocasiones del conjunto maño llegaron, lo que provocó el runrún en los espectadores que veían rondar el peligro, y continuamente, su portería, aunque la puntilla podía haberla dado Guzmán si no falla ante el portero.

El Alavés mejoró según avanzaba el reloj pero fue incapaz, una vez más, de matar un partido que lo tenía de cara; hasta el final mantuvo en vilo a los espectadores que acudieron a Mendizorroza que registró la mejor entrada liguera. No es de recibo que se tenga que pasar por esa incertidumbre que genera el equipo sobre la mente de la afición y el grado de excitación y angustia que provoca en ella. Pero ese es nuestro sino esta campaña: sufrir innecesariamente. No se le pueden conceder tantas ocasiones a un equipo como el Zaragoza B, que gracias a su imprecisión ante la portería no dio un susto mayor.