ES increíble como la FA (Federación Inglesa de Fútbol) puede multar a mi amigo Suso Fernández por una chorrada ¡Sólo era una broma!", escribió José Enrique el pasado miércoles en su cuenta personal de Twitter.

José Enrique (Valencia, 1986) es defensa y Suso Fernández (Algeciras, 1993) ejerce de centrocampista, ambos en el Liverpool, y como tantos otros jóvenes del mundo utilizan las redes sociales para relacionarse jocosamente. Días antes Suso acompañó una fotografía de José Enrique con un comentario con pretensión vacilona: "¿Qué demonio está haciendo? Ese chico es gay. Hace de todo menos jugar al fútbol".

Pero la FA no tiene sentido del humor, y si lo tiene será británico, y lo que tiene claro es que bajo su reino, el territorio del fútbol en Inglaterra, ejerce de juez implacable de una ley también implacable: tolerancia cero en todo aquello que tenga relación con el racismo o la xenofobia, y además extiende su ámbito de actuación sobre sus súbditos más allá de los ámbitos futbolísticos.

En consecuencia, la Federación Inglesa actuó directamente sobre la cartera de Suso, a quien le puso una multa de 10.000 libras (12.300 euros) por "actuar de manera inapropiada" al incluir en su mensaje de Twitter "una referencia a la orientación sexual". La FA, además, "advierte" al jugador gaditano para que no reincida en esa conducta. Al día siguiente Suso activó su cuenta en la red social para mostrar su arrepentimiento público.

Hace un año otro jugador del Liverpool, el uruguayo Luis Suárez, fue sancionado con ocho partidos de suspensión y una multa de 40.000 libras (48.000 euros) por "mala conducta" (comentarios racistas) hacia Patrice Evra, del Manchester United.

Suárez reconoció ante la corte de apelación de la FA que llamó "negro" a Evra, pero argumentó en su defensa que en su país dicha palabra no tiene connotaciones racistas.

la reeducación Sin embargo, La FA tampoco supo apreciar en los hábitos culturales de los charrúas atenuante alguno, pero si tomó nota, de tal forma que, tras una reunión con el premier británico David Cameron se elaboró un plan destinado a los jugadores y técnicos extranjeros para que puedan asimilar lo antes posible las costumbres inglesas, poniendo especial énfasis sobre las conductas racistas y xenófobas, para que nadie más pueda apelar que una palabra hiriente para los ciudadanos del Reino Unido en su pueblo tan solo es una chorrada sin trascendencia alguna.

el Caso Terry Ahora bien. Un inglés tan prototípico como puede ser John Terry, el veterano capitán del Chelsea, conoce la idiosincrasia de los ingleses y sin embargo no tiene remedio. Terry fue suspendido por la FA con cuatro partidos por proferir insultos racistas al defensa del Queens Park Rangers Anton Ferdinand, más una multa de 220.000 libras (356.000 euros). El caso se vio de forma paralela en los tribunales ordinarios de Justica, donde una corte penal exoneró al central del Chelsea de un delito de orden público con agravante de racismo, si bien el juez declaró acreditado que el jugador profirió insultos con contenido discriminatorio.

Sin embargo la FA declaró a Terry culpable con menos pruebas. Antes de las sentencias y a modo de medida cautelar, la FA desposeyó a Terry del brazalete de capitán de la selección inglesa.

El caso Terry provocó un agrio revuelo la pasada temporada en Inglaterra, hasta el punto de que fue la causa directa de la renuncia de Fabio Capello al banquillo de la selección inglesa pocos meses antes de la Eurocopa de Polonia y Ucrania. La Federación Inglesa no consultó con el técnico italiano, un gesto que Capello interpretó como una afrenta a su autoridad.

Una severidad semejante es inconcebible en el Estado español. Como señala el periodista de Canal Sur Salvador Rodríguez Moya, autor del libro "Tarjeta Negra al Racismo", publicado este mismo mes y que recoge testimonios de jugadores que han sufrido racismo en la Liga española, como Dani Alves, que el pasado año denunció públicamente como sistemáticamente le llaman "mono" en muchos estadios españoles, señala que si en Inglaterra tienen mucho terreno ganado en la lucha contra la xenofobia "es porque afrontaron el problema antes". Y lo mismo ocurrió antes con el fenómeno de los hooligans (hinchas violentos).

En la pasada Eurocopa de Polonia y Ucrania, la UEFA, que también se muestra implacable en su disposición a combatir el racismo y la homofobia, impuso a la Federación Española de Fútbol una multa de 20.000 euros por "conducta impropia de sus aficionados". Concretamente por "comportamiento y cánticos racistas" destinados a Balotelli durante la final del torneo continental disputada contra Italia. Es decir, esos torerillos y picoletos que en los estadios españoles llamaban impunemente "mono" a Dani Alves, Eto'o y a otros futbolistas de color también pasearon esa costumbre por Europa.

el manifiesto Al mismo tiempo que la FA se muestra implacable con la broma entre Suso y José Enrique, en Rusia ocurre todo lo contrario. Los aficionados del Zenit de San Petersburgo, actual campeón de Liga y el club más rico del país gracias a su propietario, la poderosa empresa gasera Gazprom, a la sazón patrocinadora de la UEFA, publicaron el pasado lunes un manifiesto en la cual advertían de que no querían "ni a negros ni a homosexuales" en el club. Eso sí. En el documento dejaban claro que no son racistas. "Para nosotros la ausencia de futbolistas negros en la plantilla del Zenit es una importante tradición que refuerza la identidad del club", y ponen como ejemplo al Athletic. "¿Por qué muchos admiran la estrategia del Athletic de Bilbao que se centra en los jugadores formados en su región, mientras a los directivos y aficionados de nuestro club continuamente se les presiona y se les acusa de racismo?", insiste el manifiesto.

Al Parecer, en la antigua capital imperial desconocen que en Athletic también juega Jonas Ramalho. Lo del Zenit no es nuevo. El club fue multado en 2008 con 43.983 euros porque sus aficionados emularon a los monos y lanzaron plátanos para señalar a los jugadores negros del Olympique de Marsella en un partido de la Liga de Campeones.

La xenofobia en el fútbol ruso sigue aflorando con más virulencia cuando sus clubes se abren más al mercado internacional. Es un problema del que sus autoridades son conscientes, sobre todo de cara al Mundial 2018 que organiza Rusia, y sobre el cual pasan de puntillas.