vitoria. La monarquía volvió a someterse a un plebiscito público en el Buesa Arena. Y no lo superó. El Gobierno del Partido Popular apareció en escena tras los sonoros escándalos de corrupción que han salpicado aún más su debilitada imagen y salió escaldado. El rey Juan Carlos salió trasquilado e Ignacio Wert, ministro de Educación y Cultura, recibió una clara muestra de disconformidad por parte de los aficionados -o al menos de la mayor parte- que asistieron a una jornada final en la que se apreció el cansancio de tres intensos días de competición y fiesta.

Había generado mucho morbo el anuncio de que el monarca iba a hacer acto de presencia. Como ya se ha convertido en un clásico, había muchos ojos y oídos puestos en la reacción de las aficiones. Y al final, como se esperaba, uno de los momentos álgidos de la tarde llegó justo cuando el Rey accedió al palco del Fernando Buesa Arena. Entonces estalló la pitada. Un rugido descomunal cubrió casi por completo la reproducción del himno nacional que se emitió a través de la megafonía.

En algunos puntos del pabellón resultaba complicado incluso discernir si se estaba emitiendo la grabación del himno, pero el rey mantuvo la calma, saludó, sonrió y se sentó a la vera de un Iñigo Urkullu que trataba de mantener la cara de póquer pese a las circunstancias.

Ya antes de su llegada el monarca había generado cierto malestar entre un sector de la afición. Los cortes de tráfico que llevó a cabo la policía para garantizar que su vehículo oficial pudiera acceder con mucha mayor facilidad al pabellón provocaron atascos que a la larga impidieron a algunos hinchas llegar a tiempo para asistir al comienzo de la final.

No fue sin embargo Don Juan Carlos el único que sufrió las iras de la grada del pabellón de Zurbano. También el ministro de Educación, Cultura y Deporte, Juan Ignacio Wert, se llevó su ración. Cuando bajó a la cancha a entregar el trofeo al equipo ganador de la minicopa, el Real Madrid, el respetable prorrumpió en un sonoro abucheo y en cánticos, con un origen claro en la afición del Estudiantes, en favor de la sanidad pública.

Fueron los momentos polémicos de un torneo en el que, al margen de esto, ha imperado el respeto y el buen ambiente de rivalidad entre las aficiones. La película de esta Copa se cerró, de hecho, con el reconocimiento absoluto de los méritos del Barcelona, que ha sido de largo el mejor de los ocho equipos. Cuando Navarro alzó el trofeo, todo el pabellón compartió una ovación.

La Copa que ayer se cerró en Vitoria ha servido también para batir un nuevo récord de asistencia al torneo. Dentro de lo que debe calificarse como una organización impecable, el Baskonia puede felicitarse como anfitrión de haber conseguido superar la anterior marca, en poder de Bilbao desde 2010. Más de 100.000 personas, sumando los asistentes a los siete partidos, han ocupado asiento en el Buesa Arena desde el jueves hasta ayer. Salvando el duelo entre el Gran Canaria y el Bilbao Basket, que contó con 13.600 espectadores, todos los demás duelos han superado la barrera de los 14.000.

El que se llevó la palma, como cabía adivinar, es el que midió al Caja Laboral en semifinales con el campeón. Un total de 15.085 personas disfrutaron in situ del choque que acabó por arruinar las esperanzas de gloria del baskonismo. La media de asistentes por encuentro se ha establecido en 14.315 espectadores, para superar la media de la cita bilbaína, en la que hubo un promedio de 13.897 seguidores. La de Vitoria ha sido, por tanto, la Copa más multitudinaria de la historia.