EL teléfono suena: al otro lado de la línea, una anónima amenaza de muerte, como las pintadas que amanecen dibujadas en el Estadio Palestra Italia, el campo construido antes de la creación del club en 1914 y que lleva el nombre de los origines de la entidad, del apodo que cuatro emigrantes italianos dieron a su fundación. El Palmeiras -renombrado así por razones políticas en 1942-, con el sustento de 12 millones de seguidores, es el equipo más laureado de Brasil y el único de suramérica que ha alcanzado la cima del fútbol mundial de clubes, en 1999, establecida por la Federación Internacional de Historia y Estadística (IFFHS). Aquella era la bendita herencia tras la estampida hacia el Viejo Continente de un tal Roberto Carlos y un tal Rivaldo. El dulce pasado.

Ahora el Palmeiras vive inmerso en la crisis. La rampa de descenso se instaló tras hollar la cumbre, coincidiendo con la quiebra de su principal patrocinador, Parmalat. Sí el mecenas de aquel increíble Parma italiano que captó a Buffon, Cannavaro, Thuram, Verón, Crespo..., y que ganó precisamente en el 99 la Copa de la UEFA y la Copa de Italia, pero que también mamó, y mucho, de la crisis de Parmalat para descender a la Serie B en 2009. Caminos paralelos.

El calado de la precaria situación que vive el Gran Verde paulista ha llevado al ministro de deportes brasileño a exigir que cesen las amenazas sobre unos jugadores que desde el pasado noviembre de 2012 circulan por la vida con guardaespaldas. Y es que pocos días después se consumó el segundo descenso del Brasileirao en la historia del Palmeiras desde dicho caprichoso 1999 en el que ganó la Copa Libertadores. Era una vuelta a las andadas en el intento de levantar cabeza. "Tenemos que ser cuidadosos para evitar una tragedia", anunciaba a finales de año, demandando cautela, el entrenador Gilson Kleina, sustituto de Luiz Felipe Scolari, ante el creciente bullicio e irritación popular. Fue el anticipo de un polvorín.

Exactamente a 100 días para la celebración de la Copa Confederaciones que será antesala del Mundial de 2014 en Brasil, el pasado jueves, el equipo regresaba a Sao Paulo tras ser derrotado -en el cuarto minuto del tiempo añadido- en partido de la Copa Libertadores, competición que es el clavo ardiendo al que se aferra desde la segunda división brasileña en un antojo de toma de impulso. Un resultado que, tras tres encuentros disputados de la Libertadores, dejó al Palmeiras colgado en el tercer lugar de un grupo de cuatro equipos y con 3 puntos en su casilla. Previsiones que se han visto desengañadas, que han alimentado la ira y que han dejado desamparadas las ilusiones de uno de los clubes con mayor masa social de la esfera balompédica.

Un grupo de aficionados de la Academia de Futebol, como se conoce al Palmeiras, que con la torcida del Corinthians representan a dos de los colectivos organizados más violentos del fútbol suramericano -en sus derbis paulistas, de lo más encarnizado empleando este concepto de duelos entre vecinos, se han contado muertos-, aguardó a la plantilla verde en el aeropuerto argentino Jorge Newbery de Buenos Aires, antes de emprender el vuelo de retorno a casa. Allí increparon a los jugadores.

vuelo de puños y mobiliario Los desalmados llegaron a causar una brecha al arquero Fernando Prass tras el lanzamiento de vasos de cristal. Y fortuna tuvieron los jugadores del Verdao de defenderse en colectivo y flanqueados por los guardaespaldas recién contratados. Jorge Valdivia, el tesoro chileno de Marcelo Bielsa, era diana de la crítica y debió refugiarse en los aseos del despegadero mientras volaban puñetazos, tazas y todo tipo de objetos del mobiliario. "Aventaron un vaso de cristal contra Valdivia y me pegó", dijo Prass en las redes sociales. "Tengo tres puntadas en la cabeza y una cortada en la oreja", sumó.

El capitán Henrique, ex del Barcelona y Racing de Santander, se vio obligado a intervenir con la hinchada, una treintena, para calmar la tensión, un clima encendido por un supuesto gesto obsceno de Valdivia realizado días atrás y solapado con la derrota por 1-0 ante el Tigres -y la irritación de que se suceda en el tiempo de prolongación-. Fueron las chispas para el flameo, la respuesta de una chusma para la crisis institucional, tanto deportiva como económica, iniciada masticando la gloria.

"Vago, borracho", le recriminaban los fanáticos a Valdivia, centro de la crítica. "¿Crees que si estuviera borracho y bebiera toda la noche, podría entrenar?", cuestionaba el padre del futbolista apodado El Mago o Maguinho, una joya con su esplendor en el Chile de Bielsa -anotó el tanto que dio la clasificación a la selección para el Mundial de Sudáfrica-. Aunque Valdivia, "muy deprimido", según su progenitor, también vive lastrado por el peso de unos 16 millones de euros del coste de su traspaso, el más caro del club. Su consuelo es que ayer conoció su inclusión en la convocatoria de Chile 17 meses después, tras estar relegado por castigo disciplinario.

Ciertamente, este fatal hecho es una prolongación del caos, aunque el calado fue mayor dado que toda la plantilla se vio involucrada. Días antes, el pasado enero, el jugador Fabinho Capixaba fue agredido en la calle por los barrasbravas.

El verde representa la vida, el crecimiento, la sanidad... Todo de lo que adolece este club ceñido de verde, el color que han vestido Leivinha, Luis Pereira, Rivaldo, Roberto Carlos, Flavio Conceiçao, Djalminha, Cesar Sampaio, Cafú... Ellos son la mochila que carga el club, la brillante historia que se ha vuelto en su contra, un presente inaceptado, en rebeldía. El gigante verde se marchita.